Seamos irredentos seguidores o furibundos detractores de Max Verstappen resulta incuestionable que el holandés ha completado su mejor campaña en la Fórmula 1, este año en que ha alcanzado su cuarto título mundial. Si épico fue el desenlace que le otorgó el primer entorchado aquella ... lejana noche inolvidable de Abu Dhabi cabría calificar como soberbio el tramo final del curso que ha completado el líder de Red Bull. Cierto es que Lando Norris aún no es un rival a su altura, pero resulta evidente que Max ha ganado el Mundial sin haber conducido el mejor coche de la parrilla, como corrobora la clasificación del campeonato de constructores.
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Los primeros compases de la temporada hicieron temer un monólogo de los energéticos, que firmaron tres dobletes en las cuatro primeras carreras cuando Sergio Pérez aún resultaba competitivo. Nada hacía prever un cambio de rumbo y debimos esperar a primeros de mayo para que McLaren diera un paso al frente. De manera inesperada ganó Norris en Miami y allí se destapó el MCL33 como el futuro coche a batir. Lástima que hasta la sexta carrera del calendario no tuviéramos la certeza de que existía alternativa a los energéticos, pero no fue hasta entonces cuando los flamantes campeones de Woking comenzaron a cimentar su título.
Aquella fase de la temporada estuvo marcada por las desavenencias en el seno de Red Bull. La soberbia estructura con la que habían arrasado se desmoronaba entre deserciones al más alto nivel y pese a ello Verstappen mantuvo el tipo, ganando todos los grandes premios en que tuvo la mínima ocasión de hacerlo. Ni un solo error por más que circulasen rumores que apuntaban a un posible cambio de aires al terminar la campaña. Esa fiabilidad para transformar las poles en victorias ha resultado definitiva porque el campeón ganó cinco de las ocho carreras en que partió desde el primer lugar de la parrilla mientras Norris -al volante del mejor coche- apenas ha cristalizado en victorias la multitud de ocasiones en que difrutó de tal privilegio ¿Vértigo al sentirse aspirante a todo? Tal vez, lo cierto es que sus decepcionantes arrancadas han acabado por lastrarle.
Mientras McLaren asumía su nuevo rol Red Bull se conjuraba para sobrevivir a un ambiente viciado. La reacción de los energéticos al safety car de Canadá o el modo en que corrigieron la estrategia de neumáticos en las imprevisibles condiciones de Silverstone hicieron patente el por qué de haber dominado la Fórmula 1 durante años. Conscientes de no disponer del mejor coche sabían que lo conducía un piloto excepcional y en los momentos decisivos del campeonato Verstappen y su gente han demostrado que dominan los recovecos del reglamento. Baste recordar la frenada en Austin que acabó con Norris sancionado o la acusación nunca probada de haber usado unos alerones más flexibles de lo debido.
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Se baja el telón de una campaña en la que Max Verstappen ha enriquecido su palmarés mostrando no sólo su talento sino también su madurez como piloto. El bólido papaya de McLaren ha acabado por ser el coche a batir y para el recuerdo queda la lección magistral que el campeón impartió en Interlagos, en el momento decisivo, cuando lo hacen los llamados a marcar una época. Vesrtappen es uno de ellos.
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