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Viral. Como todo lo que se sale de los cánones de la presunta normalidad, entendida como rutina. Porque, ¿quién dice que atenta contra lo realmente normal que un muchacho de 24 años con síndrome de Down se vaya a embarcar en la aventura dakariana ... como copiloto de su padre? El hecho de ser el primero en la historia define su condición de elegido, que es como se siente en vísperas de cumplir un sueño. Lucas Barron es el protagonista de esta historia. Y de otras muchas que hablan de esa normalidad con la que su familia le trató desde que se cansó de recibir mil y una sugerencias que en poco o nada contribuían a sobrellevar lo que arrancó siendo «el aviso de que se nos iban a complicar las cosas».
Así lo recuerda Jacques Barron, padre de uno de los jóvenes actuales más famosos del planeta. Suya es gran parte de la culpa de que «el bichito» atrapara a su hijo. Motero con cuatro Dakar a sus espaldas, una caída le dejó un hombre severamente tocado como para seguir en activo sobre dos ruedas. Había sido amigo y compañero de entrenos de Cyril Despres cuando el galo practicaba en Perú y también tuvo contactos más que ocasiones con el mismísimo Peterhansel, por lo que su hijo Lucas ya vio de cerca y desde muy corta edad a los héroes de la caravana del desierto. Así, pese a aquel accidente seguía en manos de la velocidad y la arena y accedió a un UTV, categoría básica en la que necesitaba un copiloto. «Nadie quería serlo y Lucas estaba al quite así que la decisión fue sencilla».
Porque considera a su hijo un muchacho más. La familia se decantó por darle un tratamiento normal, sin ponerle límites más allá de la comprensión de que avanzaría más despacio. «Y ha hecho de todo», añade el orgulloso padre. También la educación ha sido determinante en Lucas Barron. Siguió sus estudios en el colegio 'Los Reyes Rojos', fundado en Lima en 1978 por un grupo de intelectuales como alternativa al sistema educativo tradicional peruano. «Ahora trabajo en un taller de repostería», dice mientras luce con orgullo en cada set de televisión o emisora de radio que pisa el equipaje de su equipo PRO Raid Perú. «Estoy viviendo un sueño», añade y busca la mano de su padre o su contacto a través del abrazo para refrendar su orgullo y agradecimiento. Y no se ruboriza al reconocer que tanta atención mediática no le trastorna. «Me gusta ser famoso».
Sus habilidades especiales serán puestas a prueba durante los 5.000 kilómetros que durante diez compondrán desde el día 6 la edición 2019 del Dakar, cien por cien peruano. Aunque acumula muchas horas de coche con su padre, esta será su tercera competición oficial. La primera, la Baja Inka, supuso un propósito de intenciones. «Era muy dura y le dije que me visara si se cansaba y dábamos media vuelta». No solo no lo hizo, sino que «para la segunda etapa a las cinco de la mañana ya estaba uniformado y preparado». Tras el verano Jacques y Lucas Barron disputaron el Desafío Inca, con rango de Dakar Series y concentrado en una de las zonas que ahora volverán a recorrer. Había dieciséis inscritos en su categoría UTV y tras mil kilómetros de carrera acabaron siete, siendo el suyo uno de los coches supervivientes.
Se toparon con coches volcados, alguno incendiado y muchos rivales en apuros. Lucas, como copiloto, aporta compañía, mano de obra, lee el road book, busca huellas de rodadas y atiende los testigos que avisan de alteraciones en las lecturas de temperaturas y presiones. Y aprende una buena lección. «Como nuestro objetivo no es ganar vamos ayudando a la gente en dificultades que nos encontramos a nuestro paso», explica el padre.
433 Un dorsal para la historia. Es el número asignado por la organización al equipo Barronx2 para su participación desde el 6 de enero en el Dakar, que esta temporada presenta como gran novedad que la totalidad de la carrera se disputará dentro de las fronteras de Perú. Parte del recorrido ya lo realizaron en el Desafío Inca, de las Dakar Series.
La capacidad física de Lucas Barron está garantizada. Practica fútbol, baloncesto, natación, running y wakeboarding, los miércoles es el día de su cita con el gimnasio y, como apunte, queda constancia de su comportamiento en el Camino Inca, una travesía de cuatro días a más de 4.000 metros por el Valle de Urubamba hasta el Machu Picchu. «Tardó los cuatro días normales en todo el mundo. Lo único que no le cuadraba era por qué lo hacíamos andando cuando veía vehículos y trenes durante el trayecto».
Enamorado de los coches desde pequeño, siempre «veía películas de coches y vídeos de carreras y acompañaba a mi papá en las competencias. Me gusta ser su mano derecha», reconocía esta misma semana en las páginas de El Comercio peruano. Buena parte de que esta historia vaya a acabar con el final feliz de verle como copiloto en el Polaris rotulado con el 433 la tiene la organización del Dakar. «Cuando hablé con los franceses y les digo voy a correr con mi hijo que tiene síndrome de Down, la respuesta fue: ¿Y?».
Lo mismo que ha sucedido con otros pilotos con limitaciones que han gozado de luz verde para competir adaptando vehículos y material a sus lesiones medulares y amputaciones. Los casos de Albert Llovera, Isidre Esteve, Alberto Prieto (primer piloto de quad que guía amputado), Gianluca Tassi o Philippe Croizon (amputaciones en manos y piernas tras una descarga eléctrica de 20.000 voltios) son también historia viva de una carrera que no le pone puertas al campo y refleja así el espíritu primigenio de Thierry Sabine cuando gestó el Dakar como llamada a la superación tras perderse en el desierto en 1977 a lomos de una moto. Su legado sigue vivo en gente como Lucas Barron.
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