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De vez en cuando, en el cada vez más profesionalizado y frío mundo del fútbol surgen historias cargadas de romanticismo, de pasión por unos colores, que devuelven la ilusión por este deporte, que hacen retroceder a otras épocas, pese a que hablemos de ... un ascenso a la Bundesliga, una de las ligas más poderosas del mundo. Porque el ascenso del Unión Berlín supone un hito en Alemania, la primera vez que este humilde pero muy orgulloso club del extrarradio de la capital germana llega a la máxima categoría desde que el fútbol alemán se reunificó tras la caída del muro. En la campaña 2019-20 habrá dos representantes de la antigua RDA pero emblemas de dos mundos completamente diferentes, el RD Leipzig, máximo estandarte del fútbol comercial propiedad de Red Bull, y el Unión Berlín, el club que siempre ha querido vivir a su manera, como ellos, dicen, libres en el bosque.
Hablar del Unión es hacerlo de la vieja RDA, de las luchas entre el poder y el pueblo, de la Stasi, del comunismo y el capitalismo… En aquella época, cada club de la República Democrática representaba a un colectivo del estado. El Dynamo, al servicio de seguridad, era el equipo odiado por la mayoría, el Lokomotiv Leipzig a los ferrocarriles, y así cada cual con su historia. La del Unión era la de una entidad situada en el barrio de Köpenick, cuyos aficionados eran obreros y gente de clase humilde que tenían muy claro quién era el enemigo. Cada vez que jugaban contra el Dynamo, un grito inundaba las gradas. 'Wir Wollen Keine Stasi Schweire' (No queremos a los cerdos de la Stasi). Obviamente, el futuro deportivo de un club que iba contra el estado democrático no era demasiado bueno, y así el Unión tuvo como mayor logro una quinta plaza en la temporada 1970-71. Pero lo que nunca falló fue la identidad de club de sus aficionados, que siempre han estado ahí para sostenerle.
Con la reunificación llegaron los descensos, el deambular por categorías inferiores y los muchísimos problemas económicos que ha debido sortear el Unión para sobrevivir. Pero siempre han tenido ese apoyo de sus seguidores. Dos ejemplos ilustran hasta qué punto el club está en manos de sus aficionados. En 2004, los responsables consideraron que la única forma de sobrevivir era vendiendo el estadio, su gran posesión. An Der Alten Forsterei (El estadio de la vieja caseta del guardabosques) es el emblema del Unión, y el plan que idearon fue crear 10.000 participaciones de 500 euros para vender el campo a personas que de verdad desearan formar parte de la familia berlinesa. La iniciativa fue un total éxito y todas se vendieron. Es decir, los aficionados del club compraron el estadio para que el club pudiera subsistir.
Años después, ya con las cosas más estables, el Unión subió a la Segunda Bundesliga, donde ha militado hasta ahora. Pero había que adecuar el viejo estadio a las condiciones para una categoría profesional. Así que 2.000 socios trabajaron gratis durante 300 días para convertir el Alten Forsterei en un estadio de verdad. A día de hoy su aspecto es magnífico, con más de 20.000 plazas y todas las condiciones para poder militar el próximo curso en la Bundesliga.
Esos problemas económicos que siempre ha padecido el club crearon otra de las curiosas señas de identidad del Unión. Hasta 2012, todos los jugadores que llegaron a la entidad lo hicieron con la carta de libertad bajo el brazo. Nada de traspasos hasta que ya no tuvieron más remedio, pero nada comparado con lo que se mueve hoy en día en Alemania. El fichaje más caro en la historia del Unión es Sebastian Polter, por el cual pagaron 1,6 millones al QPR y el segundo se ha producido este año al incorporar al georgiano Akaki Gogia por un millón procedente del Dynamo Dresden.
Esta temporada ha sido histórica. De hecho, el pasado curso el equipo estuvo siempre merodeando la zona alta, pero ha sido en este cuando el Unión se ha metido de lleno en una batalla con tintes históricos. El ascenso parecía cosa de Colonia y Hamburgo, dos grandes descendidos que tenían todos los boletos para volver a la Bundesliga, hasta que el segundo de ellos comenzó a fallar. Fue ahí cuando irrumpieron Paderborn y Unión, que pelearon por la segunda plaza de ascenso directo que fue para los primeros. El equipo berlinés, dirigido por el suizo Urs Fischer, fue el que más tiempo estuvo sin perder un partido en la temporada, pero tras algunos altibajos, sacó fuerzas para ser tercero y asegurarse la promoción de ascenso. Esto ya era histórico de por sí. Pero quedaba la guinda. Había que derrotar al Stuttgart, todo un clásico de Alemania, y en la ida, jugada allí, el Unión sumó un magnífico empate a dos. Este lunes quedaba el último paso, en el abarrotadísimo Alten Forsterei. El sufrimiento fue mayúsculo, pero el empate a cero dio paso a una celebración indescriptible, con miles de fans invadiendo el terreno de juego y celebrando algo que probablemente casi nadie hubiera imaginado. El curso que viene estarán entre la élite de Alemania, codeándose con Bayern, Borussia, con un derbi ante el Hertha de Berlín… Y mientras tanto, se acordarán del viejo enemigo de la Stasi, aquel Dynamo de Berlín que hoy vaga por la Regionalliga alemana. Así es el Unión, siempre un equipo libre.
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