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Vinicius se dispone a ser coronado este lunes en París mientras el Real Madrid aún tiembla por la sacudida que le propinó el Barça en el clásico disputado el sábado. El vapuleo que sufrió el cuadro de Chamartín ensombrece la entronización del brasileño como ... mejor futbolista del planeta que tendrá lugar en el Theatre du Chatelet. Un Balón de Oro merecidísimo por parte de un astro que marcó 24 goles, repartió 9 asistencias y coleccionó un reguero de acciones extraordinarias que alfombraron la ruta que condujo a los blancos a un doblete Liga-Champions inolvidable, pero que recogerá sin embargo en un momento convulso para la escuadra a la que representa.
A seis puntos en la Liga de un Barça que vuela y confirmando el sábado de nuevo las malas sensaciones que viene ofreciendo desde que la campaña alzó el telón, el conjunto que dirige Carlo Ancelotti disfrutará a bombo y platillo de una fiesta que agradece a modo de tregua, pero está en la lona y necesita levantarse cuanto antes, a riesgo de que la crisis de juego y resultados por la que atraviesa se desboque.
Aterrizará la expedición del Real Madrid en París con toda la parafernalia que suele acompañar a este tipo de actos. Los blancos han dispuesto una nutrida delegación para arropar a su estandarte en una noche en la que otros cinco futbolistas de la actual plantilla, además del ya retirado Kroos, figuran entre los 30 finalistas al Balón de Oro, y en la que también Ancelotti y Lunin optan a un galardón. El italiano es favorito al premio de mejor entrenador, una distinción de nuevo cuño en la gala, mientras que el ucraniano pugna por el Trofeo Yashin que distingue al mejor portero y que hace dos años recayó en su compañero Courtois. La ceremonia supondrá un pequeño respiro para los blancos mientras arrecian las críticas.
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Ignacio Tylko
Salió muy malparado el Real Madrid del clásico. Cuatro goles encajados, un puñado de errores individuales que contribuyeron al naufragio colectivo y, sobre todo, la constatación de que, a día de hoy, existe un abismo con el Barça. Mientras los azulgranas han implementado a la perfección el trepidante libreto de Hansi Flick, muestran un rostro lozano y juegan con los ojos inyectados en sangre y una pasión febril, al Real Madrid le consumen las dudas en lo que atañe a la pizarra, sus futbolistas carecen de la intensidad necesaria en largos tramos de los encuentros, sucumben con facilidad al desorden y a veces pecan de individualismo. Les falta actitud y las llamadas a capítulo de Ancelotti caen en saco roto.
Pocos se salvan de la quema en un equipo que vive horas bajas. Debería apabullar el Real Madrid en el plano físico, pero las lesiones le golpean, sus estrellas distan de presentar un estado óptimo y hasta se cuestiona ya el tantas veces glorificado 'método Pintus'. No hay atisbo de la solidaridad, el compromiso y la capacidad de sacrificio que fueron determinantes la campaña anterior. Los registros defensivos palidecen en comparación al curso pasado y sobrevuela el peligro de que la tropa de Ancelotti se desenganche de la pelea por la Liga si el Barça mantiene el demoledor ritmo que ha impuesto y no hay una pronta reacción en Chamartín.
A diferencia del Barça, no está bien ensamblado este Real Madrid, como se puso de manifiesto, sin ir más lejos, en el primero de los dos goles que anotó el sábado Lewandowski, quien aprovechó que Mendy se quedó enganchado a la hora de trazar el fuera de juego para descerrajar a Lunin. El lateral zurdo, un cero a la izquierda en ataque y más blando de lo habitual a la hora de cerrar su costado, volvió a salir señalado del clásico, como también le sucedió a Tchouaméni. El pivote resulta intrascendente en la creación y fantasmal a la hora de destruir, lo que agudiza el desgobierno en un centro del campo que echa en falta un organizador. La 'Next Gen' que debía tomar el mando en la sala de máquinas ha fracasado hasta la fecha. Ni construye ni somete a los rivales con su prestancia física.
También Mbappé está en el ojo del huracán. Pese a sumar ocho goles, no es esa figura diferencial por la que el Real Madrid se desvivió durante siete años. No acaba de conectar bien con sus compañeros, jugar centrado le penaliza y se muestra errático en el remate y falto de mesura en la arrancada, sus dos puntos fuertes. Los ocho fueras de juego en los que incurrió en el clásico exponen su desorientación.
Por último está Ancelotti, que mueve el volante sin conseguir que su equipo encuentre el camino. Un buen ejemplo es Bellingham. El inglés intenta llegar a todo, pero ese desgaste le penaliza en ataque y su impacto ofensivo se ha desplomado. Carletto no da con la tecla y acorta mucho la rotación. Apenas confía en Arda Güler y en Endrick, relegados casi siempre a minutos de la basura. Su poca fe en los jóvenes contrasta con la apuesta de Flick por un 'Baby Barça' que se ha puesto la Liga por montera.
Pese a ello, no se da por vencido. «Es un momento duro y difícil», dijo tras el clásico un técnico que se aferra a los acontecimientos que siguieron a aquel otro rapapolvo que le dio el Barça de Xavi en la campaña 2021-22. Un 0-4 que no impidió que el Real Madrid se llevase esa Liga, redondease la campaña alzando la Champions y cumplimentase la revancha meses después asaltando el Camp Nou con un marcador idéntico en la Copa del Rey. «La temporada es larga, no podemos bajar los brazos y tenemos que aprender de esta derrota. De la última lo hicimos y va a pasar lo mismo», aseveró mientras cunde la impaciencia.
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