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Podemos confeccionar largas listas con los goleadores más certeros, los porteros más seguros o los centrocampistas más ingeniosos, de la misma forma que podemos establecer un escalafón con los entrenadores más preclaros, pero nos sobrarían los dedos de una mano si tuviéramos que escoger a ... un futbolista o a un entrenador en función de su impacto más allá de los estadios. Johan Cruyff, que falleció hace cuatro años, fue, sin ninguna duda, uno de esos elegidos cuya aportación contribuyó a cambiar el rumbo de la historia de este deporte, primero en el césped y después desde el banquillo.
El Cruyff jugador puso a Holanda en el mapa futbolístico y el Cruyff entrenador rescató de su melancolía a un Barcelona perpetuamente frustrado, dotándole de una personalidad y un estilo que se han convertido en una seña de identidad más reconocible que el propio escudo.
La irrupción del Ajax de Cruyff tuvo un impacto brutal a comienzos de los 70, sobre todo en los adolescentes que, como los de ahora, manteníamos la llama de la ilusión rojiblanca con el combustible de las historias que nos contaban nuestros mayores. Pero la de los 'once aldeanos' ya nos sonaba tan lejana como la Guerra de las Galias. La final de Copa ganada al Elche y la frustrada Liga de la siguiente temporada apenas lograron sacarnos de la depresión para instalarnos en la nostalgia.
Y de pronto, ¡bang!, apareció en la televisión en blanco y negro aquel equipo desconocido, con su extraña camiseta; unos tipos con poca pinta de futbolistas pero que jugaban al fútbol como nunca antes habíamos visto. Hulshoff, Neeskens, el portero Stuy, un gordito con el jersey por encima del pantalón, Keizer, Haan, Suurbier, Krool, Rep… y brillando por encima de todos, Cruyff, con el '14' a la espalda, cuando los números iban del 1 al 11. Comparar a nuestros buenos chicos peinados a raya con aquellos irreverentes melenudos era pasar de los Cinco Bilbaínos a los Rolling Stones.
Aquel Ajax que imaginó Rinus Michels y redondeó Stefan Kovacs acabó con la ortodoxia de las viejas tácticas. Todos jugaban en todos los puestos. Era el fútbol total. Un universo en apariencia caótico que funcionaba como un reloj gravitando en torno a Cruyff, un presunto delantero centro que bajaba hasta el círculo central, caía a las dos bandas, regateaba, centraba y remataba pero, sobre todo, se escapaba de todos sus marcadores con un cambio de ritmo brutal. La selección holandesa, la célebre 'naranja mecánica' que deslumbró en el Mundial de Alemania en 1974 fue la prolongación de aquel Ajax inolvidable.
Primero conocimos al Cruyff futbolista y después al Cruyff rebelde que siempre trazó por sí mismo el camino que quería recorrer. Supimos que llegó al Barcelona porque así lo decidió cuando se enteró de que el Ajax estaba negociando su traspaso al Madrid. Sus compañeros del vestuario le recuerdan como un líder que reclamó para los futbolistas la parte correspondiente de los beneficios que ya llegaban al fútbol por conceptos como la publicidad.
Debutó en el Barcelona en la octava jornada de la temporada 73-74, con el equipo a un punto del descenso, y lo hizo campeón después de catorce años de sequía. Esa Liga y una Copa fue todo lo que ganó como futbolista azulgrana, aunque su impacto fue más allá de los títulos, pero para impacto, la bofetada que le atizó Villar en San Mamés. Para los culés el 0-5 en el Bernabéu fue durante muchos años su trofeo más valioso.
La fotografía, que ilustra estas páginas, en la que se ve a Cruyff enfilando el túnel de vestuarios de La Rosaleda escoltado por tres policías tras ser expulsado por el bilbaíno Orrantia, es la constancia gráfica de una rebeldía que alcanzó su cima cuando bautizó a su hijo Jordi en aquella España franquista. Acabar la carrera ganando la Liga y la Copa en el Feyenoord, eterno rival de su Ajax, después de pasar por el entonces anecdótico fútbol americano y el Levante de Segunda, completan su perfil de iconoclasta.
Su trayectoria como entrenador no desmerece sus registros como futbolista. Al contrario. Desde el banquillo culminó la obra que empezó vestido de corto sistematizando una forma de entender el juego que en realidad solo está al alcance de unos pocos. Armó aquel dream team fichando de golpe a Bakero, Begiristain, Julio Salinas y López Rekarte a los que se después se sumaron Laudrup, Stoichkov y Jon Andoni Goikoetxea. La primera Copa de Europa de la historia del Barcelona y cuatro Ligas consecutivas, dos de ellas por los 'suicidios' del Real Madrid en Tenerife y una tercera gracias a aquel penalti fallado por el deportivista Djukic en Riazor, constituyeron el grueso de su cosecha de títulos oficiales, pero lo que sembró aquel rebelde inconformista perdurará para siempre entre los que amamos el fútbol.
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