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David Sánchez de Castro
Viernes, 11 de abril 2025, 18:41
Seguir la Fórmula 1 —y más aún a Fernando Alonso— hace tiempo que dejó de ser una simple afición para convertirse en un acto de fe. Fe ciega, pertinaz, irreductible. Esa que requiere convencerse, cada fin de semana, de que lo mejor aún está por llegar, aunque todo apunte lo contrario. Como si cada viernes se repitiera, con puntualidad litúrgica, el vía crucis de un creyente que aguarda su particular resurrección. En Baréin —donde apenas entre el 5% y el 15% de la población profesa el catolicismo— el paralelismo cobra sentido: fue un auténtico viernes de dolores.
La jornada comenzó torcida desde el garaje. Alonso ni siquiera participó en los primeros entrenamientos libres, ya que como otros cuatro equipos, Aston Martin cedió su coche al probador Felipe Drugovich. Todo el programa de trabajo se comprimía así en la segunda sesión, la vespertina, más representativa por las condiciones nocturnas de carrera en Sakhir. Hasta ahí, nada alarmante. Lo extraño —lo surrealista, casi berlanguiano— llegaría poco después.
Apenas se habían disputado unos minutos de los segundos libres cuando el asturiano sintió algo raro al girar el volante. Al tirar un poco más… se quedó con él en la mano. Literalmente. Como si el monoplaza, hastiado ya de penurias, le hubiera querido gastar una broma macabra. Alonso, en lugar de asustarse, se echó a reír. Quizá porque sabía que había tenido suerte: la escena ocurrió a baja velocidad, justo antes de comenzar vuelta. Quizá porque, después de veinte años en la élite, ya no hay susto que lo descomponga.
La imagen, más propia de una sitcom que de la Fórmula 1, dio paso a la incomodidad. Los mecánicos trabajaron a contrarreloj para recolocar el volante y verificar que todo estuviera en su sitio, bajo la atenta mirada de Jo Bauer, el inspector técnico de la FIA. Tocaba tomar nota, por si correspondía sanción. Entre reparaciones y comprobaciones, Alonso perdió más de media hora de la única sesión útil del viernes. Por precaución, incluso se cambió la barra de dirección entera.
Cuando volvió a pista, le quedaban apenas 28 minutos. Su mejor tiempo lo dejó en una discreta 15ª posición. Ni prometedor ni catastrófico. Pero sí ilustrativo: Aston Martin no está donde quería estar. Ni cerca. Si hay un circuito que permite calibrar con precisión el estado real de los equipos es este. Aquí se hicieron los test de pretemporada, aquí los coches ya no tienen excusas. Y con Lance Stroll merodeando el fondo de la tabla el panorama pinta más a calvario que a redención.
Mientras tanto, en McLaren las aguas bajan turbulentas… y rápidas. Lando Norris y Oscar Piastri suman una victoria cada uno esta temporada, pero es el británico quien lidera la general. Por un solo punto. Justo por delante de Max Verstappen, que sigue ahí, acechando.
En Woking lo saben: tienen coche para soñar, pero también para equivocarse. Elegir a qué piloto respaldar no es un detalle menor. Es, probablemente, la gran decisión de su año. Y lo que en 2024 fue una jerarquía tácita, este 2025 amenaza con convertirse en un pulso abierto.
Piastri no se esconde. Sabe que puede —y quiere— ponérselo difícil a Norris. El año pasado, la tibieza con la que el inglés asumió su estatus de líder impidió plantar cara con contundencia a Verstappen. El australiano ha tomado nota, y en Baréin ya ha enseñado los dientes. Fue el más rápido del viernes. Mandó. Y eso pesa, más aún cuando su compañero también está arriba.
Por detrás, George Russell y el propio Verstappen olfatean la sangre. Si McLaren se enreda en una guerra civil, ellos están listos para capitalizar el caos. Lo saben todos en el paddock: hay tormenta en el horizonte. Y empieza en naranja.
Y entre tanto foco en Alonso, McLaren y Verstappen, Carlos Sainz firmó un viernes discreto pero no intrascendente. El madrileño cerró la jornada con el 10º mejor tiempo, justo en el filo entre los que están en la pelea y los que simplemente sobreviven. No fue una vuelta perfecta, pero sí lo bastante sólida como para dejar a Williams en una posición razonable para construir el fin de semana.
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