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Es cierto que estamos bastante curados de espanto con las cosas variopintas que nos llegan de la LaLiga o de la Federación, que por cierto el pasado lunes, como bien advirtió ayer Pablo Martínez Zarracina, dio un paso adelante y eligió a un presidente que ... ya está condenado por prevaricación; es decir, alguien que ya llega al cargo con la mili hecha y no como sus predecesores, que tuvieron que hacerla cuando ocuparon su despacho en Las Rozas. Lo de Rafael Louzán fue, por supuesto, la noticia del día, pero como uno tiende de forma natural al rincón de la anécdota para mí hubo otra que la superó. Me refiero a que LaLiga anunciase que denunciará al Rayo porque, durante el partido contra el Real Madrid, sus hinchas gritaron 'Vinicius, Balón de playa'.
En un primer momento, no creí que semejante estupidez pudiera ser verdad, pero el caso es que se acabó confirmando. Y qué quieren que les diga: desde entonces no dejo de darle vueltas a un concepto antropológico que en este país se encargó de acuñar y popularizar hace unos años el humorista manchego José Mota: el del 'tonto pa siempre'. Y es que sólo a alguien así se le ocurre meter en el mismo saco -por lo visto un saco gigantesco en el que todo cabe y se confunde- los insultos racistas, homófobos, machistas y denigrantes en general que la justicia deportiva debe perseguir con lo que no deja de ser un comentario irónico, una rechifla humorística hacia un jugador rival; a uno, por cierto, que se las gana a pulso.
Quiero suponer que esto quedará en nada. Hasta no descarto que LaLiga se de cuenta de su propio ridículo. Como tampoco descarto que, de mantenerse la denuncia, el Rayo acuda a la justicia ordinaria para defenderse de lo que es realmente un ataque frontal a la libertad de expresión de sus hinchas, que no hicieron otra cosa que ser irónicos sin ser insultantes. Lo cual, por cierto, no es sólo su derecho sino una virtud que deberíamos preservar y hasta impulsar con su ejercicio. Otro gallo nos cantaría en los campos si proliferasen los cánticos con gracia e ironía. Y no sólo para hacer guasa de los rivales sino incluso para azuzar al propio equipo, como hicieron el sábado en Ipurua los hinchas del Zaragoza. Recordarán que ante la nulidad ofensiva de sus jugadores les empezaron a cantar «queremos un tiro a puerta, un tiro a puerta, queremos un tiro a puerta», con la música 'Guantanamera'.
No sé qué busca la LaLiga con este tipo de majaderías, si es que busca algo. Quizá quieran unas gradas contenidas y silentes, artificiales, cumplidoras de una estricta corrección política, domesticadas por el miedo a las sanciones. Igual desean eso, que se oigan villancicos todo el año, que no se pueda ni bromear. Lo escribo y, por ese tipo de asociaciones curiosas que a veces nos vienen a la cabeza, me acuerdo de repente del loro de Perfecto Reboiras, el farmacéutico de Castroforte del Baralla, aquel pueblo imaginario de Torrente Ballester. El loro era un bicho muy viejo, indómito y cachondo que, antes de la Guerra Civil, soltaba auténticas burradas al primero que pasaba por delante de la botica. Ahora bien, tras librarse de milagro de que le dieran paseíllo, en la postguerra cambió radicalmente su discurso, y lo llenó de pulcritud y comedimiento, hasta decir cosas así desde su columpio. «Perfecto, un caballero de uniforme oscuro, con cierto sabor italiano, viene a buscar bicarbonato». Y luego repetía una salmodia socarrona para justificarse: «el miedo es libre, el miedo es libre».
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