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«El insulto se ha normalizado en el fútbol. No te queda otra que escuchar y callar. Antes me molestaba, pero he conseguido aislarme, no ... hacer caso a la grada». Álvaro Iriondo, 18 años, universitario y árbitro de Primera Regional del colegio vizcaíno, sintetiza de esa manera una triste faceta de sus, por otra parte, provechosos cuatro años de experiencia pitando en categorías inferiores. Los colegas que le escuchan confirman que su caso no es excepcional. Lucas Mendicuti, Jon Díez de Sarralde y Asier Soto –convocados junto a Álvaro por ELCORREO a raíz de la denuncia de un árbitro por presuntas descalificaciones homófobas en un partido de juveniles– también se protegen tras un muro psicológico de las barbaridades que están obligados a escuchar. Creen que los clubes «deberían hacer algo», a la vista de los dos tipos de público que acuden a los partidos. «La gente que quiere disfrutar, y los que van a meterse con los jugadores y el trío arbitral», explica Jon.
No es el único que alerta sobre ello. El mundo del deporte y las instituciones contemplan cada vez con más preocupación los incidentes que se repiten en las competiciones futbolísticas –de élite y escolares–, noticias lamentables cuya repercusión se multiplica con las redes sociales. Esa inquietud se apreció en una jornada sobre violencia y deporte celebrada en Bilbao en noviembre de 2018, con la presencia de ertzainas y de investigadores universitarios. Allí se planteó que si en un cine o un teatro un espectador insultara u hostigara a un empleado de forma pública, humillante y persistente, todos esperarían que lo echaran; pero en un estadio de fútbol, aunque nadie apruebe las conductas graves, se asumen con resignación. Como si fuera algo con lo que hay que lidiar no esporádicamente, sino de forma cotidiana debido a la emoción del juego.
«Hay individuos que van a los partidos a desahogarse», comenta Álvaro. «Siendo juez de línea he escuchado insultos cuando ni siquiera habían dado el pitido inicial. Son reacciones carentes de todo sentido. Supongo que provienen de la rutina del individuo, de su vida en general».
Asier interviene en la conversación para pedir a los clubes que «nos ayuden, obligando a quienes están agresivos o te dicen algo a abandonar las instalaciones». Sin embargo, estas nuevas hornadas de árbitros confían más en una reacción «de arriba a abajo». Es decir, no sólo del fútbol base, sino desde la función ejemplarizante que podrían representar la Primera y Segunda División. A los jóvens les parece una estrategia más efectiva que a la inversa. «Aunque si protestáramos todos, bajaría el nivel de insultos de la grada», concluye Lucas, que abre la relación de testimonios recabados por EL CORREO sobre la violencia física y verbal en el fútbol.
Lucas Mendicuti, 18 años
«No he llegado a vivir situaciones duras, pero a veces he acabado el partido tocado. No es que fuera a dejar de pitar, pero me había llevado un mal rato y hasta en casa se daban cuenta de ese estado de ánimo. En esos casos, lo que te mantiene son los amigos que has hecho en el arbitraje estos años. Empecé en 2014 por probar, porque unos amigos se habían apuntado el curso anterior, entre ellos Álvaro (Iriondo). Estudio Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, y estoy más centrado en arbitrar que en jugar. Todavía lo hago, de portero, pero para pitar en Primera Regional hay que decidirse por lo uno o lo otro. Voy más por el arbitraje».
Álvaro Iriondo, 18 años
«Me gusta el tema desde pequeño. Empecé desde los catorce años, pero también jugué al fútbol hasta que el año pasado, cuando llegué a Primera Regional como árbitro, tuve que elegir. No hubo dudas. Estudio Administración y Dirección de Empresas en Deusto. Arbitrar te enseña a actuar bajo presión, no en un partido normal, sino cuando los equipos se juegan mucho. Reconozco que, en una ocasión, con 16 años, pasé un poco de miedo. Estaba habituado a a los juveniles y empezaba en Tercera Regional. Fue un partido tranquilo hasta el último minuto, pero dos jugadores comenzaron a pegarse; luego, los dos equipos y más tarde bajó gente de la grada... El campo estaba lleno y me preguntaban: '¿No vas a hacer nada?'. No sabía qué hacer, pero suspendí el partido y me fui al vestuario. Me sentí completamente solo».
Jon Díaz de Sarralde, 20 años
«El fútbol siempre ha sido lo máximo para mí. El actual es mi quinto año de árbitro. Pito en Preferente y estudio para profesor de EducaciónPrimaria en Begoñako Andra Mari. Fue mi hermano quien me empujó al arbitraje, pero él estaba en baloncesto, y yo no tenía ni idea. Con otros amigos me fui a arbitrar fútbol. Hay cierta vocación docente en esto. Empiezas con equipos de los chavales más pequeños y acabas enseñando a los más mayores cómo tienen que comportarse en el campo. Más adelante tengo un recuerdo muy chungo en Segunda Regional. Fue hace dos años. Todo discurrió normalmente hasta que hubo dos jugadas discutidas, una para cada equipo. No había mal rollo, pero un jugador me vino en plan agresivo y lo tuve que expulsar. Entonces la grada se puso igual. En aquella época pasaba de ello, miraba de vez en cuando, sonreía, me daba igual. Pero esta vez me cayeron escupitajos al bajar a los vestuarios. 'Esto no es un simple insulto', me dije. Desde entonces, mis aitas no vienen a verme a los partidos. Mi ama sufría mucho».
Asier Soto, 18 años
«Me metí en esto porque, cuando estaba en Primaria, me dio por probar de árbitro en los recreos del comedor. Solíamos ser impares y había discusiones de que si este era mejor que el otro... Le pedí a mi ama que comprara cartulinas en la librería para llevarlas al colegio. Más adelante jugué en un equipo de fútbol y arbitré a los prebenjamines. Me gustó y quise inscribirme en un cursillo. Mi madre, con todas las cosas que pasaban, me dijo que me lo pensara bien, pero yo, erre que erre. Me apunté en la temporada 2016/17 y aquí estoy, arbitrando en Primera Regional y estudiando Comercio Internacional. No he tenido momentos difíciles, difíciles, pero sí partidos que sólo deseas que acaben. Es el minuto ochenta y mucho, y ves que la grada se dedica a lo que se dedica... Nada bueno, en general. Solo piensas en que cada uno se vaya a su vestuario, que todos se tranquilicen. Pero yo estoy muy contento».
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