
Salvador González Marco, Voro, ha sido siempre un hombre serio, sensato y cumplidor. Esto explica muchas cosas. Especialmente, que vuelva a ser por octava vez ... entrenador interino del Valencia, del que Gattuso ha acabado saliendo como un señor. Y es que, frente al disparate absoluto y permanente que viene siendo la gestión del club ché desde hace al menos dos décadas, nada mejor que un tipo así, un antiguo central y lateral derecho, sobrio y pálido, que se hubiera dejado emplumar y desterrar de su pueblo subido a un burro antes de cometer una ligereza en el campo.
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Hay algo, sin embargo, que comienza a resultarme sospechoso en Voro. Me refiero a su paciencia bíblica, a su conformismo mineral. Y es que una cosa es ser un hombre de club hasta la médula como es él -exjugador ocho temporadas, delegado del primer equipo durante doce años, 'team manager' desde 2017 y técnico en 2008, 2012, 2015, 2016, 2017, 2020, 2021 y 2023-, y otra muy diferente soportar la deriva de ese mismo club sin decir una palabra más alta que la otra, sin dar un portazo y salirse del engranaje nefasto que ha impuesto Peter Lim desde su llegada hace nueve años.
No es fácil la posición de Voro, hay que reconocerlo. Plantea contradicciones y problemas de conciencia, incluso un debate interior entre la ética de la convicción y la de responsabilidad que podría desvelar por las noches a una marmota. Estar ahí, siempre atento, presto para el rescate, al quite para apagar incendios y resolver situaciones endemoniadas con la eficacia del señor Lobo del 'Pulp Fiction', es una gran virtud. Sin duda. Cualquier institución -y más un club de fútbol convulso por naturaleza- desea tener un activo así. Es oro molido. Ahora bien, también es inevitable preguntarse si un personaje como Voro no acaba siendo a su vez una pieza valiosa, casi estratégica, para sostener y hacer perdurar un régimen chapucero y atrabiliario como el del empresario de Singapur, contra el que la afición valencianista lleva años clamando en el desierto. El partido de Copa contra el Athletic fue la última demostración.
Y sigamos con preguntas inevitables. Si es un hombre de club hasta lo más profundo de su ser y si su vocación de servicio al Valencia es tan radical, ¿acaso a estas alturas no debería plantearse Voro un gesto heroico que le acabe convirtiendo en leyenda? Me refiero, claro está, a liderar la oposición que tumbe a Lim y convertirse, por supuesto, en el próximo presidente del Valencia. Sería la jugada perfecta. Nada de seguir como apafuegos de un incendiario de Singapur, nada de continuar diciéndole a todo amén, nada de más servidumbres. El sitio de Voro -y alguien debería decírselo- no es el banquillo. Son las barricadas de Mestalla. ¡Voro for president!
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