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«No me volváis a llamar hasta que esté bien». Esa fue su respuesta. La de una mujer cuyo hijo acababa de terminar un combate de boxeo. Se llama Isabel. Y es la madre de Kerman Lejarraga. El campeón europeo de superwelter. El revólver de ... Morga. El que esa noche acababa de revalidar su título. Pero ella no estaba preocupada por su hijo. Sino por el otro. Por Flatley. El que cayó KO. Que también tendrá una madre esperando llamada. Por eso está preocupada. Sabe que el boxeo actual nada tiene que ver con el de antaño. Pero nada es seguro. Ni en esta, ni en otras disciplinas. Nos lo contó la noche del martes al recoger de parte de su hijo el premio de EL CORREO a los mejores deportistas de 2021. «No veo los combates», desveló al acercarle el micrófono. Pero dijo más cosas. Por eso, días después, decidí llamarla.
Isabel Arana Basabe es una bilbaina con diptongo. Persona de conversación amena e ingenio rápido. No te aburres. Y es sincera, aunque duela. Sobre todo hablando de Kerman. Su único hijo. El niño que paseaba y pasea con orgullo la camiseta de su Athletic sobre un trabajado cuerpo para alcanzar la gloria sobre el cuadrilátero. Insiste Isabel en que el deporte de élite conlleva un trabajo enorme. Probar y desechar hasta encontrar el camino ideal. Kerman, como todos los niños, le daba al balón y a lo que hiciera falta. Pero un día el Kick Boxing se cruzó en su camino. Era bueno. «Hasta que se dio cuenta de que le sobraban los pies», apunta la madre con esa objetividad materna y rotunda que no admite réplica. Fue entonces cuando les confesó que lo que de verdad le gustaba era el boxeo. Lo que nos obliga a regresar a esos años para describir la vida del campeón. Bueno, en realidad la de su familia.
Empezaremos por su ama y familia. La casa en la calle Autonomía de Bilbao y los orígenes de aitite y de amama en Gernika. Isabel estudió en el Pilar. Luego Derecho en la Universidad de Deusto. Se cruzó el amor y acabó en un lugar llamado Morga. Al principio le parecía un pueblo tan hermoso como aburrido. Ahora no se iría ni aunque le echaran aceite hirviendo por la espalda. Pero volvamos a los incipientes años de Kerman. El chaval apunta maneras y empieza a competir. Primero en Santurtzi. «Eran combates a tres asaltos de tres minutos cada uno y yo me dejaba la garganta», confiesa Isabel. No cuesta mucho imaginar a una madre animando a su hijo en una situación así. Lo cierto es que, al principio, lo llevaba bien. Pero un día le rompieron la nariz. Y entonces se dijo a sí misma. «Hasta aquí». No ha vuelto a ver un combate. Ni siquiera en diferido y sabiendo que gana Kerman. No puede. Es su niño. Le pregunto si tiene más hijos. «No. Y menos mal. Me sale otro igual y me da un telele», exclama con una maravillosa retranca. Reímos. Y seguimos con la charla.
Entonces nos cuenta que Kerman llama antes y después de cada combate. Una videollamada. Para que compruebe que está bien. Para que le vea la cara. «Pero yo ya sé que los golpes se ven al día siguiente», advierte Isabel. Y añade que, pase lo que pase y gane o pierda, cuando el campeón regresa hacen una comida en Morga. Amigos y familia. Siempre los mismos. Siempre juntos. Haciendo piña. Uno se los imagina riendo y hablando de todo y de nada. Arropando al héroe que habla más con los puños que ante los micrófonos. «Y mira que es «salao» en casa». Apunta su ama que, puestos a contar detalles, revela que Kerman nació en Bilbao, aunque se haya criado en Morga. Y que vive en la antigua casa de la amama que, a sus 91 años, reside con su hija. Que, por cierto, es la mayor fan del nieto. Doña Inés. Mujer de carácter. Como todas las de nuestra tierra. Al escuchar a Isabel entiendo que se tapara los ojos durante la gala de los premios. No quería ver las imágenes de Kerman compitiendo. Se siente orgullosa, pero es su hijo. Cruel paradoja. O no. Al fin y al cabo es lo que le ha transmitido a su hijo. Por eso jamás ha celebrado una victoria, y aún menos un KO, si el rival no ha recuperado sus facultades vitales. Una cosa es vencer y otra machacar. Esa es la forma más grande de ganar los combates. Con respeto. Cuanto más hablo con Isabel más grande me parece. Y entiendo que Kerman Lejarraga sea un boxeador diferente.
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