A escasos metros del lugar en el que hace siete meses entrenó la campeona del mundo, en San Mamés, un millar de personas han celebrado este domingo el nacimiento de la tercera estrella en la camiseta albiceleste. La inmensa mayoría eran argentinos, hombres, mujeres, niños, ... familias, pero también vascos emparentados en estos momentos con la nación más feliz del planeta. La explanada de La Catedral fue el punto de encuentro de una pasión que no conoce límites ni admite comparaciones con ninguna hinchada de este mundo, el epicentro de la alegría que cogía tamaño conforme pasaban las horas. Banderas, camisetas, bufandas y cánticos, que festejaban la victoria de Argentina.
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«Llegará más gente, pero tardarán un poco porque vienen de Gernika», pedía paciencia Valentino, nacido en La Plata, pero criado en Italia. Llevaba una camiseta con el número 10, un homenaje al ya más grande de la historia. «Esto es alegría máxima. La Copa une mucho. Somos un país que vive una situación dura», comentaba el joven en alusión a los problemas financieros y de inflación –está en un 92,4%– que ahogan la economía de Argentina. Por un instante, las dificultades quedaron en un segundo plano y dejaron paso a la gloria del Mundial, el pegamento que conectaba a todos los argentinos reunidos en los aledaños de La Catedral.
Iban llegando poco a poco, cada vez más numerosos, hasta que decenas se hicieron centenares. Niños de corta edad con sus padres, parejas jóvenes, adolescentes y los que peinan canas eran los rostros de la felicidad. «¡Muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar...!», fue el himno entonado una y otra vez. La letra la modificó en 2021 un aficionado llamado Fernando Romero – el grupo bonaerense 'La mosca Tsé-Tsé' cantaba «Muchachos, esta noche me emborracho»– y la convirtió en el patrimonio de la hinchada. «Vivir en Argentina es como el partido de este domingo, pero todos los días», explicaba un sereno Carlos Carranza, de Córdoba. Es músico. Se instaló en Bilbao hace año y medio junto con su hijo Ricardo y hablaba con una bandera atada al cuello. «El país necesitaba una alegría. Hicieron una encuesta. Preguntaron a los argentinos si querían bajar la inflación o ganar la Copa». Eligieron la tercera estrella. «Ahora somos todos uno. No hay diferencias políticas ni ideologías. Luego, mañana, volveremos a la realidad».
«El que no salta es un inglés»
Hora y media después del triunfo, en la explanada había un millar de personas. Llegaban en coches, motos, furgonetas, andando. «¡Vamos Argentina, dale campeón...!», era su saludo. «He sufrido mucho por mi país y por Messi», decía Pilar, nacida en un «pequeño pueblo del interior de Buenos Aires». Adora al '10'. «Somos la generación de Leo. Se ha convertido en el mejor de la historia», apuntaba Ezequiel, de Mendoza. «Diego debe estar muy contento», añadió su amigo Enzo, de la misma ciudad. Respiraban aliviados, y se acordaban de sus familiares que celebraban la victoria de un país «entregado a la cultura del fútbol».
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«¡El que no salta es un inglés!», fue otro cántico empleado. Y el muchas veces repetido «¡Un minuto de silencio.... (se callaban) para Francia, que está muerta!». Todos confesaban que habían sufrido muchísimo con el «maldito Mbappé». Unos metros más allá de la alegría albiceleste, un grupo de marroquíes tiraba fuegos artificiales y cantaba a su selección. Solo estuvieron unos minutos y se marcharon. Una chica vino con una foto de Messi caracterizado como un santo. La levantaba al cielo. Valentino seguía contento.
– ¿Y mañana, qué?
– A trabajar. Soy autónomo.
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