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Viene a ser el Billy Eliot de la piscina. Un príncipe en un mundo de princesas. Aunque debería llamarlo rey. Porque ha alcanzado el trono esta semana. Lo ha hecho en los Mundiales de Natación que se están disputando en la localidad japonesa de Fukuoka. ... Y ha hecho historia. Porque se ha proclamado campeón mundial en solo técnico convirtiéndose en el primero de esta competición que debutaba en el programa. Además es el segundo oro en la historia de la natación artística, antes sincronizada, española tras el conseguido en el Mundial de Roma 2009 por el equipo en la desaparecida modalidad de Combo. Por eso le hemos llamado. Porque queremos saber más sobre Fernando Díaz del Río. Un pionero que merece aplauso y reflexión.
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El equipo técnico de natación artística, Iris, Alisa, Cristina, Marina, Meritxell, Paula, Sara y Blanca había logrado el primer oro de la historia española en la modalidad de técnico de la natación artística. Y cuando todavía sonaban los ecos de los gritos de las chicas, él salió a la piscina. Parecía extrañamente tranquilo. Como sé de natación artística lo mismo que de física cuántica pertenezco a ese grupo de personas que se quedan embobados con las cosas que esa gente hace en el agua. Vamos, que desconocía el pasado reciente de Fernando y sus dos platas en el último Europeo celebrado en Roma. Solo me fijé en su cuerpo, a caballo entre un nadador típico con unas espaldas como un armario abierto y un bailarín profesional. Y de repente, en la tele sin sonido, en un bar del barrio, ves que el chaval es medalla de oro. Al instante llamas a quien sabe de esto para preguntar por el tema. Te dicen que es un fenómeno y que no saben cuál es su techo, porque apunta a leyenda. Así que sigues investigando.
Entonces hablas con él. No es fácil. Lo normal que es tras hacer historia le llame todo hijo de vecino. Sobre todo los de deportes. Salvo que Mbappé esté dudando si fichar por seguir en el PSG, fichar por el Real Madrid o ir al equipo del Divino Infante, que era el primer cole al que fue un servidor y no existía. Jugábamos en el patio. Pero no nos desviemos. Queríamos hablar con Fernando. Pero no había forma. El motivo, más allá del cambio horario, era que la gente que los prepara no lo creía oportuno. Y entonces llega el cabreo de quien esto escribe. Error. Más allá de que ganen o pierdan, de que logren medalla o, como en este caso, hagan historia, los componentes del equipo deben estar presentes en la grada mientras el resto compite. Entonces entiendes todo, lo aplaudes y te dices eso de que ya le entrevistaré otro día, porque la orden es de aplauso. Total que llega la mañana en que hablamos y me cuenta su vida.
Fernando era un niño al que le gustaba el deporte. Un hábito inculcado por sus padres. Tanto él como su hermana practicaban diversas actividades. En su caso y, sobre todo, la natación. Pero también le gustaba el ballet. Así que se inicia en ambos mundos mientras busca birrete en el mundo de la Psicología. No es casualidad. Tiene claro que la mente influye más en el éxito, incluso en el deportivo, que el cuerpo. Y nos cuenta que, bajo el agua, la concentración debe ser plena. No sabía yo que bajo el agua tienen altavoces que les permiten escuchar la canción que bailan en el agua.. Me lo cuenta Fernando y añade que la elección de la misma es clave para estar a gusto durante la actuación. Fue una elección personal. Tampoco es que tenga con quién debatir, si no es vía móvil. Lleva casi tres meses sin ver a su familia. Cosas de los deportistas de élite. Pero está feliz. Al fin y al cabo, solo acaba de empezar a nadar en esas aguas que se llaman Historia con mayúsculas. Sobre todo en estos tiempos en los que hablamos de romper techos de cristal. Porque también los hombres pueden y deben hacerlo.
Hace 20 años hice varios programas de televisión, escribí artículos sobre mujeres que se empeñaban en demostrar que el ciclismo y el fútbol no eran deportes exclusivos de hombres. Hoy, dos décadas después, escribo sobre un hombre que, junto a Dennis González, que logró otro oro, poco después, nos recuerdan que todavía quedan muchos techos de cristal. Tantos como gente que cree que el deporte tiene sexo.
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