EMILIO V. ESCUDERO
Enviado especial a Tokio
Viernes, 23 de julio 2021, 18:38
Varios estudiantes de diferentes lugares de Japón recogieron el fuego olímpico antes de dirigirse a los pies de un monte Fuji figurado, ideado para la ocasión en el Estadio de Tokio. Allí, en la penumbra, esperaba el secreto mejor guardado. El último relevista. Uno ... de los iconos de los Juegos. La imagen que Japón quería ofrecer al mundo.
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La elegida era la tenista Naomi Osaka, exnúmero uno del mundo, cuyas novedosas trenzas irrumpieron de repente en los hogares de todo el mundo. Osaka, en el foco por su reciente aversión a las cámaras y la prensa, era de repente el epicentro de los objetivos del planeta. Buena forma de romper esa fobia antes de encarar el torneo más importante de su vida.
La elección de la tenista no es baladí. Encumbrada como la primera asiática que alcanzó el trono del tenis mundial, muchos de sus detractores no la consideraban como tal. De madre japonesa y padre haitiano, apenas vivió tres años en su país natal antes de trasladarse a Estados Unidos. Allí labró su carrera y allí ha vivido la mayor parte de su vida. Tal es su apego que ha ido olvidando su idioma nativo y le cuesta hablarlo, como ella misma reconoce en un documental que vio la luz hace algunas semanas en Netflix.
En el mismo, la propia Osaka asume esos temores a no ser reconocida por sus compatriotas como una más. A ser vista como una extranjera en su propio hogar. Unos temores que quedaron sin fundamento durante la ceremonia de inauguración de Tokio 2020 en la que Japón, por fin, le demostró todo su amor a su hija predilecta.
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Osaka, un producto de marketing típicamente americano –más allá del tenis, tiene su propia firma de ropa y disfruta con el diseño, las marcas y la moda y es portada frecuentemente en revistas de tendencias–, recuperó frente al monte Fuji su pasado. Sus orígenes. Feliz por verse en lo más alto en el día más importante del país. Un reconocimiento mutuo que cierra heridas y la impulsa antes de salir a la cancha, donde buscará recuperar la alegría con un oro olímpico en su casa.
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No han sido unos años fáciles para ella desde que se coronó reina del tenis mundial en enero de 2019. Entonces, tras ganar el Abierto de Australia, entró en un socavón vital que le mantuvo casi dos años alejada de los grandes títulos. Se adentró entonces en una espiral de resultados irregulares que le llevaron a dudar de sí misma y de su propia identidad. A preguntarse por todo lo que le rodeaba. A interesarse más por lo que vivía fuera de la cancha que por la raqueta. El cambio de entrenador le ayudó a recuperar las ganas y el triunfo en el US Open de 2020 confirmó un ese giro radical. Alegría renovada, pues la alargó también hasta el Open de Australia 2021. Una prueba positiva para mirar con optimismo este torneo olímpico incierto y plagado de bajas. El oro de su vida.
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