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J. m. cortizas
Sábado, 2 de septiembre 2017
¿Cuál es su meta para este torneo?, le preguntaban a Jon Rahm al término de la primera jornada en el TPC Boston. «Ganar», fue su respuesta. ¿Este torneo o la FedEx Cup? «No se puede ganar la FedEx Cup aquí, hay que ir paso ... a paso. Y éste lo quiero ganar». Más claro, imposible. Había rematado su actuación en pleno subidón, con tres birdies consecutivos, cuatro en los cinco últimos hoyos. Hubo quien pensó en que su punto de vista estaba contaminado con la efervescencia de su estado de ánimo. Para esa corriente de opinión, el de Barrika tenía guardado un arsenal que fue quemando ayer durante el segundo recorrido, en el que elevó a la máxima potencia su capacidad para responder a la adversidad clavándole una lanza en el corazón. Desde un doble bogey fruto de un hoyo tonto comenzó su escalada y coronó la cima. Llegó a la casa club como líder en solitario y ningún ejemplar de la jauría de los partidos vespertinos le apartó de su atalaya y de los dos golpes de ventaja con los que partirá hoy en la tercera jornada.
Ese espíritu ochomilista que le acompaña afloró de nuevo junto a su versión sherpa en la persona de Adam Hayes, un caddie con el que se mimetiza, dos pareceres, fuerzas, voluntades unidas en pos de un sueño que cada vez más se muestra asombrosamente real.
El vizcaíno es un jugador mutante, un golfista sin un punto crítico cuyo alcance le haga perecer. Sus recursos siempre cotizan al alza entre quienes esperan lo máximo de él, incluso en días en los que la carburación no suena limpia. Ayer parecía uno de ellos. Dos putts de birdie desde 10 y 20 metros dejados a menos de un paso y un bogey a continuación nacido de otra bola larga hasta una zona sucia del antegreen que le complicó la vida fallando la opción de par por veinte centímetros. Fue una puesta en marcha de esas que dibujan muecas de incomodidad en su rostro, más serio por rudo que como acabó la víspera, áspero pero sólo fruto de la máxima concentración. Se dio un respiro con el primer birdie en el 14 -ayer partió desde el tee del 10- atinando con el putter desde casi nueve metros y siguió avanzando por renglones torcidos. Un fuera de calle grapado a un búnquer y el momento crítico del día, buscando la bandera del 16.
Satisfecho. Consciente del gran juego desplegado en un día que tuvo que ir amoldando a sus pretensiones. Jon Rahm hablaba en la casa club de buenas sensaciones. «Sentí que comencé pegando bien a la bola, pero no leí un par de malas ráfagas de viento y eso nos apartó de algunas oportunidades de birdie. Con el eagle del 18 ya sentí que todo estaba mucho más claro en mi cabeza», dijo.
Lidera el Dell Technologies de las series por el título PGA y puede seguir creciendo en la clasificación de la FedEx Cup en la que le preceden Dustin Johnson, Jordan Spieth, Justin Thomas y el nipón Hideki Matsuyama. «Tengo por delante cuatro jugadores con tres victorias más este año, que incluyen Majors, campeonatos del mundo y actuaciones de récord. Y yo, con una victoria y un montón de Top10 no estoy lejos. Pero no me siento bajo su paraguas y podemos ponernos más a su altura».
Sobre la tercera jornada, que tendrá el domingo adelante horario ante la previsión de mal tiempo, el de Barrika sabe que será de máxima exigencia. «Cada día es diferente. Todo va a depender del tiempo. Si tengo un día como hoy, obviamente vamos a tener que jugar un buen golf para mantener la ventaja. Si hay lluvia y viento, va a ser una batalla y habrá que ver qué partitura interpreta cada uno».
Par 3. Salida que cruza todo el green. Segundo golpe que recorre el camino inverso hasta el otro extremo de la alfombra y tres putts desde tres, dos y medio metro. Cinco golpes que fueron como descargarse una ráfaga en el pie. Su cuenta quedaba reducida a -2 y en el siguiente hoyo otro búnquer puso a prueba su recuperación y equilibrio mental. Pero había llegado al 18 y le tenía ganas, muchas. Además de lo ensayado los días previos, vio cómo Dustin Johnson y Matsuyama le sacaban eagles el viernes y tenía anotado en rojo ese tramo en su libreta. Al lío. 282 metros de vuelo desde la salida y 182 con un eterno approach que culminó a tres metros y medio de la cazoleta. Pulso firme, eagle. La historia comenzaba a reescribirse.
En adelante, Jon Rahm asistió a una mutación de su certeza, a un canto al juego total, a esa sensación de tener bajo control una bola a la que llevaba donde quería, incluso cuando tenía que fabricar algún pellizco rodado desde un talud y acababa anotado como una recuperación sublime. Amagó en el 1 por 40 centímetros y encendió la troqueladora de birdies. Tacada en el 2, 3 y 4, cada uno hijo de un par distinto. Lo mismo la reventaba en un itinerario desde 190 metros para dejarla a tiro de putt de menos de cuatro metros que arriesgaba al máximo, apuntaba fuera de calle para así avanzar al límite quedando una línea perfecta de ataque al trapo. No había trampa de arena que le frenase. Estaba lanzado, se había venido definitivamente arriba y en su mente rebotaban las pretensiones que desveló la víspera. Ganar. El único verbo.
Se había enganchado al coliderato, pero quería más. En el 7 más que jugar recurrió al tiralíneas. Exquisito y -8, ya sin nadie compartiendo el trozo que lleva la guinda de la tarta. Y en el 9 el colofón, el octavo golpe que le birló al campo el sábado apurando la caída con su cuerpo retorcido a distancia. Entregó una tarjeta de 66 con la que arribaba a la casa club con dos golpes de ventaja ante sus perseguidores, justo cuando arrancaban los partidos de la tarde. Muchos amagaron. Sergio García (-2) antes que el vizcaíno. Después Dustin Johnson (-4), Stanley (-7) con hasta tres opciones de coliderato, un Spieth (-5) llegando desde atrás. Nadie pudo llegar tan arriba como Rahm.
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