«Es increíble. Vas navegando junto a la costa y el mar se convierte en un auténtico laberinto», dice Cilleruelo. Jon Aspuru

Dos vascos navegan en los fiordos contra una flota de vikingos

Unai Cilleruelo, junto con Aritz Fernández, compitió en Oslo para revalidar su título de campeón del mundo A2 de vela

Domingo, 23 de junio 2024, 00:23

Como un campo minado. Las 340 millas de navegación entre el fiordo de Oslo, el estrecho de Skagerrak y la ciudad de Tonsberg son el compendio de las peores pesadillas de cualquier marino: cientos de rocas ocultas o desperdigadas por la superficie que velan con ... un penacho difuso de espuma blanca, corrientes entrantes y vaciantes que pueden ralentizar el andar de tu velero durante horas, bancos de algas, bajíos, roquedos, faros pegados a las rompientes que hay que dejar a sotavento y pasos entre islas convertidos en auténticos desfiladeros donde puede pasar cualquier cosa. «Ha sido una de las regatas más complicadas, pero más hermosas de mi vida», suspira Unai Cilleruelo, el marino vizcaíno campeón del mundo ORC en la categoría A2 (dos tripulantes).

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«Es increíble. Vas navegando junto a la costa y el mar se convierte de pronto en un auténtico laberinto, con pasadizos entre piedras y bajos, con faros... La imaginación te lleva al tiempo de los vikingos, los únicos capaces por su conocimiento de cada peligro de navegar por aquellas aguas. Sus aldeas costeras se convertían en inexpugnables y los canales de acceso, en un cementerio de barcos donde encallaban o se hundían quienes querían atacarles. Vivían en aguas incógnitas, erizadas de peligros», rememora el patrón vasco.

Tras cinco meses de preparación y juegos malabares para tratar de cubrir su exiguo presupuesto Cilleruelo compitió, junto al portugalujo Aritz Fernández, contra una flota de una treintena de embarcaciones locales. El objetivo, tratar de revalidar el título a bordo del 'Exita', un X Yachts 332, velero de alquiler idéntico al 'O'Marylou' con el que conquistó el campeonato el pasado septiembre en aguas mediterráneas. «Nos anunciaron el recorrido apenas 20 horas antes de la salida. Me dejó atónito la camaradería de nuestros rivales; el patrón del 'Flux', por ejemplo, se nos acercó con una carta detallada y nos empezó a explicar los lugares de paso, el flujo de las corrientes en el fiordo de Oslo y en el estrecho de Skagerrak, los peligros más evidentes en una navegación que nos iba a llevar de Noruega a Suecia para regresar a la capital noruega. Fue un gesto de honestidad total: recibimos un montón de información que tratamos de procesar a toda prisa».

«Apenas como, dos bocadillos, agua y un poco de chocolate es lo que tomé en las 60 horas de navegación»

Noches blancas

Aunque para los nórdicos era puro «verano», Unai y Aritz constataron que por la noche la mínima apenas llegaba a 5º y, de día, el termómetro no pasaba de 14 grados. «Así que nos enfundamos ropa interior térmica, traje de agua completo, botas y gorro de lana. Salimos con poco viento y una parte de la flota se fue por estribor. ¿Por las corrientes? Primer fallo. Se formaron dos grupos. Conocer estas aguas proporciona una gran ventaja a los locales. Tratamos de seguir al grupo delantero, pero la corriente nos empujó en contra y nos dejó clavados una hora. La noche no existe estos meses en estas latitudes. Son noches blancas», recuerda.

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Amanece a las 4:30. Una ayuda inestimable, por cierto. «No quiero ni imaginar lo que será navegar por esas aguas en noche cerrada. En regata dormimos a ratos, 40 minutos máximo. Salimos del fiordo y queremos meternos entre los primeros», explica Unai la regata replicando el recorrido sobre una carta noruega. «En competición apenas como, dos bocadillos, agua y un poco de chocolate es todo lo que tomé en las 60 horas de navegación. No lo necesito. Además, íbamos sin piloto automático y había que estar siempre a la caña», confía.

Durante la segunda noche, Unai decidió arriesgarse y se desmarca de la flota, que pone rumbo a mar abierto. Cilleruelo opta por navegar cerca de la traicionera costa, buscando un role. Acierta. «Cuando entró el viento del Norte atajamos mucho, les restamos un par de horas a los primeros. En ese momento tuvimos que tomar otra decisión fundamental. Decidimos no subir el espí (el barco no disponía de asimétrico) para primar la seguridad. Estábamos fatigados y decidimos evitar tener que ir a proa. Cruzamos la reserva natural de Vaderoarnas, en Suecia, otro laberinto de rocas, bajos no visibles y espumas rompientes en superficie. Los barcos que iban por delante eran nuestra guía, nuestro faro».

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Cilleruelo (derecha) compitió junto al portugalujo Aritz Fernández.

La belleza del paisaje

La pareja vizcaína puso entonces proa a las islas Soster, en demanda del faro de Struten. El cielo se oscurece y comienzan a ser azotados por fuertes chubascos. Izan el foque con 25-30 nudos de ceñida y olas de vientode entre tres y cuatro metros de altura que «golpean el casco formando cascadas de agua que inundan la bañera y nos empapan. Pero los imbornales funcionan bien», recuerda el patrón.

Se acerca la tercera noche. «Empezamos a sufrir los estragos del frío y la falta de comida se cebó en nuestras cabezas. Dejamos de regir de manera cabal. Nos repetíamos las frases 'rumbo y distancia a boya' y '¡sonda!', en una especie de mantra para mantener la concentración», recuerda el patrón bilbaíno. Por veteranía, este capitán de la Mercante y experimentado patrón y navegante que compitió cinco años en el circuito Copa del Rey Príncipe de Asturias a bordo del 'Zorongo', sabe que las últimas horas en regata son siempre las más peligrosas. «Nos acercamos mucho a los islotes, en la entrada al fiordo de Tosnberg, donde está la llegada. Cruzamos a las tres de la madrugada, con menos de un nudo de velocidad porque el viento había caído. Nos quedamos atónitos por la belleza del paisaje, patos y cisnes parecían venir a saludarnos. La niebla surgía de la superficie del mar y el viento era gélido. Llegamos a puerto, en el puesto 15, y pisamos tierra. Lo primero que vimos fue un astillero de drakkars, los barcos vikingos con su proa de cabeza de dragón, y a unos enormes carpinteros de ribera perfilando la quilla y las cuadernas a golpes de hacha. Nos miramos, sonreímos y nos dijimos que la aventura de navegar contra los vikingos había merecido la pena».

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