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Uno de los lugares comunes inevitables en los partidos sin un favorito claro, en ese tipo de duelos en los que nadie sabe muy bien hacia donde va inclinarse el fiel de la balanza, es asegurar que se decidirán en los pequeños detalles. El prurito ... profesional, esa forma de vergüenza, nos anima a evitar este tipo de argumentos tan manidos. Sin embargo, partidos como la final de ayer en el frontón Miribilla, pétreos y ajustados, nos obligan a hacer un excepción. Caigamos, pues, sin reparos en el lugar común: efectivamente, unos pocos pequeños detalles en momentos puntuales decidieron la final del Manomanista. La txapela se le escapó a Mikel Urrutikoetxea porque con 15-10 un gancho sin dificultades se le fue por centímetros y porque con 18-18 cometió dos fallos garrafales. Hasta él mismo se quedó asombrado, sobre todo con el 18-19, sin saber lo que había hecho, sin encontrarle una explicación racional, como le ocurrió en la final del Cuatro y Medio contra Altuna tras el 21-21.
Habrá quien diga que exageramos con la cuestión de los detalles. ¿Exageramos? Sólo un poco, al estilo de Woody Allen poniendo a cámara lenta la imagen de la pelota aquella de tenis que tocaba la cinta de la red en 'Match Point'. Por supuesto que hay otros factores en la combinación que explican la victoria de Iker Irribarria. El principal, por supuesto, es el propio delantero de Arama, un pelotari de una potencia brutal al que sólo le falta coger un poco más de finura acabando los tantos -se supone que la experiencia le ayudará a ello- para convertirse en inalcanzable jugando el mano a mano en toda la cancha. Hace tres años, cuando ganó también a Urrutikoetxea en su primera final, algunos nos atrevimos a pronosticar que podía haber campeón para una década. Cuando al año siguiente perdió, a los correctores de guardia les faltó tiempo para bromear a nuestra costa acusándonos de profetas exagerados. Irribarria se sintió abrumado por la presión de la txapela y pegó un bajonazo al año siguiente, el que debería haber sido el de su confirmación. Y también en 2018. Los laureles del éxito le habían caído encima muy pronto, de improviso, y a veces no es fácil hacer bien la digestión de la gloria. Y menos con 20 años. Pero sus virtudes están ahí, intactas, como un arsenal de armas preparado para volver a usado.
Es lo que sucedió en el frontón Bizkaia, donde la potencia de golpeo del guipuzcoano volvió a provocar, en ciertos momentos del partido, murmullos de asombro y admiración. El cañón de Irribarria es de un calibre que no se encuentra en los catálogos. Es muy probable que sólo un artista como Altuna en un día de arrebato torero y un pelotari tan completo como Urrutikoetxea, que es un compendio casi perfecto de virtudes para este juego, puedan resistir su bombardeo. El de Zaratamo, de hecho, lo hizo ayer en largas fases de una final apretadísima, sin aire, al límite.
A los paladares más finos no les agradó el menú pese a la enorme emoción del tanteador. Suele ser habitual. Es cierto que, salvo tres o cuatro, no se vieron tantos espectaculares, de esos que levantan al público de sus asientos con un calambre de admiración. Pero esto sucedía por algo lógico: porque el listón de la exigencia era tan alto, los campos de fuerza estaban tan igualados, que los tantos acababan cayendo más por errores forzados que por aciertos propios.
Hubo un momento en el que la txapela pareció que iba a posarse en la cabeza del vizcaíno. 'Urruti' había pasado un momento complicado. Perdía 4-7 y fue capaz de hacer una tacada de ocho tantos. Era la típica reacción que sólo está al alcance de un pelotari que huele a campeón. El descanso por motivos publicitarios, sin embargo, no le hizo nada bien al de Zaratamo, que había cogido una buena carrerilla. Hace años, cuando el mano a mano era otro tipo de juego y las finales se paraban a las doce para el rezo del Ángelus, algunos pelotaris se quejaban de que ese parón les había enfriado o les había cortado una buena racha.
Urrutikoetxea no se quejará, pero lo cierto es que le perjudicó. Irribarria, de hecho, le hizo tres tantos seguidos a la vuelta de los vestuarios. Ello no impidió al vizcaíno, pese a todo, ponerse 15-10 con una gran demostración de autoridad. La final parecía decantada cuando se produjo el giro de guion. 'Urruti' tuvo el 16-10 en su mano, en un gancho de izquierda que se le escapó por nada, e Irribarria respiró. Bueno, hizo algo más que eso. Sacando de dentro un espíritu fiero de superviviente, el de Arama acabó llevando el partido primero a un empate a 17 y luego a otro a 18. La txapela iba a jugarse a cara y cruz. Y entonces salió el peor Urrutikoetxea, el que se condenó a sí mismo, por mucho que Irribarria le concediera, haciendo pasa con 18-21, un último aliento. No fue suficiente.
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