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Walter Hagen, en una foto de la década de los 20 del pasado siglo US Golf Teachers Federation

El dandy de Rochester que ganó once 'Majors'

PGA Championship ·

Walter Hagen fue el dios del golf en los años 20; elegante, excéntrico y derrochador, luchó a brazo partido para que los clubes respetaran a los profesionales

Iván Orio

Enviado especial. Rochester

Jueves, 18 de mayo 2023, 15:25

«No quiero ser millonario, sólo quiero vivir como uno de ellos». La frase, célebre en la historia del golf, es del profesional de Rochester Walter Hagen (1862-1969), el dios de este deporte en la década de los 20 del siglo pasado que se ... formó como jugador en un campo situado a escasos kilómetros de Oak Hill, sede del PGA Championship. El que sin duda es el gran ídolo local del oeste del Estado de Nueva York por sus victorias en once 'Majors' en trece años la pronunció en la recta final de una vida cargada de intensidad en la que mezcló la elegancia y el exceso y en la que luchó a brazo partido para que los profesionales fueran tratados con respeto. Y es que por aquel entonces los socios de los clubes más exclusivos les miraban siempre por encima del hombro y con desdén e incluso les prohibían la entrada en el club y hasta en los vestuarios.

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Hagen nació y creció en una casa muy humilde en una zona que hoy acoge algunos de los barrios más florecientes de Rochester. Hijo de una alemana y de un irlandés empleado como herrero en el ferrocarril, el pequeño Walter sólo tenía que dar unos pasos para convertir el camino de entrada a su hogar en un green. Vivía pegado al Club de Campo de la ciudad. Con sólo 7 años ya ejercía de cadie y su conocimiento del recorrido era tan exhaustivo que los ricos del lugar se lo rifaban para que les llevara la bolsa de palos. En sus ratos libres él también practicaba y pronto quedó claro que había sido tocado por los dioses. Superada la adolescencia aún era cadie, pero sobre todo profesor. A los socios les gustaba que les enseñara, pero no que les ganara. Le querían como asalariado, no compatir el tiempo con él de igual a igual. De eso nada.

Después comprobó que ese clasismo era bastante común en su país y, en especial, en Gran Bretaña. Antes había demostrado que tenía dotes de sobra para dedicarse al béisbol y estuvo muy cerca de dar el salto y fichar por un equipo importante, pero se decidió por el golf. Con 21 años ya quería inscribirse en el US Open, pero sus mentores le convencieron de que no tuviera prisa y que se presentara el curso siguiente con su juego algo más cuajado. Hagen era tremendamente irregular desde el tee, pero sus recuperaciones eran extraordinarias y el putter funcionaba como un reloj. Se plantó en el tee del 1 del Abierto de Estados Unidos en 1914 y lo ganó; repitió en 1919. Además se adjudicó en su carrera cuatro British (1922, 1924, 1928 y 1929) y cinco PGA (1921, 1924, 1925, 1926 y 1927). Sólo Jack Nicklaus y Tiger Woods tienen más Grandes.

Primero en ganar más de un millón

Más que con sus victorias en los torneos, el neoyorquino, un adelantado a su tiempo, amasó su fortuna con sus exhibiciones en numerosos campos y con acuerdos con algunas marcas. Fue el primer deportista en ganar más de un millón de dólares. Su imagen era siempre pulcra e impecable, con ropa muy cara y actitudes excéntricas que llamaban la atención. En las fiestas tras sus victorias el champán corría a raudales. Los billetes salían de sus bolsillos sin parar. En realidad sus excesos y extravagancias eran una venganza pública y en plato frío contra los ricos y poderosos que no muchos años atrás le habían despreciado. «No quiero ser millonario, sólo quiero vivir como uno de ellos». El golfista se revolvía contra quienes pensaban que el dinero les concedía más derechos que al resto, pero no renunciaba a los placeres de la vida.

En 1920 protagonizó un momento memorable. Se presentó en la entrada de la sede del British y preguntó dónde estaban los vestuarios. Le respondieron que los profesionales no podían usarlos, que debían cambiarse en un barracón próximo situado fuera del campo. Hagen se marchó y regresó poco después con una limusina Daimier que alquiló en la ciudad y que estacionó en el sendero que conducía a la casa club. La empleó como vestidor e incluso como comedor durante la semana en la que se celebró la competición ante la mirada atónita de los organizadores y los socios del torneo, incómodos con aquella imagen. La ostentación y los excesos ocultaron durante mucho tiempo la otra cara del dandy estadounidense, la de un luchador incansable dotado de un talento desbordante que reclamaba una y otra vez el respeto a su profesión.

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