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«Gasté un montón de dinero en coches, mujeres y alcohol. El resto simplemente lo malgasté». Una reflexión como la de George Best, uno de los mejores jugadores de la historia, ganador del Balón de Oro en 1968 tras levantar la Copa de Europa con ... el Manchester United, sería hoy impensable. A Messi o Mbappé jamás se les pasaría por la cabeza copar la portada de los periódicos con semejantes declaraciones. De un tiempo a esta parte, la creciente popularidad de los futbolistas –acompañada de un aumento drástico de sus emolumentos– ha ido construyendo a su alrededor una burbuja impenetrable, conduciéndoles a ser considerados como 'dioses' alzados en un pedestal. Aunque también ha habido casos lamentables de jugadores sin tanto poder adquisitivo, como los de la Arandina.
Un mundo paralelo en el que «se les ha permitido hacer lo que han querido al estar avalados socialmente», manifiesta Estibaliz Linares, profesora especialista en Intervención en Violencia contra las Mujeres de la Universidad de Deusto. Coches de lujo con los que 'volar' en la autopista, salidas de tono y exabruptos relacionados con el alcohol y las drogas... Nada que no pudiera solucionar una pírrica multa en comparación con sus ganancias. Incluidos escarceos sentimentales que a menudo sobrepasaban límites éticos y legales. Hasta ahora. Su particular multiverso cada vez es más terrenal. Hoy, todo se sabe. De la mano de un avance social abanderado por el feminismo y un discurso diferente al de hace unos años, «el relato de inviolabilidad de los hombres con poder se está desestabilizando».
La impunidad de algunas de estas estrellas, malacostumbradas a hacer lo que les plazca y a no perder, se ha acabado. Su dinero no sirve para comprar el silencio de las víctimas. Los recientes casos de Dani Alves y Achraf Hakimi, el primero en prisión provisional sin fianza tras ser denunciado por una joven de violarla en una discoteca de Barcelona, el segundo acusado por la Fiscalía francesa de agredir sexualmente a otra chica en su casa de París, han puesto a los futbolistas en la picota. «Antes eran mucho más impunes y los medios ni se fijaban en ello», explica Alberto del Campo Tejedor, catedrático de Antropología Social por la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y exfutbolista, que reconoce que «ciertos jugadores no están permeados por esta revolución social y por los cambios en los modelos de masculinidad».
A hinchar esta burbuja, declara el experto, también han contribuido los clubes. «No les dejan prácticamente relacionarse fuera de su entorno, no salen porque cualquiera les puede hacer una foto... Todo eso genera una serie de personas con mucho poder, que se creen dioses, y a las que les falta una necesaria retroalimentación con periodistas y aficionados». Aquellos que les jaleaban –se ha visto incluso a Neymar Júnior firmar autógrafos y hacerse 'selfies' en las inmediaciones de un juzgado– ya no ven con tan buenos ojos determinadas conductas de sus ídolos, en especial las de índole sexual, donde la sensibilidad con los delitos ha ido en aumento.
«El movimiento #MeToo nos hizo sentir que no estábamos solas», lanza Linares. Aquello desencadenó una ola de denuncias por abusos de muchas mujeres hacia figuras públicas, desde el cine hasta el deporte. En nuestro fútbol, las jugadoras de la selección española acusaron al exentrenador Ignacio Quereda de constantes vejaciones durante los años en los que estuvo al frente de La Roja, una extensa etapa que empezó en 1988 y se alargó hasta 2015. La experta en la materia considera «el empoderamiento individual y colectivo de la mujer» como la base del cambio en el discurso de los «últimos diez años». El #MeToo explotó en 2017, año en el que el exjugador del Celta de Vigo Santi Mina abusó sexualmente de una chica en Almería.
Y a pesar de estar lejos de erradicarse, observa una tendencia positiva. «En el caso de Barcelona –el de la presunta violación de Dani Alves– la propia discoteca intervino porque los guardias de seguridad habían recibido formación. El protocolo se activó rápido y la chica tuvo un apoyo. Eso me parece brutal porque hace años era impensable, la protección hubiese ido hacia la persona que tiene poder», reflexiona la especialista, que considera que «los medios tratan estos temas con más respeto que antes, cuando se ponía el foco en cuestiones que no tenían cabida». En esta línea, la prensa brasileña ha blanqueado durante años a Robinho, a pesar de haber sido condenado por participar en una violación grupal ocurrida en Milán en 2013.
Linares apunta a «una narrativa que está costando mucho desestructurar. Muchas veces incluso se cuestiona a la víctima. La gente se pregunta '¿Cómo no vas a querer con un futbolista?'» y ve en el rechazo social la vía para «reeducar a las personas que agreden». «Todos hemos escuchado en los estadios cánticos machistas como 'Shakira es de todos' –proferido hacia el exfutbolista Gerard Piqué, la anterior pareja de la cantante–. En el fútbol se ha normalizado la violencia y en el momento en el que seamos conscientes de ella podremos avanzar», desarrolla la investigadora. Pero no es una tarea fácil. «Poner en duda el fútbol es poner en duda ciertas partes de una masculinidad muy arraigada. Es un lugar de pura resistencia». Aunque hay algún que otro progreso, como el contundente rechazo social que mostró la afición del Manchester United cuando se demostró que el jugador Mason Greenwood había agredido sexualmente a su pareja.
En este aspecto coincide Del Campo Tejedor, que mantiene que «estos clichés absolutamente machistas que parecen de neandertal -en referencia, entre otros, al ex del Manchester City, Benjamin Mendy, que puede ser condenado a cadena perpetua por violación- se mantienen todavía» en el deporte rey. El exfutbolista y autor de varios libros no quiere contribuir a crear una alarma social, ya que «allí donde existe la ecuación deportista de élite-agresión sexual se dan una serie de componentes que despiertan mucho interés, lo que hace pensar a la gente que es como una plaga. Antes había muchos más, pero no trascendían», justifica.
Muchos deportistas progresan tan rápido que de la noche a la mañana se convierten en personas famosas que deben aprender a lidiar en muy poco tiempo con ello. Ahí entra el trabajo de los psicólogos, hoy en día una pieza más en el engranaje de cualquier equipo. Josean Arruza, psicólogo que trabaja con deportistas de alto nivel vascos como la piragüista Maialen Chorraut o la surfista Leticia Canales, aporta las claves para mantener los pies en la tierra y no caer en muchos de los errores que se cometen habitualmente fruto de la inexperiencia. «Todo está relacionado con el control de la situación que tenga cada uno y la estabilidad que maneje de las cosas que le rodean».
El especialista hace hincapié en primer lugar en «aprender a manejar la presión de verse frecuentemente en la prensa». Los jugadores no nacen con ello sabido, y por eso hay que «establecer un plan de acción para saber un poco qué es lo que siente y qué tareas puede hacer», según el método de Arruza.
Además, «mantener la confianza en uno mismo» resulta fundamental para el «desarrollo de la autorregulación». Eso y no dejarse influir por los entornos tóxicos que inevitablemente surgen alrededor de los futbolistas más conocidos y que en muchos casos acaban condicionando sus carreras.
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