Uno de los grandes referentes

Dos txapelas del Manomanista y otro par del Cuatro y Medio. Jokin Altuna sigue en la brecha. A sus 25 años, suma y sigue. El guipuzcoano no tiene límites. Ayer jugó su octava final en los torneos grandes en el frontón Bizkaia. Es el pelotari que más ha disputado a su edad. Y, salvo una lesión de por medio, todavía le queda cuerda para rato. Ha nacido para jugar a este deporte. En una época sin dominadores claros ha empezado a marcar su territorio con autoridad. A base de aprender, encajar golpes y saber levantarse. Su hambre no tiene fin.

Es un adelantado a su tiempo. Lo suyo es una carrera de fondo y sabe que va por buen camino. Despuntó desde pequeño en el club del pelota Zazpi Iturri. Cumplió el patrón que marca este deporte para poder hacerse un nombre, y era de los que no salía de la cancha cuando tenía un momento libre. Así se gestan las figuras y se conocen todos los secretos de las tres paredes.

Pero sólo con eso no basta. Lo lleva en los genes. Su desparpajo e inteligencia en la cancha es capaz de levantar un frontón y de sorprender al mejor de los rivales. Tienen la facilidad de cambiar el destino de un tanto con un golpe brillante por su lectura y capacidad de anteponerse a la jugada. Instinto.

Desde que debutó en 2014 en el Astelena lleva una trayectoria inmaculada a base de trabajo y paciencia. Durante estos años ha ganado en fortaleza, ha pulido su defensa y ha sabido gestionar los reveses que la han llegado con inteligencia. Porque por estatus también implica sacrificio y tener que dar el callo en todos los partidos, sean de campeonato o no. El aficionado exige, y Altuna III lo sabe. Y ante esta situación también ha aprendió a gestionar esfuerzos para llegar en condiciones a los momentos cumbre del año.

Despuntó pronto en el campo aficionado y su salto a profesionales fue bastante menos traumático por su capacidad de adaptación. A los dos años y medio de debutar ya estaba en su primera final del acotado. La perdió por un tanto frente a Bengoetxea VI, pero aquella derrota también le sirvió. Tuvo que tirar del carro en su empresa tras la lesión cardíaca de Juan Martínez de Irujo cuando el verano se presentaba bastante negro y lo hizo, porque la adrenalina de los partidos le seduce.

Pero fuera de las canchas también tiene su peso. Fue uno de los lideró en silencio las negociaciones para que la pelota pudiera superar uno de los episodios más negros de su historia con la huelga de los pelotaris de Baiko el año pasado. Forma parte de la asociación de pelotaris que se creó entonces para abordar diferentes aspectos con las operadoras, que consiguió el regreso de los cuatro manistas que en su día no renovó la promotora bilbaína.

Amable en el trato y serio en su trabajo, le gusta el fútbol. Es seguidor del Athletic desde que, de pequeño, iba a ver los partidos con su tía a San Mamés. Ya hizo el saque de honor en su día en el nuevo templo rojiblanco y habrá que ver que pasa tras la consecución de esta nueva txapela, una vez que la situación por la pandemia se está normalizando.

El año pasado cayó contra Jaka en la final del Manomanista. Ayer se caló su segunda txapela ante Rezusta. Entre medias ha tenido otro año de aprendizaje y ha sacado conclusiones. Su juego se ha vuelto más agresivo. Cuestión de carácter. De cara a su palmarés ya solo tiene una asignatura pendiente: el Parejas. Por intentarlo no será. Tiene tiempo y aprende rápido, aunque es consciente de que, en este caso, no está todo en su mano. Se ha ganado unas vacaciones, las que le quitó el aplazamiento por la lesión de Artola. Luego se centrará en preparar el verano. Con público en las gradas. Después de un año tan duro e intenso, seguro que lo agradece.