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Se esperaba con mucho interés la reaparición en público de Luis Enrique y las expectativas no quedaron defraudadas. Consciente de que el gran tema del día era su desencuentro con Robert Moreno, el técnico asturiano lo abordó sin más dilaciones que las obligadas por las ... normas básicas de cortesía en un acto público. Tras los saludos y los agradecimientos de rigor, aseguró que la responsabilidad de que el que fuera su segundo no lo vaya a seguir siendo en esta nueva etapa es exclusivamente suya, no de Rubiales o Molina. Dicho esto, explicó el motivo. A su juicio, Moreno ha sido desleal con él. Le faltó poco para decir que le había traicionado, pero no se atrevió con una expresión tan rotunda.
Esta cruda apelación a la deslealtad había que justificarla y Luis Enrique lo hizo a su manera. Según dijo, le pareció que Robert Moreno no era leal con él y demostraba «una ambición desmedida» cuando, en una reunión que mantuvieron el 12 de septiembre, le confesó su ilusión por dirigir a España en la Eurocopa. Fueron éstas unas palabras extrañas, sospechosas. Entre otras razones, porque obligaban a asumir un presupuesto absurdo: que la única forma que tenía su antiguo ayudante de serle fiel y no pasarse de ambicioso era haber rechazado el cargo que le ofreció la Federación, ya que aceptarlo -¡y más ilusionarse con su desempeño!- equivalía a apuñalarle por la espalda. Poco más o menos.
Llegados a este punto, fue inevitable preguntarse por los sentimientos de Luis Enrique. ¿Por qué sintió que Moreno le había traicionado? Esta era la pregunta del millón de dólares. Miguel Ángel Toribio, de 'Radio Marca', se la hizo en cuanto recibió el micrófono, aunque no de un modo tan directo. Prefirió entrar por otro flanco, más elegante y certero. Se me hace difícil recordar una rueda de prensa, relativa a una cuestión polémica, en la que la primera pregunta impacte de ese modo en el centro de la diana. Le preguntó Toribio por qué, en lugar de verlo como una deslealtad, el hecho de que Moreno pudiera dirigir a la selección en la Eurocopa no lo veía como algo ilusionante, una buena noticia de la que él, como amigo, tenía que alegrarse. Luis Enrique no contestó. Se fue por la tangente. Y con ello aclaró muchas cosas.
La realidad es que, a lo largo de estos meses de ausencia, Luis Enrique nunca ha dejado de creer que él era el seleccionador y Robert Moreno, un sustituto interino. No importa que ahora lo niegue. Ni que asegure una y otra vez que se fue de verdad, con todas las consecuencias. Ni que insista en que la RFEF no tenía el más mínimo compromiso -o deber moral, podríamos decir- con su persona. Porque, si esto fuera cierto, no sería posible explicar la deslealtad de Moreno. ¿En qué habría consistido? ¿Por qué razón no iba a estar ilusionado con la Eurocopa cuando fue la misión que Rubiales y Molina le encomendaron cuando le renovaron en junio? ¿Dónde está aquí esa ambición desaforada, esa perfidia que, según dijo Luis Enrique, él nunca cometería?
La realidad es que, a día de hoy, con la información de la que disponemos es más fácil pensar que, por una cuestión de celos, los que han mostrado muchos grandes entrenadores con sus segundos cuando éstos han dado el salto, en esta historia el que ha sido desleal -y desde luego, muy egoísta- ha sido el entrenador asturiano. Precisamente por no alegrarse de corazón, con generosidad, de lo bien que le iban las cosas a su antiguo colaborador. Para pensar lo contrario necesitaríamos saber algo que no sabemos y quizá no sepamos nunca, ya que se trata de una información íntima, vinculada a una antigua amistad. Y es que tampoco podemos descartar que Luis Enrique siempre haya pensado que Roberto Moreno sabía perfectamente que, en el fondo, sin necesidad de tener que decírselo, él estaba deseando volver a La Roja. Y también que ese regreso iba a ser para él como volver a la vida tras unos meses de dolor inmenso. Si las cosas fueran así, debería haberlo reconocido ayer. Con valentía. Sin embargo, prefirió cargar contra el más débil.
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