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Íñigo a. benéitez
Miércoles, 15 de junio 2022, 16:51
A mediados del siglo pasado, concluida la Segunda Guerra Mundial, el epicentro del fútbol europeo se hallaba a orillas del Danubio. Austria, Checoslovaquia y Hungría formaron durante esos años algunos de los mejores equipos del mundo. A principios de los cincuenta, los húngaros se convirtieron ... en un conjunto imbatible. Llegaron a acumular 33 partidos consecutivos sin conocer la derrota. El más célebre de sus resultados tuvo lugar en Wembley en 1953. La orgullosa selección inglesa recibía a los «mágicos magiares», apodo por el que era conocido aquel equipo, que contaba con algunas de las grandes figuras de la época como Puskas, Czibor, Kocsis o Hidegkuti. Hungría ganó por 3-6 infligiendo a Inglaterra una de las mayores humillaciones de su historia. Nunca antes un conjunto extranjero había ganado en el mítico estadio inglés.
Cierto pensador de Tréveris dijo una vez que la Historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. Pues bien, 69 años después de aquel partido, que fue una tragedia nacional para los ingleses, Hungría ganó el martes a Inglaterra por 0-4, pero la sensación es de farsa. Resulta inexplicable cómo un país que ha producido tantos buenos futbolistas en la última década continúe practicando el mismo fútbol insulso y conservador que hace unos años, cuando el talento brillaba por su ausencia.
Y es que es obligado aclarar que la actual selección húngara no tiene nada que ver con la mítica de los años cincuenta, subcampeona del mundo. Hungría se ha convertido en un equipo férreo, con una defensa en la que es difícil abrir brecha y que lleva mucho peligro en sus contragolpes. Ahora bien, no cuenta ni mucho menos con el talento de aquel equipo legendario.
Sin restar méritos a los húngaros, el contundente resultado del martes en Wembley se explica por la pobreza del combinado inglés. Las críticas hacia el seleccionador Gareth Southgate han sido muy duras en la mayoría de medios del país. Si bien sus defensores argumentan que el técnico ha llevado a Inglaterra a algunos de los mejores resultados de su historia reciente (semifinales en el Mundial de Rusia y finalistas de la última Eurocopa) resulta complicado discernir si el mérito de estos logros obedece más a la excelente generación de jugadores con la que ha coincidido o al trabajo del seleccionador. Sea como fuere la selección inglesa se halla en serio riesgo de descender a la Liga B de la Nations League y el panorama no resulta especialmente alentador a falta cinco meses para el comienzo del Mundial de Catar.
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