El campo es una referencia en Estados Unidos. Oak Hill Country Club

El campo del PGA, un milagro de la botánica

Transformación ·

El tesón de un médico amantes de la naturaleza convirtió una tierra yerma en un paraíso poblado por miles de robles

Iván Orio

Rochester

Miércoles, 17 de mayo 2023, 00:20

Oak Hill (La colina del roble), el espectacular escenario del PGA Championship, es una obra maestra de la botánica, la demostración palpable de que la vida natural siempre se hace un hueco en la tierra aunque esta agonice por años y años de desgaste y ... maltrato. Este paraíso del golf de Rochester, en el Estado de Nueva York, circundado por robledales de postal era hace un siglo un páramo yermo que había sido castigado por una gestión descontrolada de los cultivos. El campo original no estaba allí, sino a varios kilómetros en una pequeña finca a orillas del río Genesee, pero sus socios, en un principio escépticos, llegaron a un acuerdo con la Universidad para una permuta de terrenos que beneficiaba a ambos. La institución académica levantaría el nuevo campus en una zona muy cotizada y los amantes del golf ganaban espacio para construir dos recorridos de 18 hoyos.

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El deporte de las maderas y los hierros era casi un recién llegado a este rincón cercano a Canadá, pero poco a poco ganó adeptos y el club se convirtió en uno de los referentes sociales de la comarca. Era necesario levantar una casa para que los socios pudieran reunirse y también para invitar y agasajar a los visitantes destacados del condado. Y se apostó por un majestuoso edificio estilo Tudor que todavía hoy en día preside las 36 banderas que jalonan los greenes de un recinto diseñado por Donald Ross, uno de los arquitectos más afamados de la época. En 1926 ya se podía jugar en los dos campos y los socios estaban encantados con las instalaciones. Pero faltaba algo. El verde estaba desnudo de vegetación, como una campa gigantesca sin horizonte definido. No había árboles para separar las calles y dificultar el tiro a los greenes. Era como un dibujo inacabado porque muy pocos pensaban que en una tierra 'quemada' por los cultivos pudieran crecer diferentes tipos de árboles que lo coloreasen.

En este punto de la historia surge la figura del doctor John R. Williams, un médico local inquieto y ávido por abrirse a otras áreas de conocimiento. Investigador pionero en el uso de la insulina para tratar la diabetes, era además un apasionado de la bocánica y la horticultura y había convertido el jardín de su residencia en un laboratorio al aire libre en el que probaba la fuerza del terreno para insuflar vida a determinadas especies.

Bellotas

En cuanto cerraba la consulta y visitaba a los pacientes en las viviendas próximas, se dedicaba en cuerpo y alma a su hobby para mejorar el aspecto de los campos. Un pasatiempo que finalmente modificó por completo su fisonomía porque Williams, tras un constante prueba-error, arriesgó y decidió sembrar las áreas desiertas de las calles con un gran número de bellotas de los distintos especímenes de robles que hay en el mundo.

A medida que los árboles comenzaron a crecer –miles y miles de robles, arces y olmos–, resultó evidente que la coincidencia casual de Ross y Williams en el mismo proyecto alumbró una «obra maestra», como sostienen los responsables del club. «Dejé de contar en 75.000», respondía el médico cuando le preguntaban por el número de frutos que había diseminado por el recorrido. Y siempre añadía: «El todopoderoso fue el arquitecto paisajista más grande de todos. Su plan era tener robles en Oak Hill».

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Cien años después de aquella 'ocurrencia' el campo de Rochester se ha convertido en una referencia internacional. Al inicio del presente siglo era el único de Estados Unidos que había albergado los seis principales torneos masculinos rotativos, además de la Ryder Cup de 1995. Un amante de la botánica obró el milagro.

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