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Si el Cid hubiera ganado, aún vivo, la mitad de las batallas en las que ha vencido Tom Brady desde que le dieron por deportivamente muerto, la historia de Europa sería otra. Brady lo ha vuelto a hacer. El próximo 7 de febrero (madrugada del ... 8 en España) disputará su décima Superbowl. Podría ser su séptimo anillo, en 21 años de carrera. Sí, más de dos décadas después sigue negándose a que alguien pueda pensar que no es el mejor de la historia de la NFL.
Nadie puede discutir que es el absoluto icono del éxito. A sus 43 años, pocos apostaban por él tras su salida de los Patriots el pasado verano. Sonaba a último baile. A que la franquicia con la que dominó el campeonato durante dos décadas ya no confiaba en él. A que su salida de la gélida Nueva Inglaterra hacia las soleadas playas de la bahía de Tampa, en Florida, era ese retiro dorado con el que todos los estadounidenses sueñan. Además, los Bucaneers, un equipo muy menor en la liga, le iba a pagar más de 30 millones por cada uno de los dos años que le ofrecían.
Nada más lejos de la realidad. Y es que Thomas Edward Patrick Brady tiene un 'problema'. No sabe jugar al football sin ganar. Es la chispa de la genialidad. Si su defensa aguanta la ofensiva rival, a Brady le sobra con un fogonazo para encontrar al compañero en posición de anotar y decantar el duelo.
Eso sí, tampoco está solo ante los elementos. Los Bucaneers, además de fichar al rubio californiano de San Mateo (alto, guapo, rico y casado con Gisele Bündchen), se hicieron con los servicios de Rob Gronkowski, 'tight end' de referencia de Brady en los Patriots, que decidió regresar al deporte tras llevar un año retirado para unirse al mariscal de campo con el que ganó tres campeonatos en las afueras de Boston. Y a mitad de temporada, los de Florida también recuperaron para el juego al díscolo Antonio Brown, uno de los grandes 'wide receivers'. El curso pasado le echaron porque se negaba a dejar de utilizar el modelo de casco que venía usando desde 2010 y que no cumplía con los estándares de calidad exigidos por la NFL. Antes había estado lesionado porque se quemó las plantas de los pies durante un tratamiento criogénico. Un año antes habían sido sus problemas con la policía de tráfico por correr mucho también fuera del campo y con los vecinos por lanzar los muebles de su casa por la ventana.
Así que el 'milagro' Brady no es solo cosa suya. Aunque sí se parece mucho a un milagro. Los Tampa Bay Bucanneers, fundados en 1976 van a jugar la segunda final de su historia. La primera, la de 2002 (febrero de 2003), la ganaron. Desde entonces su sequía resultó endémica. No habían pisado los play-off en 13 temporadas.
Y ahora llegan a su segunda Superbowl (la décima de Brady, cuatro veces MVP de las finales) por el camino más duro. Todas la eliminatorias como visitante. Primero contra los Saints de Drew Brees. Luego contra los Packers del superlativo Aaron Rodgers y sobre un campo nevado, algo que no les va demasiado a los de Florida.
Ahora les esperan los vigentes campeones, los Kansas Ciy Chiefs, que se deshicieron de los Bills cumpliendo el expediente. Patrik Mahomes, el chico del contrato de los 500 millones de dólares, es tan brutalmente bueno en su trabajo que parece invencible. Será un duelo generacional. Mahomes es imparable; su receptor fetiche, Travis Kelce es una versión más joven de Gronkowski; Hill es el wide receiver de moda en la liga y sus dos corredores, Williams y Edwars-Helaire, son dinamita.
El 7 de febrero, en el Raymond James Stadium de Tampa, asistiremos al que puede ser el definitivo traspaso de poderes entre Mahomes y Brady.
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