Recuerdo perfectamente sus nombres. Pero hace tiempo que no nos vemos y no sé si les apatecerá salir en estas líneas. Así que me los guardo. A cambio, contaré sus historias. Las que fui descubriendo los días en que estuve de rehabilitación en el Hospital ... de Cruces. Siempre crees que tu drama es mayor que el de los demás. Hasta que llegas a lugares como aquél. Una pesa de 8 kilos había tirado de mi pierna, durante mes y medio a través de un sistema de poleas, hasta que por fin fue operada de nuevo. No habían pasado 24 horas de la segunda y ya estaba en rehabilitación. Descubrí dolores en partes del cuerpo que desconocía que existieran. Pero el sufrimiento bajó de intensidad tras ver a mi derecha a un hombre al que una furgoneta despistada había roto su futuro y su cuerpo en mil pedazos. Le extirparon el bazo y uno de los riñones, tenía las dos piernas rotas por seis partes y uno de sus brazos había quedado inútil de por vida. Ese fue su diagnóstico. Al verle no me atreví a pregustar por las vendas de la cara.
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- Al menos mi hija está bien. Solo tiene fractura de fémur abierta, como tú - me contó entre los escasos dientes que le quedaban y esquivando los dolores de la mandíbula rota. Y con esa frase me puso en mi sitio. No volví a quejarme de mi lesión. Antes de terminar la jornada ya éramos amigos del alma y con el paso de las semanas me convertí en su mayor admirador. No solo por su fuerza mental. También por su humor negro. Solo flaqueó un día. Cuando le confirmaron que perdería el ojo. -Bueno, le puedes pedir a Gila el ojo que inventaron los japoneses - solté para romper el silencio, al recordar aquél monólogo y lo mucho que nos gustaba a ambos. Nunca le había visto reír con tantas ganas. Fue una liberación. Para él y para el resto.
Allí las noticias, malas o buenas, se compartían. Uno de los que se unió con más vehemencia a las carcajadas fue un tipo alto y simpático que se había quedado parapléjico de la forma más absurda y cruel. Lanzándose con su hija un día de nevada por una pequeña cuesta. Iban subidos a un plástico y fue un pequeño desnivel. Muy pequeño. No iban rápido. Pero las vértebras se rompieron y no volvió a sentir las piernas. Era de los veteranos en rehabilitación y nos ayudaba en esos ratos en los que la fisioterapeuta tenía que atender a otro paciente. En poco tiempo había adquirido una habilidad con la silla digna de un malabarista.
Me quedaba embobado viéndole hacer giros que desafiaban a la gravedad. De hecho se había apuntado a un equipo de baloncesto en silla de ruedas. Al salir de allí se convirtió en un deportista puntero, en entrenador y en todo un referente para quienes acababan en su situación. Como la paciente más joven de la sala que había perdido el brazo al caerse de la moto y golpearse contra un quitamiedos que se lo segó a la altura del hombro. Otra campeona.
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Nada que ver con el tipo jeta que se había resbalado al pisar aceite en un taller, se había roto la rodilla y el peroné y solo pensaba en la indemnización y en pillar la incapacidad permanente total para largarse de un curro que no le gustaba, cobrar la pasta cada mes y hacer ciertos trabajos de manera oficial y otros bajo cuerda. Sabíamos que estaba curado de la pierna, pero cuando tocaba revisión su interpretación dejaba a De Niro en simple aprendiz. Cuando me fui seguía insistiendo en que no le habían dejado bien. Nadie le hablaba para entonces, pero tampoco se le veía preocupado. Como decía mi amigo - Con un solo ojo puedo ver que es un jeta. No entiendo cómo no lo ven en la SS -.
Y así pasaron los días. Cuando llegan los Juegos Paralímpicos no puedo evitar ver más allá del atleta. Busco a la persona. Todos tienen su historia. Hay quien nació con una discapacidad y quien la adquirió por enfermedad o accidente. Pero tienen un denominador común. Son gente valiente. Donde otros verían el final, ellos buscan otro principio. Volver a empezar. Imagino las lágrimas de dolor y rabia, el sudor por alcanzar cada reto y el empeño por no provocar lástima, sino admiración.
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Cuando veo a esos hombres y mujeres participando en disciplinas que para quienes no tenemos el cuerpo, la mente o los sentidos afectados o limitados resultan inalcanzables, me acuerdo de aquellos días de rehabilitación. Por eso no entiendo el empeño por utilizar el término «capacidades especiales». Creo que es un error. Porque ocultamos su doble mérito. El de ser capaces de hacer posible lo que para el resto nos es imposible.
Son héroes que cada día, sin necesidad de Juegos Olímpicos, merecen una medalla por desafiar y vencer a su propia discapacidad y, sobre todo, por ganarle el pulso a maldito destino. El resto son eufemismos y empeñarse en mirar para otro lado. No lo digo yo. Lo dice mi amigo, que tiene el ojo de Gila.
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