El bético Joaquín ha confirmado lo que todo aficionado se temía: que cuelga las botas a final de temporada. A pocos partidos de igualar el récord de Zubizarreta como jugador con más encuentros disputados en la Liga, y a unos meses de cumplir 42 años, ... el extremo de El Puerto de Santa María dice adiós al fútbol profesional. Con él se va el último futbolista «producto de la calle», como le definió Valdano. Pocos jugadores han conectado a un nivel tan profundo con la gente, probablemente porque mostraba su alegría, espontaneidad y travesura tanto en el campo como fuera de él. En la época del postureo, las 'fake news', las campañas publicitarias y las imágenes retocadas en Instagram, Joaquín desprende coherencia y autenticidad: no teme mostrarse con naturalidad, incluso destacar su lado ridículo, al contrario que otras estrellas mediáticas que siguen estrategias de marketing o contratan a un profesional de la comunicación como relaciones públicas.
Publicidad
Joaqui –como todo el mundo le aclama y reclama en el Villamarín– es de los últimos futbolistas que se han tomado el fútbol como lo que siempre ha sido –un juego–, antes de que se convirtiera en un fabuloso negocio y los deportistas saltaran al campo aprisionados por el peso de la responsabilidad y los «entrenadores con mando a distancia», como dice mi querido Juanma Lillo.
De pocos futbolistas puede decirse, en rigor, que ha ejercido como un jugador, en el sentido amplio. Nunca olvidó que, como en todo juego, cada regate implica la posibilidad de ganar o perder, pero vale la pena apostar a todo o nada, especialmente si al salirte con la tuya no solo generas eficiencia, sino belleza.
Joaquín se ha tomado no ya el fútbol, sino la vida misma, como un juego. Todo el que ha compartido vestuario con él da cuenta de las frecuentes diabluras que impedían que la tristeza y el tremendismo se instalaran en el equipo, especialmente cuando las cosas iban mal. Fuera de la cancha, quienes tienen la suerte de gozar de su amistad revelan igualmente que es imposible saber cuándo Joaquín está de broma, dado que juega continuamente a romper la línea que separa el trabajo de la diversión, lo solemne de lo trivial, lo serio de lo jocoso. No es que no distinga los extremos de estas dicotomías, que segmentan los espacios y los tiempos, sino que juega a confundirlos. Quizá porque se niega a ser adulto. Tal vez por ello, nos inspira tanto: ¡qué envidia poder competir al máximo nivel con casi 42 años y mantener el espíritu juguetón, apicarado y vivaracho de un niño!
Publicidad
Su espíritu lúdico le llevará ahora a emprender otros caminos, como los que ya ha iniciado en televisión. Pero fiel a su estilo, lo hará con los mismos convencimientos del auténtico jugador: que el placer es uno de los fundamentales acicates para hacer las cosas bien; que la improvisación, la valentía y el ánimo de sorprender constituyen elementos capitales de la creación; que es necesario plantearse empresas originales, extraordinarias, para romper con el aburrimiento y la monotonía ordinaria; que el carácter intrascendente de muchas actividades –como el humor o el juego– está en la base del arte y de lo sublime; y que aquello que se realiza sin ninguna finalidad crematística, sino por el puro goce de hacerlo, tiene más posibilidades de suscitar emoción ante lo genuino y verdadero.
Se ha hablado mucho de la genética de Joaquín, como si fuera la máxima responsable de su longevidad deportiva. Y de que, a pesar de su guasa, se ha comportado siempre como un gran profesional. Hace unos meses, charlando con Santi Cazorla sobre sus días en el Málaga, me confesó que jugar junto a Joaquín había sido uno de los mayores regalos que el fútbol le había concedido. A las órdenes de Pellegrini, el andaluz contaba entonces con 30 años. Le pregunté si en aquella época Joaquín «ya se cuidaba tanto». Se echó a reír.
Publicidad
Borja Iglesias dice que le han ayudado mucho los psicólogos, pero también estar cerca de personas como Joaquín, que profesan una psicología de sentido común, mucho más antigua que Freud: tan importante como darlo todo en cada partido es tomarte dos cervezas con los compañeros después del entrenamiento. Si el futbolista vive gozoso, su cerebro estará mucho más predispuesto a soportar grandes esfuerzos en los momentos puntuales que constituyen los partidos. Por el contrario, un exceso de disciplina y seriedad acaba agotando.
Joaquín nunca se cansó del fútbol. Ni el fútbol de Joaquín. Se despide. Y con él parece que se va también una época, una filosofía, una manera de ser y estar en el mundo.
Accede todo un mes por solo 0,99€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.