laura marta
Enviada especial
Jueves, 26 de agosto 2021, 00:21
El nigeriano Victor Farinloye se apoya en su bastón para acercarse a su entrenador; su rival, el ucraniano Viktor Didukh se menea al otro lado de la mesa sostenido por su muleta y la prótesis de la pierna izquierda. También el francés Clement Berthier confía ... en su modernísima extremidad ortopédica en su encuentro ante el británico Ross Wilson. En la mesa de al lado, el japonés Minami y el surcoreano Cho se toman un tiempo para respirar después de un gran punto, ambos limitados porque la silla de ruedas no se puede mover tan rápido como la pelota de ping-pong. Las categorías son muy difíciles de delimitar: imposible comparar la movilidad de uno con la del contrario. Sin embargo, al finalizar los partidos, el sudor, la alegría de un lado y la decepción del otro igualan las discapacidades.
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Para el español Miguel Toledo todo era nuevo: la mesa, la sede, los Juegos, primeros en su vida. Siempre quiso ser deportista y el fútbol fue su elección. Hasta que con 20 años se tiró de cabeza en una piscina y se golpeó con el fondo. Ahí se quedó. Imposible mover las piernas y tampoco parte del lado derecho del cuerpo; casi un año de rehabilitación ya como tetrapléjico.
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Se puso a estudiar, no quería ser una carga. Y años después, llegó el tenis de mesa. El lugar en el que refugiarse, convertirse en el deportista que quería ser. «Quiero motivar e incentivar a la gente para que haga deporte; es bueno para la salud y merece la pena». En Tokio, disfrutó de su primer encuentro. Partidazo a cinco sets contra el número cinco del mundo, pero el francés hizo valer su mayor pericia en el quinto parcial.
Como pericia demostró el egipcio Ibrahim Hamadtou, jugador sin brazos, quien, aunque no pudo con el coreano Park, dejó la imagen del día. Vestido de negro, cinta en el pelo y pie derecho descalzo. Porque coge la pala con la boca y lanza la pelota con el pie. Espectáculo de juego, dedicación, concentración y un cuello magistral que desesperó por momentos a su rival.
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Hamadtou, de 43 años, casado y con tres hijos, posee una musculatura en el cuello desarrollada hasta el punto de poder hacer remates, dándole velocidad a ese giro de cabeza e incluso efectos. Se tuvo que adaptar a vivir sin las extremidades superiores desde que a los 10 años cayó a las vías del tren y una máquina arrasó su vida anterior y sus dos brazos.
Después de un proceso de vergüenza y culpa, volvió a salir a la calle, y al deporte, aunque su primer intento con el fútbol fracasó porque no podía mantener el equilibrio. Pero encontró una disciplina que, a simple vista, no podía ser más contraria a su nueva realidad: el tenis de mesa. Y todo porque alguien le dijo que no podía. Comenzó a jugar con la paleta bajo la axila, pero no tenía fuerza para golpear. Así que inició su reconstrucción para convertirse en la máquina humana más perfecta que existe en tenis de mesa. Su talento le llevó a Río 2016 y a punto estuvo de clasificarse para Tokio, pero una lesión le impidió jugar el torneo previo. Al final viajó a Japón con una invitación personal. «El mensaje que puedo dar es que cualquier persona puede jugar a cualquier deporte», dijo ayer. Solo es cuestión de querer.
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