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Rostro relajado, mejillas con un tono dorado más allá de la exposición al sol durante el trabajo. Nada como combinar la faena con un retiro en las Bahamas para reencontrarse consigo mismo y su mejor juego. Allí, entre los 18 elegidos por el ranking ... mundial, Jon Rahm coronó otro gran curso como profesional. Lleva dos años y medio en el golf de pago y anoche rascó su sexto título. Media docena de trofeos en su vitrina, cantidad sólo superada antes en ese incipiente tramo en una carrera por un tal Tiger Woods, que hizo en esta ocasión los honores al de Barrika, dado que el Hero World Challenge corre organizativamente de la cuenta de su Fundación. Otra instantánea del vizcaíno con una sonrisa inabarcable sujetando la recompensa, mientras el cheque de un millón de dólares –o lo que quede de él descontados impuestos y pago a su equipo– iba ya camino de su cuenta bancaria.
Si siempre es gozoso verle ganar, hacerlo en tales condiciones de juego supone una plusvalía. Desde que cerró el jueves con un doble bogey por remojar la bola en el hoyo 18, quedándose con lo que parecía un pírrico -1 en su tarjeta, Rahm se levantó en armas. Su escandalosa actuación del viernes, rebajando nueve hoyos al par del campo, ya le propulsó hacia la pole position para lo que quedaba de fin de semana en New Providence. Mantuvo el pulso y la mirada el sábado y el domingo se lo jugaba todo con su compañero de partido estelar, Tony Finau, y el sueco Stenson que iba en el anterior. Cerca, bien marcados, acabó por doblegarlos gracias a un juego sin fisuras, de músculo y pericia.
Le pegó a la bola con la fiereza habitual en él y en esta ocasión fue más que pulcro en el green. Distancias que otrora se le resistían se habían convertido en accesibles con una aparente facilidad. Pasmosa. Exprimió los pares 5, se quedó detrás del burladero en los que requerían tres golpes y así fue haciendo caja sin perder la compostura ni su rigurosa lectura de la situación porque Finau arrancara dejando rueda. El de Salt Lake, otro pegador genuino, cazó dos de las tres primeras banderas y Rahm contestó en el hoyo 3 para demostrarle que estaba decidida a una marca férrea. Y cuando en el 6 comenzó su show ya nada podía retenerle en compañía de nadie.
Había compartido el liderato después de un bogey de Finau en el 4, pero dos banderas después fue el de Barrika el que rechazó la custodia. Viajó de búnquer a búnquer para acabar rascándole el segundo golpe del día a un escenario de fantasía como el que lucía en Bahamas. En adelante, o ampliaba su cuenta de birdies o dejaba pares dados. No había más páginas en su libro de jugadas. No las necesitaba porque jugara recto o fallara escasas calles por donde quería, el resultado era el mismo y su tarjeta seguía mermando camino de la victoria final. Finau lo acusaba porque incluso en hoyos en los que parecía cobrar ventaja –como un bolazo tremendo que le permitió un birdie en el 7– era automáticamente neutralizado por Rahm con su obediente putter llevando la bola a su destino natural.
El desenlace se precipitó en el hoyo 14. Buscó el green en uno Rahm en un par 4 que se deja querer para quienes tiran de martillo pilón desde el tee de salida, como es su caso. Le escoció que el resultado careciera de hipotética justicia porque la bola coronó el tapete y tras coger una ligerísima caída se dejó atraer por la ladera del rough, alejándose de una opción factible de eagle para forzar al vizcaíno a un buen approach para no manchar su inmaculado registro. Pero Finau se metió en un lío gordo aterrizando en los confines de la arena, molestándole la vegetación allí concentrada para coregrafiar su swing e impactar con limpieza en la bola.
El del estado mormón sufrió lo mismo que Rahm camino del green. Sólo que el de Barrika reaccionó hasta engarzar su sexto birdie y Finau consumó la maldición con un doble bogey que confirmó su querencia a alejarse del estrellato cada vez que un título se le ha puesto a tiro en 2018. Y tiene bastantes ejemplos al respecto. Quedaban cuatro banderas y la ventaja era de otros tantos golpes. Y la marca de la relajación, trufada de la correspondiente concentración, seguía en su aspecto, en su expresión, y animaba a imaginar al morrosko posando con otro trofeo.
Aún tuvo arrestos para jugar valiente y agresivo el siguiente hoyo, el 15, que cerraba la nómina de pares 5. Un dedo le separó del eagle que buscó sin resultado. Daba igual. Misión cumplida. Con una tarjeta de -7 en el día, sin bogeys, acabó sacando cuatro golpes a Finau y cinco a Justin Rose, al que el birdie final del de Utah privó de recuperar el número 1 mundial.
Tercera victoria en Estados Unidos, las dos anteriores en California, y sexta de un balance que confirma a Jon Rahm como un valor seguro. Casi sin tiempo para celebrarlo en aquel paraíso, pasará por Scottsdale para recoger los bártulos y compartirlo con los suyos esta semana, ya en su tierra. En casa.
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