Dijeron que venía para acabar con la polémica arbitral y para hacer un fútbol más justo, pero cinco años después de su implantación el VAR ya es el epicentro del debate de cada semana. Crecen las voces que se levantan cuestionando la idoneidad de un invento que amenaza, si no lo ha hecho ya, con desvirtuar el fútbol de toda la vida. Como siempre ocurre en estos casos, ya se están alineando dos bandos irreconciliables en la discusión y no faltan las etiquetas para identificarlos: los viejos aficionados nostálgicos frente a los jóvenes tecnológicos; los añorados errores humanos o la inteligencia artificial; los 'boomers' y los 'panenkitas'.
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La Premier, tan admirada, va a dar un paso importante en su asamblea anual del próximo 6 de junio. El Wolverhampton ha decidido someter a votación la posible derogación del VAR, entre otras razones porque «ha excedido el propósito original de corregir errores manifiestos, analizando ahora decisiones subjetivas y comprometiendo la fluidez e integridad del juego». No parece que pueda conseguir los catorce votos que necesita de los veinte clubes, pero el debate ya está sobre la mesa.
La primera deducción del paso dado por los Wolves es que en todas partes cuecen habas y que lo de los arbitrajes imaginativos no es patrimonio exclusivo de la Liga. En la Premier también deben de estar hasta la coronilla de fueras de juego milimétricos, de play balls y de brazos en posición antinatural, entre otras aportaciones del dichoso VAR.
La tecnología nunca debería ser un problema si su aplicación fuera razonable y ahí, en la aplicación, es donde radica un problema que se adivina irresoluble. Si el ser humano tiene una tendencia natural a complicar lo sencillo, el gremio arbitral alcanza cotas de virtuosismo. Tratar de constreñir a unas pautas rígidas e inamovibles un deporte cuyo reglamento es interpretable en un elevadísimo porcentaje, es una tarea condenada de antemano al fracaso.
El gol que le anularon al Oviedo en Cornellá en la última jornada roza el delirio: el VAR ha conseguido señalar fuera de juego a un delantero con un defensa a su espalda porque en un momento del forcejeo su bota derecha estaba más cerca de la portería. Pensábamos que habíamos agotado nuestra capacidad de sorpresa pero acabaremos viendo cosas que no creeríais, como en Blade Runner.
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Cuando se implantó el VAR se dijo que intervendría «únicamente» en caso de que se produzca un «error claro, obvio y manifiesto» o un «incidente grave inadvertido», y tan solo en cuatro circunstancias de un partido: gol/no gol; penal/no penal; tarjeta roja directa; y confusión de identidad.
Si esto fuera así, apenas deberíamos tener noticias del invento en ningún partido. El problema se plantea, como casi siempre en el fútbol, cuando entramos en el terreno de la interpretación. Un árbitro se puede equivocar. La cuestión es quién decide que ese error es «claro, obvio y manifiesto». Y lo que estamos viendo cada semana es un paulatino incremento del intervencionismo del VAR, hasta el punto de que la publicación de algunos audios nos ha descubierto que prácticamente hay un arbitraje paralelo desde la pantalla.
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Eso es precisamente lo que denuncia el Wolverhampton que, además, advierte de la «disminución de la responsabilidad de los árbitros en el campo y a una erosión de la autoridad en el terreno de juego».
Aunque la fiesta va por barrios, en el último mes el Athletic se ha visto muy perjudicado por la reinterpretación de decisiones arbitrales que no fueron, ni de lejos, errores claros, obvios ni manifiestos. Cuadra Fernández, situado de cara y a cuatro metros de la jugada, no consideró penalti la mano de Yuri contra el Villarreal que, sin embargo, acabó pitando a instancias del VAR. En cambio, Gil Manzano, señaló en Getafe la pena máxima por una mano de Raúl García de espaldas al balón y se mantuvo en su decisión tras revisar la jugada en la pantalla. El VAR, en cambio, no debió de considerar que García Verdura cometió un error claro, obvio y manifiesto, al anular el gol de Raúl García al Celta en el último minuto.
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Esta sucesión de decisiones ratifica que, lejos de solucionarlo, el VAR ha duplicado el eterno problema de la disparidad de criterios porque ahora no solo estamos al albur del error del árbitro en el campo, sino que además hay que esperar a que el colegiado sentado ante la pantalla decida si su colega ha cometido un error claro y manifiesto o estamos ante una «jugada gris», otro hallazgo en la chistera de las justificaciones.
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