La semana pasada el Manchester City se clasificó para la final de la Champions League y lo celebró por todo lo alto. Vimos a su estrella Erling Haaland mostrando orgulloso la bandera de su país, Noruega, y a nadie se le ocurrió sugerirle que se ... la guardara por ser ajena al envite. Es más, es habitual ver en las ceremonias deportivas, también de campeonatos por selecciones, que los jugadores exhiban, además de la formalmente representada, las enseñas de su lugar de origen, de su comunidad o de su pueblo. De Brasil, de Andalucía, de La Rioja o de Ayegui. A nadie de 'la organización' se le ocurre (que sepamos) conminar por la fuerza a esos jugadores o jugadoras a retirarlas, y menos a hacerlo so pena de no recibir la correspondiente medalla o trofeo en liza. Impensable. Cada deportista tiene sus sentimientos de pertenencia a los que suele dar rienda suelta con la alegría del triunfo, y ello puede no coincidir con los colores que en ese momento defienda. Desde el bien entendido de que esa demostración identitaria no suponga una ofensa manifiesta para otros, o que incite a la violencia, a la discriminación o a la intolerancia, como la legalidad garantista de derechos proscribe.
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Pues resulta que (como este periódico daba fiel cuenta la pasada semana), con motivo del campeonato mundial de triatlón de larga distancia disputado en Ibiza, el flamante ganador en categoría de veteranos, el gipuzkoano Josetxo Mujika, en el acto de entrega del oro conquistado, después de escuchar del speaker que el vencedor era «José» Mujika «en representación de España», desplegó en sus hombros una ikurriña subido al podio. Nada distinto a lo que habían hecho antes otros galardonados atletas con diversas enseñas de sus países. Raudo y veloz, y sólo en este caso, un miembro mandatado de «la organización» se aproximó por detrás al campeón tirando de la bandera vasca para arrebatársela, sin conseguirlo por su oposición, hasta el punto de indicar directamente al alcalde socialista de la capital ibicenca, autoridad que iba a entregar la medalla, que no lo hiciera y que «se quedaba sin premio», a lo que el munícipe, con buen juicio, no atendió. Un dato más: estaban presentes la presidenta de la Unión Internacional de Triatlón, madrileña como su secretario general, y el presidente de la Federación Española, máximos representantes de los entes deportivos organizadores. El campeón del mundo Mujika añadió tras el incidente: «si llego a sacar la bandera de Zumarraga seguro que nadie hubiera dicho nada». Poco que añadir.
Lo vivido en tierras baleares nos retrotrae a 2018, cuando el pelotari Bixintxo Bilbao, medallista con el equipo francés en los mundiales de pelota vasca celebrados en Barcelona, sacó igualmente una ikurriña en el podio y fue objeto de sanción por infracción «grave» al tratarse, se fundamentó federativamente, de una «bandera no autorizada». El inicial castigo de inhabilitación tuvo que ser anulado tras las protestas masivas del mundo pelotazale y de elevarse una denuncia hasta la Comisión Europea por parte del Gobierno Vasco. Otra demostración, como el sainete triatlético, del intento de algunos de poner puertas al campo, y de hacerlo, además, selectivamente, aplicando la famosa fórmula de la ley del embudo, con lo estrecho para determinadas y coincidentes reivindicaciones, que, no obstante, como la naturaleza y como el agua, acaban siempre abriéndose camino.
Hay quien sostiene que nada obliga a defender los colores de las selecciones estatales oficiales, lo que es verdad a medias en el caso de la legislación española. Lo que sí es cierto es que hay un elefante en el salón, el de la pretensión extendida entre deportistas y federaciones vascas de alcanzar la oficialidad internacional. Y existen hoy, por fin, vías legales internas para que se haga realidad esa voluntad, que es democracia deportiva. Esperamos devotamente, una vez más, que banderólogos, censores y torquemadas con careta dejen de hacer el ridículo, y también que las instancias implicadas den cauce real a las fundamentadas causas representativas amparadas en el ordenamiento vigente.
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