Secciones
Servicios
Destacamos
Edición
Era imperfecto. Pero era el de siempre. El nuestro y el de todos. El de toda la vida. Pero nos lo quitaron. Poco a poco. Aprovechando nuestra fidelidad lo fueron cambiando, hasta convertirlo en un juego que se parece más a otros que a sí ... mismo. Termina la Liga de Primera y las demás lo harán en breve. Volverán. Pronto. Hasta en eso todo es distinto. Pero el fútbol de siempre no regresará. No es pesimismo. Rara es la mañana en la que no vuelvo a ver los penaltis de la final para derramar lágrimas de felicidad y arrancar bien el día. Adoro el fútbol más que nunca. Pero ni eso me impide que siga pensando que a este deporte ya no lo reconoce ni la mother que lo parió. Para comprobarlo basta con repasar algunas cosas. Como el día del partido.
El domingo. Luego se pasó uno al sábado, por aquello de emitirlo por la tele. Cosa que provocaba debate familiar porque afectaba a los planes de fin de semana. Ahora no hay día sin partido. Sea Liga, Copa del Rey o cita europea. Y no contentos, inventaron más torneos para que en los 365 días, uno más si era bisiesto, siguiera rodando el balón. Pero como los que deciden esas cosas piensan con el culo, la final de la Europa League la ponen un miércoles. Con un par. Por cierto antes todos los partidos se jugaban a la misma hora. A las cinco o a las seis, según mes o calores. Pero más allá del calendario están los detalles. Ahora salen los equipos y los árbitros juntos. Como si eso nos fuera a dar el buen rollo del rugby. Algunos añoramos que el primero en salir sea el rival. De esa forma el público local mostraba su categoría al ofrecer, o no, su señorío. Luego aparecía el equipo de casa y estallaba la algarabía. Ahora no es políticamente correcto. Mejor mentir y salir juntos, para que no haya pitidos. Hipócrita, sí, pero resolutivo.
Tampoco se celebran los golazos con pañuelos. Ya no se estila llevarlos encima, es cierto, pero era una bonita liturgia. Aunque tampoco se cantan igual. Antes mirabas al árbitro y si pitaba gol era gol. Ahora, como decía aquella, todo es en diferido. Y pierde gracia. Es como abrir a medias una botella de champán. Se le van las burbujas. De hecho los linieres ya no son lo que eran. Antaño señalaban fueras de juego, fueras o faltas. Ahora miran al árbitro, que a su vez espera a lo que le cantan por el pinganillo, y pasean por la banda. Por no hablar del cuarto árbitro. Una especie de chivato de clase que le come la oreja al profesor. Encima rara vez van de negro. Ya no sabes si arbitran o son ciclistas. Lo que nos lleva a los futbolistas. Decenas de cámaras, pero en un Betis-Athletic obligan a que uno de los dos equipos no lleve rayas porque se confunden. Alucinante. Se ve que antes los árbitros veían mejor. Por cierto, de un vistazo, sabías quién jugaba. Ahora compiten por sacar la camiseta más rara. Y más fea. Hay yonkis más elegantes que ciertos equipos. Eso sí, en la espalda ni una raya. No sea que nos liemos al ver el dorsal. Dícese de ese número que antes iba del 1 al 11 y lo portaba quien salía de titular. Hoy hay futbolistas que no sabes si llevan su dorsal o la edad de su padre. De las botas negras mejor no hablamos. Ya no existen. Si no son fucsias, no molan. Y hablando de botas...
La bota de vino está vetada. Antes rulaba cuando tu equipo marcaba. O en el descanso. Pero eso se acabó. No solo por el alcohol. Alegan que podría usarse como arma arrojadiza. No conozco a nadie que haya tirado su bota, siempre fue un bien sagrado, pero qué sabremos nosotros de armamento. En cambio de tecnología vamos sobrados. Antes te enterabas de lo que pasaba en otros campos por un aficionado que se pasaba el partido con el transistor en la oreja. Ahora con el móvil podemos ver todo de forma simultánea. Cosas de la modernidad, que también tiene su lado bueno. El fútbol empieza a concienciarse sobre racismo, sexismo, homofobia y demás asuntos vergonzantes. Poco a poco, pero va mejorando. Y quitar las vallas acabó con la imagen de monos rabiosos enjaulados de tiempos pretéritos. Hay menos violencia. Pero no ha desaparecido. Sigue habiendo demasiada basura humana disfrazada de aficionado. Como esta semana en la República Checa. Y si antes los mandatarios trincaban y el balón olía a chanchullo ahora sigue igual. O peor. Hay más pasta. Por eso, con sus defectos, algunos añoramos el viejo fútbol.
Más simple, menos televisado. No hacía falta que las cámaras entraran en el vestuario. Ni grabarlo todo. Nos bastaba con los ojos. Y no te ibas del campo antes de tiempo, si no era por una desgracia familiar o una urgencia sanitaria. Tampoco necesitábamos animadores para apoyar al equipo. Ahora luce más bonito. Sí. Pero no sé si más auténtico. Será que ver de nuevo la Gabarra me ha puesto nostálgico. O que, simplemente, estoy aceptando que el viejo fútbol, el de siempre, ya nunca volverá.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.