Habíamos quedado para esta entrevista el 17 de marzo. Horas antes de nuestro encuentro, el club me llamó con la fatídica noticia: Mikel se había roto en el entrenamiento. Procedía anular la cita, naturalmente.

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Pero el capitán de la Real no es de los que dejan las cosas a medias. Ni permite que un grave contratiempo le aparte de sus compromisos: «Los futbolistas tenemos otras obligaciones además de jugar: nos debemos al club, a los aficionados, a la gente que nos sigue». Así que, seis meses y medio después, retomamos lo que se truncó aquel día. En una charla distendida, de hora y media, Oyarzabal muestra los rasgos principales de su personalidad: serena reflexividad, espíritu de superación y una sorprendente madurez.

Como en otros episodios de su vida, se ha tomado la lesión como «una oportunidad para aprender»: tiene claro que no va a cometer la imprudencia de acelerar los plazos para tener más posibilidades de llegar a la cita mundialista. «Tengo la suerte de mirar siempre el lado positivo de las cosas: la lesión me ha permitido disfrutar de los cuidados de mucha gente, no solo en lo físico, sino en lo personal. Hay mucha gente en Zubieta que está para lo que haga falta: sacarte una sonrisa en los momentos difíciles, por ejemplo. Estoy viviendo una experiencia muy positiva de todo esto. Y lo voy a recordar siempre».

Reconoció enseguida la gravedad del percance en su rodilla: «Fue el día más doloroso de mi vida, no a nivel mental, incluso físico: fue terrible». Pero inmediatamente después de confirmarse la lesión, el atacante txuri-urdin hizo lo de siempre: confiar en los profesionales, claro, pero también apoyarte en la familia y en los amigos. Pasar tiempo con su cuadrilla de Eibar le permiten anclarle al suelo, no perder el sentido de la realidad: ayudan a rebajar la euforia en los buenos momentos y desdramatizar en los malos. El vínculo con las personas que quieres, incluso con los aficionados que te muestran su reconocimiento en la calle, es esencial —cree Oyarzabal— para tener la fuerza suficiente y así poder afrontar los obstáculos.

Mikel se dijo que la lesión no cambiaría su ánimo, su humor y su manera de hacer las cosas. Cree en algo tan sencillo como el esfuerzo: «Primero trabajo, después talento», lo que me recuerda a aquella frase de Thomas Edison, que consideraba que sus logros se debían en un 1% a la inspiración y en un 99% a la transpiración, es decir, al sudor. Se muestra agradecido porque pudo aprender esa cultura del esfuerzo en la familia, en las categorías inferiores del Eibar y posteriormente en la Real. Oyarzabal incluso asocia esa mentalidad a la cultura vasca: «No solo en el fútbol. Aquí hay muchos deportes que son de trabajo, de fuerza de voluntad, más que de un destello de genialidad. Lo importante aquí es mucho trabajo, durante mucho tiempo, y después habrá un momento en que pongas la guinda. Pero la guinda no llega sin trabajo».

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Charlamos sobre las diferentes culturas futbolísticas. Y sobre la filosofía de fichajes de la Real: los jugadores foráneos «son un complemento importantísimo para la base de jugadores vascos». Así se aprovecha puntualmente el mercado internacional, pero se mantienen algunos rasgos distintivos. ¿Cuáles? —le pregunto. Vivir el equipo como tu cuadrilla y el club como tu familia forma parte —para Mikel— de la singularidad del fútbol vasco. «Yo soy tranquilo y formal, pero también soy un vacilón, porque cuando estás con la cuadrilla, tiene que haber bromas. Ahora bien, cuando toca trabajar, se trabaja. En el equipo, igual. El equipo es tu principal cuadrilla».

El talento y la creatividad son importantes, pero no más que el espíritu de sacrificio en pro del grupo. El artista que se luce puede despertar pasiones en otros clubs, pero aquí se valora, ante todo, la seriedad y el compromiso con los tuyos. El colectivo es más importante que el individuo. Los genios apenas existen. Y añade: «Es muy importante no creerte más que nadie, en el terreno de juego, y en la vida. Es la mentalidad de aquí. He tenido suerte de que me la inculcaran desde pequeño».

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Se hace tarde. Nos despedimos. Transcribo la entrevista. Y me acuesto con la satisfacción de haber comprendido por qué el 10 de la Real luce el brazalete de capitán desde los 21 años.

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