Echar la vista atrás y extraer lo bueno y lo malo que produce la erosión del tiempo es conveniente muchas veces. Proclamar que el pasado es una época para olvidar no suele ser lo correcto. Tampoco el presente es como para que doblen las campanas ... a gloria. Me quedó con la versión del poeta: «Cada cosa en su tiempo y un tiempo para cada cosa».
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La pelota a mano profesional de medio siglo a esta parte ha entrado en una gran decadencia. En un absoluto declive. Lo mismo digo del campo aficionado. Como diría un zoólogo, «es una especie en vías de extinción». Si no se pone remedio habrá que ir entonando un fúnebre 'requién cantim pace' un epitafio latino que en el castellano cervantino quiere decir, 'descanse en paz'.
A principio de la década de los setenta Empresas Unidas, que monopolizaba el mercado pelotístico, tenía en nómina 80 pelotaris. Organizaba su cuadro en tres categorías. Primera, segunda y tercera. El ascender esa tortuosa escalera implicaba demostrar sobre la cancha sus méritos y progresos. Si no era así, el pelotari se quedaba dónde estaba de por vida.
Me he quedado atónito al comprobar el ramillete de figuras que militaban en la división de honor. Casi todos han pasado al gran libro de la pelota con letras de oro. Leyendas del ayer. Voy a citarlos a todos y espero que no me deje alguno olvidado ya que la memoria es quebradiza. Encabezaba la lista Ogueta, el mejor pagado y que más aficionados arrastraba al frontón.
Tras el alavés, Retegui I, Atano X, Vergara I, Tapia I, Ariño I, Berasaluce IV, Barberito I, Pierola, Oreja III, Arroyo, Aguirre, Lajos, Azkarate, Soroa, Tapia II, Andueza III, Aldazabal I, Arriaran II, Ariño II, Nalda II, Oreja II, Echave X, Barandiaran y Elorza. La segunda categoría la encabezaba, Rodolfo Madrid. Y la tercera Arruabarrena.
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Hoy el Covid 19 ha producido una gran metamorfosis. Entre las dos empresas, Aspe y Baiko, tienen en sus filas unos cuarenta figurantes. Pero hay que subrayar que desde comienzos del nuevo milenio han juntado en las programaciones churras con merinas. Según los ganaderos mala cosa. Antaño los galones y medallas se ganaban a pelotazos.
En la actualidad es otra cosa. Los verdaderos intendentes brillan por su ausencia. Argumentaba el maestro Aitona, que sentó catedra en EL CORREO: «Una de las principales misiones encomendadas al intendente es la de combinar los partidos con el mayor equilibrio posible y que el cestaño no incida en el curso del juego y del resultado final».
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Hoy esos mandamientos de obligado cumplimiento que predicó Aitona han caído en saco roto. La mayoría de los partidos carecen de sustancia y el material desempeña un papel determinante. Bien es verdad que los frontones y su suelo, han dado un cambio copernicano, pero esto no es justificación para la deriva que se ha producido en la modalidad de la mano profesional.
Algo está fallando. En mi modesta opinión los dirigentes de las empresas deben cambiar su estrategia. Si no es así, la cosa pinta mal, muy mal.
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