Preguntado por sus preferencias en este Mundial de Qatar, Javier Clemente, tras mostrar su inclinación por los jugadores del Athletic (nobleza rojiblanca obliga), ha señalado que «yo voy exclusivamente con Luis Enrique». No es la primera vez que el Rubio de Barakaldo expresa su cercanía ... con el asturiano, que también lanzó piropos al que fuera su seleccionador en los 90. El gijonés llegó a decir que, de jugador, fue Clemente el entrenador con el que iría al fin del mundo, que incluso se tiraría por un puente si él lo pedía, y con una sonrisa además. No se puede decir nada mejor de un jefe, de un líder, en cualquier faceta de la vida y también en el deporte.
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Los analistas de «la cosa» (según acuñara un exjugador del Athletic en su única convocatoria) ya han advertido similitudes entre ambos seleccionadores norteños, en algunos casos para vituperar su relación con la prensa, y en otros para ponderar su común capacidad de conjurar a un grupo tras de una idea. ¿Son equiparables Javi y Lucho? ¿En qué concuerdan y en qué discrepan? Yo, por mi parte, diré ya que han sido, ambos dos, mis seleccionadores favoritos del combinado español, por encima de los Vicente del Bosque o Luis Aragonés, históricos por sus títulos, comandando, eso sí, una enorme generación de futbolistas. Pese a mi daltonismo en esta cuestión (tiendo a ver el verde por encima del carmesí, y éste siempre listado con el blanco) reconozco que nunca me ha concitado mayores simpatías el devenir de la tropa hispana que cuando estos dos monstruos han ocupado su banquillo. Quizá por lo que representan. Quizá por los callos que pisan, por lo general callos a la madrileña.
Javier Clemente y Luis Enrique Martínez son dos grandes. Su currículo lo manifiesta. Su manera de dirigir, más. En el caso del vasco, por encima de todo, haciendo grande al Athletic, lo que los zurigorris nunca podremos olvidar. La capacidad para motivar, hacer laborar al colectivo, y blindarlo de ataques externos, se la llevó a la entonces llamada «Furia». Como el conformar un conjunto que se lo crea, teniendo en lo que creer, y defenderlo a capa y espada de la canallesca, despiadada con el que no identifica como de los suyos.
Así es también Luis Enrique, al que de no ser asturiano le hubiera gustado ser vasco. Combativo con la central lechera (que bautizara Guardiola), otros daltónicos que todo lo ven blanco. Y si no hay blanco, todo negro. Olvidando que el sacrosanto Real Madrid triunfa con una legión extranjera, y no dispone casi de jugadores españoles ni canteranos, a diferencia de su rival blaugrana. Y Lucho, no puede ocultarse, mira a esta su casa de adopción, dando confianza a las perlas de La Masía. El seleccionador asturiano da paso a quienes quieran tirarse por el acantilado si necesario fuera. Como hizo Clemente con él. Sin figuras que no miren decididamente por el grupo. No hay más que oír las declaraciones de los jugadores, que asumen un cierto desprecio mediático, como le ocurriera en tiempos de Clemente a su guardia pretoriana. Luis Enrique asume el protagonismo de la misma manera. Habla y desafía a los críticos, sin pelos en la lengua. También cuando la cosa se tuerce. Lo que le espera si el Pearl Harbor del pasado jueves deriva en otro desastre de Annual el día de la Constitución.
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Ya sé que las propuestas futbolísticas de Clemente y Luis Enrique se asemejan poco. Aquél, decían, habilitaba defensas para el medio campo. Éste, centrocampistas para la retaguardia. Javier siempre ha buscado equipos físicos, bien construidos desde atrás. Lucho confía ciegamente en la posesión y en el control del juego con futbolistas menudos con desparpajo. La brega sin cuartel no es negociable. Eso sí que es denominador común de ambos, junto a la confianza en el propio plan y las agallas para defenderlo en primera persona. Clemente y Luis Enrique, rebeldes con causa, la rebelión de la periferia.
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