Aficionados argentinos celebran la victoria en un bar del centro de Vitoria. Igor Martín

Vitoria también late con sangre albiceleste

Decenas de aficionados argentinos viven la dulce agonía en el centro de la ciudad. «Si no se sufre no vale»

Domingo, 18 de diciembre 2022

Pocos pueblos hay más emocionales que el argentino. De la euforia al pesar en apenas segundos. Cuando entra en juego el fútbol, el culmen de la intensidad anímica, todo se maximiza. Si hay algo que levanta pasiones en el país es el balompié. Poco tiene ... que ver que el partido del año se vive a 10.000 kilómetros de casa, en Vitoria. La sangre sigue siendo albiceleste. Con el abanico más amplio posible de emociones han vivido decenas de argentinos el choque que ha dado la tercera estrella a su selección.

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Todos llenaron una céntrica taberna vitoriana, donde no cabía un alfiler. Alguno se encaramaba a la ventana para intentar ver desde las rendijas unos segundos de la final. Otros, los menos, esperaban fuera, incapaces de aguantar delante de la pantalla. Una cifra que osciló, aunque fue a más cuando terminaron los noventa minutos y el choque se fue a la prórroga. «Vete llamando al médico», aseguraba un aficionado. A su lado, otra confirmaba la intensidad emocional de la cita. «La gente mayor, aquí fuera. Los jóvenes dentro», bromeaba.

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También miradas al suelo. Y juramentos. Muchos juramentos. Pocos dominan el insulto tanto como los argentinos. Clásicos, pero también invenciones difíciles de reproducir. Era la vía para soltar tensión. Contra los jugadores franceses, el árbitro o el primero al que enfocase la cámara. La forma de lamentar la mala suerte de un partido que pasó, en minutos, de estar encarrilado a irse igualado al tiempo extra. Pero ni entonces cesaron los cánticos de ánimo y la indiscutible estrella sonora del Mundial: «Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar. Quiero ganar la tercera, quiero ser campeón mundial», rezan los versos más conocidos de una canción que también atronaba en Vitoria.

Himno con referencias a Maradona. 'Al Diego'. El hombre, el genio y el Dios para una nación cuya iglesia es la grada. Así que los «Gracias a Dios» de un aficionado arrodillado cuando Montiel marcó el penalti decisivo tenían ese tono ambiguo. El del recuerdo a una figura cuyo testigo terminó de coger ayer Lionel Messi, 36 años después de su último triunfo, con Maradona como estrella.

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«Dos minutos al baño y nos metieron dos goles»

El triunfo, más que arranques incontrolables de euforia, liberó a muchos de un peso enorme. La losa de años de sinsabores y agonías amargas. La de ayer fue dulce. Para algunos, no había otra manera de ganar. «La historia dice que teníamos que sufrir para ganar. Es la historia de Argentina. Si no se sufre no vale», ilustraban Matías y Aritz, ya fuera del bar, dando rienda suelta al fervor colectivo.

Con la tercera estrella cosida en el corazón, el sufrimiento previo quedaba casi en anécdota. «Me fui dos minutos al baño y nos metieron dos goles», relataba uno de ellos. Momento de banderas, pitos, bombos y algún valiente sin camiseta. Por haber, hubo hasta lanzamiento de cava. Y loas a los héroes cuando se acercaron a los trofeos. El santo Messi, el líder. Pero también el portero, Emiliano Martínez. El Dibu ya es, como poco, beato. «Messi ya hizo historia, pero también el equipo que viene atrás», sintentizaban Matías y Aritz. Otros, mientras, regresaban al interior de la taberna para ver como, ahora sí, Argentina alzaba al cielo la copa dorada. Vaya que sí se volvieron a ilusionar.

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