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Siempre ha sido diferente, mucho más que un gran futbolista, y lo ha demostrado también en la hora de la retirada. Por sorpresa, sin dar ningún margen para poder asimilar el significado de su ausencia, Gerard Piqué anunció ayer a media tarde que este sábado jugará su último partido como profesional. No se recuerda una despedida semejante, tan brusca y precipitada. Los deportistas, salvo en casos concretos de lesiones muy graves, suelen hacer este anuncio con tiempo, dando un plazo de unos meses. Piqué no. Piqué dice que se va y se da el piro de repente y da la impresión de que se marcha silbando y disfrutando de haber dejado a todo el mundo boquiabierto: entrenador, compañeros, presidente, directivos y aficionados, especialmente aquellos que han sido crueles con él en su declive y le han pitado en el Camp Nou.
Esto es algo muy suyo. Da la impresión de que en el jugador del Barça, un hombre que lo tiene todo, inteligente, guapo, millonario y triunfador, sigue habiendo mucho del niño que fue, un niño desafiante y consentido que disfrutaba llamando la atención. Como futbolista lleva haciéndolo más de una década. Fue en el Mundial de Sudáfrica donde Gerard Piqué empezó a convertirse en una figura pública con una dimensión mucho mayor que la de un simple jugador. El título de campeón y su relación con Shakira hicieron enormemente popular a un joven que, con sólo 23 años, ya se movía por el mundo pisando tan fuerte que causaba asombro.
No sólo se trataba de que fuera muy consciente de su calidad, de ser sin duda uno de los mejores centrales del mundo, sino de su seguridad en sí mismo, una seguridad inflamada hasta parecerse a la arrogancia que él mismo se fue labrando con los años, como el culturista trabaja sus músculos en el gimnasio. Abandonar con 17 años la zona de confort de La Masía para forjarse como un hombre y un futbolista de verdad en el Manchester United de Ferguson lo dice todo sobre Piqué. Aquello fue todo un desafío a sí mismo, como el rapto rebelde de un chico rico del distrito 7 de París que se apunta de repente a la Legión Extranjera.
Con el paso de los años, a medida que su personaje se iba agrandando y en cierto modo oscureciéndose, el fútbol se le fue quedando pequeño. Gerard Piqué seguía siendo futbolista y soportaba los gajes de su oficio en los partidos, pero ya lo había ganado todo -30 títulos con su equipo, más un Mundial y una Eurocopa- y cuando el Barça dejó de triunfar y su rendimiento dejó de ser el de un kaiser imperial, todo empezó a torcerse. De hecho, durante los últimos años su figura omnipresente ha acabado provocando hartazgo: sus polémicas declaraciones políticas durante el 'Procés', las pitadas contra él en los campos, sus maniobras como empresario, sus contactos multinacionales para hacerse con la Copa Davis o conseguir sponsors para su club, sus polémicas relaciones con Rubiales, sus andanzas como propietario del Andorra, sus líos matrimoniales...
Lo cierto es que se agradece perder de vista a Gerard Piqué. Sobre todo teniendo en cuenta que no va a ser por mucho tiempo. Ayer mismo, sus últimas palabras fueron para lanzar la advertencia de que un día volverá al Barça. Y uno imagina a los culés pensando en ese día, preguntándose si Pique volverá quizá para vengarse, como los vecinos del Guinardó se preguntaban, en aquella bella novela de Juan Marsé, si Jan Julivert volvería después de trece años de cárcel y se vengaría de sus enemigos con aquella pistola que había dejado enterrada debajo de un rosal.
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