La Bandera de La Concha es la regata en la que todo remero de banco fijo sueña con participar al menos una vez en la vida. Su historia -se remonta 145 años atrás-, el aura que envuelve la bahía los dos primeros domingos de septiembre, ... así como el hecho de ser la única cita del calendario arraunlari que se disputa a una sola ciaboga con lo que eso conlleva técnica, táctica y psicológicamente para amoldarse a los diferentes condiciones del campo y a las propuestas de los contrarios la convierten en la Champions del remo.
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EL CORREO, a las puertas de que se dispute mañana (11.00 horas) el primer asalto de la presente edición, ha querido acercar a los lectores, con la colaboración del preparador oriotarra Jon Salsamendi, ganador de la ikurriña más preciada del Cantábrico como remero y entrenador, algunas pinceladas que pueden ayudar a entender las distintas situaciones de regata.
El primer aspecto a tener en cuenta es que los largos, aunque la distancia total a recorrer es la misma que cualquier regata -tres millas náuticas-, son muy largos y el factor mental es importante. «En las pruebas tradicionales, los cambios de rumbo son una oportunidad para recuperar terreno o atacar», pero en el teatro de los sueños del remo son diez minutos hasta la boya en los que es fundamental ir lo más rápido posible economizando esfuerzos «para meter motor hacia adentro aprovechando las armas que brinda la mar», explica el actual preparador de Lapurdi.
El rumbo en la cita donostiarra es noroeste y el hecho de que por lo general la mar de fondo sea precisamente también del noroeste -circunstancias que también se dan en la Ikurriña de Zarautz- hace que las tripulaciones encuentren una ola noble de popa a la vuelta para poder surfear y marcar diferencias. El teatro de los sueños del remo se divide en tres tramos que convierten la ida en cualquier cosa menos monótona por larga que resulte.
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El primer sector sería el ubicado dentro de la bahía. Salvo en jornadas de mucha marejada, algo que no se espera mañana, es un terreno eminentemente físico. Motor a tope de revoluciones. A partir del minuto dos y medio o tres de regateo, con las traineras transitando entre la isla de Santa Clara y el Paseo Nuevo, la cosa cambia. Se encuentran con una lámina de agua mucho más sucia, fruto del rebote y es cuando debe salir a relucir «la capacidad de adaptación».
Superado ese tramo 'batidora', alcanzamos mar abierto con la posibilidad de aprovechar en ocasiones lo que se denomina 'Errepopa' -ola que llega rebotada del Paseo Nuevo- e impulsa a las traineras hacia fuera, sobre todo por la calle uno. Las embarcaciones encaran ya los cinco minutos previos a la maniobra que «son más constantes». Prima la eficiencia, pero siendo conscientes también de que llegar en cabeza a la boya es un factor importante para cazar esa primera ola que te de alas camino de meta.
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1879 fue el año
en el que se celebró la primera edición de la cita donostiarra.
La película cambia popa a la ola. Transcurridos cinco minutos aproximadamente desde que se realizó el giro, llega un momento «más de patrones que de remeros», apunta Salsamendi, para los botes que transitan por las calles 3 y 4. «Encontramos una zona de rocas con menos fondo y más ola» que es importante exprimir porque, desde ese punto hasta meta, la regata «es muy física». Es precisamente en ese tramo final cuando hay que echar mano de la reserva del depósito y queda de manifiesto quién de los contendientes llega con el piloto en rojo.
Por lo que respecta a las calles, el viento y el estado de la mar marcan bastante lo que les espera a los participantes. La baliza uno por ejemplo, denominada en su momento Avenida San Pedro por las numerosas ocasiones que la 'Libia' compitió por ahí, pierde la mala fama que le persigue cuando Eolo sopla del Este. En esas condiciones, los que navegan por ahí encuentran mayor protección. Por contra, si el aire azota del oeste-noroeste y hay marejada, la baliza más próxima a tierra, sobre todo al paso por el Paseo Nuevo, se convierte en un infierno, mientras que las calles exteriores -cuatro y tres- son las más beneficiadas. «Todo esto se puede romper por la influencia de las corrientes porque la mar es muy caprichosa», apunta Salsamendi.
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Es por eso que los técnicos cuidan hasta el más mínimo detalle. Ahí entra también la posible deriva lateral «por la corriente que en esta época es de Francia hacia Galicia, mientras que en invierno sucede al contrario». Para comprobar su influencia no es extraño ver a los entrenadores lanzar un botella o una esponja al mar aguas a fuera antes de la regata para ver qué ocurre. Lo que si es seguro es que la marea mañana estará subiendo por lo que dentro de la bahía «habrá más corriente por el centro y los extremos probablemente sean mejores para salir».
Salsamendi también incluye una parte mística y romántica al plan de regata basado en la interpretación del momento por parte del patrón. El timonel «debe tener libertad de acción con la mayor información posible en su poder» porque «en la mar el que más sabe no sabe nada y lo que nunca había fallado de pronto falla». La bahía donostiarra pondrá a cada uno en su sitio los dos próximos domingos.
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