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Cada 20 de octubre, en el atletismo resuena una frase que ha quedado grabada para la historia. «Mi país no me ha enviado a diez mil kilómetros de distancia para empezar una carrera, me enviaron para terminarla». Su autor, John Stephen Akhwari, protagonista de una de las imágenes que han quedado para la historia en los Juegos Olímpicos de México'68. Hace 54 años, mientras Mamo Wolde recibía en el estadio los honores como ganador del maratón, un atleta tanzano seguía corriendo por las calles de la ciudad, cojo y con la rodilla mal vendada, iluminado por las luces de los coches que le seguían para abrirle camino hacia la meta. Su esfuerzo se convirtió en una de las grandes lecciones de sacrificio del deporte olímpico.
Akhwari nació en 1938 en Mbulu, entonces en la República de Tanganica y hoy perteneciente a la República de Tanzania. Pronto destacó como atleta y llegó a correr los 10.000 metros en 28.44, mientras que en maratón ganó el campeonato africano y se ganó el pasaporte para disputar los Juegos Olímpicos de 1968. Su estado de forma le convertía en un atleta con aspiraciones a hacer un buen puesto, y Akhwari salió a aquel maratón dispuesto a demostrarlo.
La salida se produjo el 20 de octubre, a las tres de la tarde, a una altura de 2.240 metro sobre el nivel mar, y con temperaturas muy elevadas, por lo que la dureza de aquel maratón olímpico era máxima. De los 83 atletas participantes, 26 de ellos tuvieron que abandonar la prueba. Entre ellos Abebe Bikila, que se detuvo en el kilómetro 17. Para Akhwari, los problemas comenzaron camino del 30, cuando sufrió una caída que le dejó dañado el hombro y su rodilla derecha. Pero a pesar del dolor, por su cabeza nunca pasó la posibilidad de retirarse. Le vendaron la extemidad y reemprendió la marcha.
En el estadio, Mamo Wolde se coronaba campeón olímpico con una marca de 2.20.26 y recogía el testigo del gran Abebe Bikila. Tras él, el japonés Kenji Kimihara y el neozelandés Mike Ryan. Llegó la ceremonia de premiación y entonces se supo en el estadio que había un atleta que todavía permanecía en competición. Los periodistas salieron a la calle en su busca y entonces se encontraron a Akhwari, cojo, ensangrentado, e iluminado por los coches porque la noche ya había caído sobre México DF. En el estadio, los aficionados permanecían en la grada expectantes hasta que una hora después de la victoria de Wolde, apareció el atleta tanzano. El Olímpico estalló en aplausos y en gritos de ánimo mientras Akhwari se esforzaba en alcanzar, algo que logró con un tiempo de 3.25.27. Entonces sí, cayó al suelo exhausto por el esfuerzo. Fue último, pero su hazaña le abrió las puertas de la historia olímpica y se convirtió en un ejemplo de perseverancia y pundonor. Fue entonces cuando dijo aquello de «Mi país no me ha enviado a diez mil kilómetros de distancia para empezar una carrera, me enviaron para terminarla».
Después, Akhwari siguió compitiendo a buen nivel y en 1983, ya retirado, recibió la medalla de honor de su país. Fue invitado a los Juegos Olímpicos de Sídney 2000 como reconocimiento, y participó como embajador de buena voluntad en los Juegos de Pekín 2008, donde llevó la antorcha olímpica en recuerdo a los 40 años de su hazaña.
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