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Aquel 18 de octubre de 1968, el tiempo se paró en el Estadio Olímpico de México durante 20 largos minutos. Acababa de empezar la final de salto de longitud, y era Robert Bob Beamon, el cuarto competidor, el encargado de iniciar la prueba. Era ... uno de los favoritos, podía pelear por el oro, pero nadie imaginaba lo que estaba a punto de ocurrir. Tras 19 zancadas, el estadounidense voló, literalmente, hacia la historia. Saltó tanto que dejó atrás las referencias de marcas que acompañan al foso de longitud y a los sistemas de medición de aquella época. Estaba claro que había roto el récord mundial situado en 8,35 y que compartían Ralph Boston e Igor Ter-Ovanesian, que precisamente estaban en esa competición. Tras 20 interminables minutos y después de echar mano de la cinta métrica y de remedir la distancia, llegó la noticia: «8,90».
Pocas veces una marca de atletismo ha sido tan famosa como la de Bob Beamon. De hecho, hace 27 años que desapareció de lo alto del ránking mundial, cuando Mike Powell saltó 8,95 en la gran final del Mundial de Tokio'91 en pugna con Carl Lewis, pero Beamon sigue en mente de todos los aficionados, como si su marca hubiera quedado para la eternidad.
Quizá tuvo que ver con la forma en lograrla, en unos Juegos Olímpicos que acaban de cumplir 50 años y que tienen en el salto del estadounidense de Nueva York su punto culminante, aunque aquella edición también se recuerda por las hazañas de los velocistas, el Black Power y otro saltador legendario, Dick Fosbury, que revolucionó la prueba de altura gracias a su cambio de estilo. En México, Bob Beamon hizo lo que nadie ha hecho jamás, destrozar todas las marcas vigentes hasta ese momento. El saltó a otro plano. 55 centímetros era una barbaridad tal que sólo Powell ha sido capaz de superarle en las marcas. Beamon sigue segundo en el ranking de todos los tiempos, 50 años después.
Para explicar su marca, el estadounidense es muy conciso. «Fue lo mejor que me ocurrió en mi vida, tal vez era el momento exacto». Así lo piensan también los especialistas a la hora de analizar su salto. Se juntaron circunstancias como la altitud de México (2.240 metros), el nivel de los saltadores, el hecho de saltar al límite del viento a favor permitido, y el ser los primeros Juegos donde se competía sobre tartán. Todo se juntó para que Bob Beamon, un saltador veloz, firmara una entrada a tabla perfecta y volara hasta los 8,90.
Lo más llamativo es que a partir de ahí, la estrella de Beamon comenzó a declinar. Como si lo hubiera hecho todo en el atletismo con 22 años, ya nunca volvió a firmar un salto ni siquiera cercano a su marca. «Perdí toda motivación», admite. Aunque nunca se desligó del atletismo. Su nombre sigue relacionado con volar lo más lejos posible.
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