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Había algo en el sorteo de la Eurocopa que iba a ser inevitablemente bueno para la selección española. Y era el sorteo mismo, el hecho ... de que, a partir de su celebración, pudiéramos empezar a hablar de los rivales, a tomarles la temperatura y ponerles la lupa, y de paso empezar a olvidarnos de la desagradable polémica entre Luis Enrique y Robert Moreno, con Luis Rubiales de por medio. Todos suponemos que se extinguirá rápido ya que a ninguna de las tres partes implicadas le conviene mantenerla viva, pero cuanto antes se le de carpetazo, mucho mejor. Y es que la Roja necesita un periodo de calma para llegar a la Euro 2020 en unas condiciones mínimas de estabilidad. Las que no ha podido tener hasta ahora desde la llegada a la Federación de Rubiales, con quien el banquillo de España, por variopintas circunstancias, todas ellas desgraciadas, ha pasado de ser un cómodo sillón Chesterfield a convertirse en la silla eléctrica de Alcatraz.
La ceremonia del sorteo, celebrada en Bucarest, respondió a los patrones clásicos. Vamos, que fue totalmente prescindible. Mi momento preferido en estos eventos, donde lo más interesante es comprobar cómo se ha portado el tiempo con algunas viejas leyendas del fútbol, siempre es el mismo: cuando el traductor simultáneo, en un alarde de profesionalidad y afán esclarecedor, se pone a explicar las enrevesadas normas del sorteo y empieza a hablar de grupos y de bombos, y de cómo pueden interrelacionarse entre sí. Bastan unos pocos segundos para que la mayoría de los espectadores perdamos el hilo, no nos enteremos de nada de lo que puede ocurrir con las dichosas bolas y acabemos recordando el diálogo de Groucho y Chico Marx sobre la parte contratante de la primera parte. Menos mal que en el fútbol también hay gente muy despierta que lo capta todo a la primera. El presentador de la Cuatro que transmitió el sorteo, por ejemplo.
-«Ha quedado claro»-, sentenció, campanudo, tras la larga e inextricable perorata del presentador, cuando uno ya se había hecho tal lío que no sabía si podía tocarnos Mongolia y tendríamos que llenar El Arenal de yurtas para recibirles como es debido, o quizá Guinea Ecuatorial, si ganaba en la repesca a Irlanda del Norte. Por suerte, allí estaba José Antonio Camacho, mostrando sus dudas con una naturalidad enternecedora, para que la gente normal nos sintiéramos bien representados.
A España le cayeron Polonia y Suecia. Desde el punto de vista deportivo, el equipo de Luis Enrique tuvo suerte. Todo lo contrario que Portugal, que a punto estuvo de caer en el grupo C y provocar un gran duelo ibérico en San Mamés y, sin embargo, acabó condenado a enfrentarse a Francia y Alemania. Teniendo en cuenta la ventaja del factor campo y el nivel de cualquiera de las otras cuatro selecciones que le pueden tocar tras las repescas de marzo- las dos Irlandas, Bosnia-Herzegovina y Eslovaquia- sólo una debacle a la altura de la ocurrida en el Mundial 82 impediría a España el pase a los octavos.
Ya hay más dudas sobre si Bilbao ha tenido suerte como sede. Creo que todavía está por ver. Polonia lleva sin emocionarnos desde los tiempos de Boniek, presente ayer en el sorteo de Bucarest, y el perfil violento de las aficiones de varios de sus clubes da miedo. Están entre lo peorcito de Europa. Suecia, en cambio, sí parece una buena noticia. La Euro 2020 será una magnífica oportunidad para renovar nuestros entrañables lazos de amistad con el paisanaje sueco. O para fundarlos, si es que no lo hicimos en su día, que ya no lo recuerdo bien. Aún así, a Bilbao le vendría de perlas la clasificación de Irlanda. De cualquiera de las dos. A España no sé si le convendría tanto, pero a la sede de Bilbao, seguro.
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