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JOSEBA VÁZQUEZ
Jueves, 8 de marzo 2018, 00:46
José Antonio Soto Conde (Santander, 1976) no ha necesitado los tres intentos de rigor. Al ultrafondista cántabro le ha bastado su segunda presencia en el Maratón Siberiano del Lago Baikal (Baikal Ice Marathon) para coronarse ganador de esta durísima y heladora prueba internacional. Lo hizo ... ayer al exhibirse como el atleta más resistente entre los 120 participantes de cincuenta países que tomaron la salida en la decimocuarta edición de la carrera. En 2012, José Antonio fue sexto en su debut en esta competición, que se disputa en condiciones extremas sobre las aguas heladas del lago dulce más profundo y biológicamente más rico del mundo. «Llevo seis años esperando este día; he soñado con este momento, que corría, que ganaba o quedaba entre los tres primeros... ¡Lo he conseguido y he llorado de emoción! ¿Cómo no voy a llorar si he cumplido un sueño?», exclamó el ganador, feliz, sobre una inacabable planicie blanca, congelada.
Los participantes soportaron una sensación térmica de 25 grados bajo cero al cruzar la laguna desde Tankhoy, en el sur, a Listvyanka, en la orilla opuesta. «Era casi imposible correr; íbamos por dunas de nieve con fuerte ventisca. Apenas se veía a más de diez metros y eso es muy peligroso porque te puedes perder fácilmente», narra José Antonio Soto, Sotuco. Esta circunstancia hizo que los organizadores decidieran suspender los 42.195 metros de la prueba en el kilómetro 40,5. Para entonces, el ultrafondista santanderino lideraba ya la carrera con casi un kilómetro de ventaja sobre el segundo.
El lago más profundo El lago Baikal, situado en la región rusa de Siberia, al norte de Mongolia, tiene una longitud de 636 kilómetros y una anchura de 40 a 79 kilómetros. Con una depresión máxima de 1.680 metros, es el más profundo del mundo. Se le conoce como el ‘Ojo azul de Siberia’ o ‘La perla de Asia’. Es Patrimonio de la Humanidad desde 1996.
Preservación de aguas El Baikal Ice Marathon se presenta desde su origen como una actividad para el «desarrollo ecológico» del lago y la «preservación de sus aguas puras». Se celebra en el marco del amplio programa del Festival de Invierno de Baikal. Su agua suele estar congelada de enero a finales de marzo, con un grosor de 55 a 120 centímetros.
El recorrido del Baikal Ice Marathon, que tiene lugar en pleno invierno en una de las zonas más inhóspitas del planeta, está salpicado cada tanto de pequeñas elevaciones de hielo, pero la superficie ofrece a los participantes escasos rasgos para la orientación. En su frío y generalmente solitario camino, solo disponen de puestos de control cada cinco kilómetros. «Se me quedaban los dedos congelados -detalla el vencedor-. En un avituallamiento tomé un té y la chica que estaba allí me dijo que tenía la nariz azul».
Pero no solo de hielo vive en invierno el lago Baikal. También se nutre de tramos de nieve en los que los competidores tienen que hundir penosamente sus pies para avanzar. Nada que nuestro hombre no tuviera previsto. Durante algunas semanas, el atleta del Club Ultrafondo Cantabria se entrenó en Picos de Europa, en sesiones de más de dos horas, aclimatándose al frío y probando el calzado y la ropa a emplear en Siberia.
Esfuerzo y preparación. Puede decirse que Soto es tanto o más duro que el hielo que fue capaz de fundir ayer. Comenzó a practicar el atletismo a los cuatro años, impulsado por el ejemplo de su padre, «que también corre y me lo transmitió a mí», desvela el deportista, que considera su actividad «una forma de vida», según ha manifestado en diversas ocasiones. Ha participado en más de 30 ultramaratones, en bastantes carreras de cien kilómetros y en más de 60 maratones. Hace tres años corrió los 50 kilómetros en el Desierto de Gobi y unos meses después fue segundo en las 50 Millas Nueva York-Lockport. En los 42,195 kilómetros acredita una mejor marca de 2.41.21 y en los cien kilómetros, de 7.52.29. Mucho correr.
Pero, seguramente, el test más severo que ha tenido que superar José Antonio en su trayectoria deportiva es la que padeció desde junio de 2016. Tuvo que someterse entonces a una cirugía en la que le fue extirpado parte del tendón rotuliano de la rodilla derecha. Luego llegó el largo, tedioso y disciplinado proceso de recuperación. Para marzo del año pasado fue capaz de tomar parte en la Subida a la Torre Eiffel, donde empleó poco más de trece minutos en salvar los 1.665 peldaños del monumento parisino. En noviembre participó también en el Maratón de Nueva York y ayer demostró que su rodilla se encuentra, al parecer, bien, gracias. Puede así seguir dedicándose a las carreras, «el mejor legado que ha podido dejarme mi padre y que yo también estoy transmitiendo a mis hijas».
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