![Un palmarés a la altura de los grandes](https://s1.ppllstatics.com/elcorreo/www/multimedia/201910/16/media/cortadas/jfernandez-kQkE-U90415806371GbC-624x385@El%20Correo.jpg)
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La pista de hielo de Majadahonda, también conocida como 'la nevera', fue el escenario donde un niño al que le llamaban «el lagartija» porque no paraba quieto, empezó a patinar porque le gustó lo que hacía su hermana Laura. Ahora, ese niño es uno de ... los grandes nombres del deporte español. Porque Javier Fernández siguió la estela de esos pioneros que brillaron con luz propia en especialidades sin la tradición, cultura y medios de otros países. El de Cuatro Vientos, gracias a sus dos Mundiales, siete títulos de Europa y un bronce en los Juegos Olímpicos se convirtió en uno de los grandes de la especialidad a nivel mundial y descubrió a España el patinaje sobre hielo. Como él confesó en una de las primeras entrevistas a este periódico, «la gente ya me ha dicho que ahora saben que el hielo sirve para algo más que para ponerlo en las copas».
Javier Fernández se reía con su comentario allá por 2011, cuando era un recién llegado a la élite. Acababa de obtener su primer gran logro, una plata en una final de Gran Prix, equivalente a la Copa del Mundo. Allí se vio por vez primera entre los más grandes -Patrick Chan y Daisuke Takahasi-, algo que le llenó de orgullo pero también de confianza en sus posibilidades. «Incluso en Canadá se sorprendieron y me preguntaban si era posible que un español quedara segundo». Era posible, y era el punto de partida hacia la élite de un deportista atípico, que se lanzó a una especialidad desconocida y con una importante carencia de medios en la península, lo que le obligó a tener que buscarse muy pronto la vida en el extranjero. Porque tras iniciarse en el patinaje en las instalaciones San Martín de Majadahonda, pasó a entrenar en Jaca y fue en un curso en Andorra donde llegó el golpe de suerte necesario para que un patinador español viera la luz. «Si entrena conmigo un par de temporadas, le veo entre los mejores del Europeo», vaticinó el ruso Nikolai Morozov, uno de los grandes.
Fue el inicio de una relación complicada, ya que eso le obligó a emigrar a Nueva Jersey (Estados Unidos). Allí se fue con 17 años acompañado por el entrenador español Mikel García, asistente del ruso. Pero aunque los resultados empezaron a llegar, se sentía solo, y, además, en constante cambio. De Estados Unidos a Estonia, Andorra, Italia y Rusia. «Ese estilo de vida no era para mí», reconocía, lo que unido a la escasa atención que recibía, le llevó a cambiar de aires.
Así es como llegó a Brian Orser, un segundo padre para él. En Toronto completó su trayectoria profesional, de la mano del expatinador e impulsor de estrellas como el japonés Hanyu. Con su grupo de trabajo y esfuerzo es como el patinador madrileño levantó un palmarés inimaginable y que cerró en enero con 27 años porque «ya me siento viejo».
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