Tradicionalmente las calles de Montecarlo han trazado la línea que separa a los elegidos del resto de los mortales. Fue el caso de Niki Lauda en su debut en el Principado, en mayo de 1973. Lauda pilotaba un BRM al que había conseguido subirse prometiendo ... un patrocinio que jamás llegó, deuda que acabó asumiendo el piloto. Pero valió la pena porque las 24 vueltas en que defendió la tercera posición por delante del Ferrari de Jackie Ickx -hasta que cedió la transmisión del BRM- catapultaron su carrera deportiva. A la mañana siguiente Luca di Montezemolo -por aquel entonces delfín del Commendatore y director del equipo de carreras- le ofreció el volante de un Ferrari. Lauda ya había comprometido su continuidad con BRM a cambio de cancelar su deuda, pero Montezemolo le dijo que lo dejara de su cuenta, él se encargaría de los asuntos legales para que acabara recalando en Maranello. El resto es historia y Lauda acabó ganando en Mónaco dos veces al volante del Ferrari.

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Lauda triunfó en Mónaco porque se sintió a gusto con sus coches, pleno de confianza entre los guardarraíles. Esa es la clave para brillar en el Gran Premio, al decir de sus protagonistas. Fernando Alonso no lo ha logrado en todo el fin de semana y se le ha visto incómodo con un Alpine muy decepcionante. La otra cara de la moneda la ha protagonizado la Scuderia Ferrari, con Sainz y Leclerc marcando el paso a los rivales desde los libres del jueves. El monegasco logró incluso una pole controvertida y el madrileño lamentó amargamente la ocasión perdida para alcanzarla, porque su bólido había mostrado una competitividad sin precedentes.

Lo explicaba un rival como Lando Norris en sus redes sociales, donde antes de la clasificación del sábado decía haber escrito un mensaje a su amigo Carlos deseándole suerte ante una oportunidad magnífica para ganar. Lo cierto es que había corrido como la pólvora una filtración de la telemetría que mostraba al Mercedes de Hamilton más rápido en Santa Devota que el Ferrari de Leclerc, que sin embargo le había recuperado el terreno al llegar al Casino y era diez kilómetros por hora más rápido en este punto. O el Mercedes iba mucho más cargado de gasolina -algo impensable-, o el Ferrari estaba explotando sus cualidades entre las curvas lentas y cerradas de las calles de Mónaco. Con toda seguridad, la unidad de potencia italiana iba más exigida que la germana, pero además el eje delantero del Ferrari estaba obrando el milagro. Sin largas rectas en el trazado y sin curvas de alta velocidad, los neumáticos del monoplaza rojo han alcanzado su temperatura óptima de trabajo con mucha más rapidez que el resto de la parrilla.

Max Verstappen acabó llevándose el gato al agua y se ha encaramado al liderato del Mundial, pero Carlos Sainz ha firmado una magnífica segunda plaza. Su primer podio con la Scuderia resulta muy prometedor porque Mónaco maximiza las cualidades del piloto y tanto él mismo como el coche estuvieron soberbios. Si Ferrari continúa evolucionando el monoplaza, podrá volver a hacer frente a los Mercedes y Red Bull, y quién sabe si aspirar a la tercera plaza del campeonato de constructores. Bakú es la próxima estación con zonas reviradas que le favorecen y la recta más larga del campeonato; esa sí será una dura reválida para el monoplaza rojo.

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