El Mundial y los recuerdos
Análisis ·
De aquel 82 tengo en la memoria programas cutres de televisión, series de dibujos protagonizadas por Naranjito y la disparatada retransmisión del sorteo de los grupos en el Palacio de Congresos de MadridAnálisis ·
De aquel 82 tengo en la memoria programas cutres de televisión, series de dibujos protagonizadas por Naranjito y la disparatada retransmisión del sorteo de los grupos en el Palacio de Congresos de MadridEscucho y leo que el Mundial de 2030 se jugará en España, entre otros países de un batiburrillo que la FIFA quiere montar, y me vienen un par de cosas a la cabeza. La primera es que da la sensación de que en el máximo ... organismo futbolístico las ideas van dando bandazos de córner a córner, de área a área. Son ocurrencias box to box, como les gusta decir a los 'panenkitas' -la expresión más afortunada del veterano periodista Roberto Gómez en décadas de carrera profesional-. Del Mundial de Qatar con todos los campos en cincuenta kilómetros a la redonda, al que acaban de adjudicar a España, Portugal y Marruecos, pero también a Argentina, Uruguay y Paraguay.
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La segunda cuestión está supeditada a los recuerdos, la mayoría casposos que relacionan España y Mundial. Los lectores jóvenes y de mediana edad sólo tienen una idea aproximada de lo que fue aquello, pero el año 1982 fue el de los programas cutres de televisión, como el concurso 'Gol y al Mundial 82' presentado por Miguel Vila, la serie de dibujos animados 'Fútbol en acción', con Naranjito como protagonista, y otros personajes como Clementina, Citronio y el malvado Zuspra, y, por supuesto, la disparatada retransmisión del sorteo de los grupos en el Palacio de Congresos de Madrid, con ese «ya estamos dentro», que se le escucha decir a un jovencísimo Matías Prats, que no sabía que su voz salía en antena, los gestos de un regidor con traje y pantalón campana dando órdenes en medio del escenario en imágenes transmitidas a todo el mundo, y, por supuesto, el inenarrable sorteo, que pueden ver en internet si tienen bajos los niveles de vergüenza ajena, con los niños de San Ildefonso sacando las bolas que se atascaban en los bombos, o se partían por la mitad antes de salir, mientras Joao Havelange, presidente de la FIFA, con Pablo Porta y Joseph Blatter a su lado, permanecía impertérrito.
Fue un Mundial cutre en el que ni siquiera todos los campos habían instalado un marcador electrónico (San Mamés sí), y los goles se anunciaban en tablones, cuando casi una década antes, en Alemania 74, todos los estadios tenían su tanteador luminoso. Era el campeonato que todas las marcas comerciales quisieron rentabilizar con la selección, cuyos jugadores lo mismo anunciaban bitter Kas que se vestían con trajes de Emidio Tucci para filmar un spot en el que Urkiaga lucía una elegante combinación gris clara para defender un córner, Quini remataba de chilena con un impecable terno azul y Arconada replicaba con una estirada, también vestido de oscuro y con unos incalificables zapatos blancos y negros. «Todo un título mundial de elegancia en la España del 82», concluía aquel anuncio de El Corte Inglés.
Cómo olvidar todo aquello, y a los ingleses acampados en las campas de Aixerrota, que dieron muy pocos problemas, y que recorrían el camino hasta el centro de Algorta donde el Ayuntamiento había instalado un bar en una lonja, que ahora ninguna autoridad permitiría abrir, para emborracharse y ver los partidos en una pantalla que entonces llamábamos gigante y ahora sería un televisor de 55 pulgadas, en la que se proyectaban las imágenes en un no va más de la tecnología punta de aquellos tiempos. También bajaban hasta una playa de Ereaga limpísima, después de la campaña de los tabloides británicos sobre la suciedad, con fotos después de una galerna, para jalear a su selección, alojada en el hotel Tamarises, a cuyos balcones se asomaban Kevin Keegan, Terry Butcher, Paul Mariner y compañía, en aquellos días de calor insoportable en pleno mes de junio.
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El mismo día que los ingleses jugaron en Bilbao contra Checoslovaquia, en Gijón se perpetró un hecho que en una ocurrencia genial, los responsables del periódico 'El Comercio' trasladaron a la sección de Sucesos con un titular que decía: «Unas 40.000 personas, presuntamente estafadas en El Molinón por 26 súbditos alemanes y austríacos». Era la crónica del Alemania-Austria, un tongo de libro que clasificaba a los dos equipos con el 1-0 alemán y que dejaba fuera a Argelia.
Casi todo fue cutre en aquel Mundial, hasta la clasificación de Italia en la primera fase, con tres escuálidos empates en la sublimación del mínimo esfuerzo y gracias al goal average con Camerún. Jugaban en Riazor, con solo tres tribunas, otro detalle de aquel campeonato extraño; como la clasificación con cierta ayuda arbitral de España a la segunda ronda, o la irrupción de Paolo Rossi, que había estado inhabilitado por dos años tras un escándalo de apuestas ilegales, en la segunda fase, para hacerle un triplete a Brasil, la selección más poderosa del Mundial, otros dos a Polonia en semifinales y el gol que abría el marcador en la final contra Alemania.
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El Mundial de España de 1982 fue la sublimación de todo lo carpetovetónico que todavía quedaba en un país que intentaba abrirse a la modernidad. En 2030 será otra cosa, aunque siempre recordaremos al presidente de Italia, Sandro Pertini, celebrando la victoria de su selección en el palco del Bernabéu. Y a Naranjito, claro.
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