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Horas antes de la semifinal de la Eurocopa contra Italia, un chistoso colega me envió por Whatsapp una no menos jocosa alineación del equipo transalpino. Simulaba la imagen de las alineaciones oficiales de la UEFA, con iconos de camisetas distribuidas por el rectángulo de juego. ... Pero donde debía constar el nombre de cada jugador, solo se podía leer «italiano», excepto en el lugar del central izquierdo: «Chiellini».
Durante el partido, el «capitano» desplegó su principal, si no único recurso: el oficio. Lo mismo hizo en la final. Por ejemplo, al agarrar de forma aparatosa a Saka por la camiseta, después de que el defensa italiano no anduviera fino despejando. Como cualquier hijo de vecino, Chiellini es un tipo supersticioso. Justo antes de que Saka errara su penalti en la tanda final, se le oyó exclamar «¡Kiricocho!», un conjuro con nombre de un aficionado con fama de gafe. Cuentan que allá por los años 60, en Estudiantes de la Plata, Bilardo decidió usar a su favor a aquel cenizo eligiéndole para que fuera él quien recibiera a los rivales y les diera una disimulada palmadita en la espalda, lo que sería, al parecer, más efectivo que el mal de ojo de un tuerto del Trastévere.
Chiellini se toma en serio su trabajo, naturalmente, pero desprende una espontaneidad antagónica a los futbolistas de hoy, que controlan y miden todos sus gestos conscientes de lo que se juegan con la mercadotecnia de sus imágenes. En el sorteo para decidir en la ronda de penaltis quién tiraba primero y en qué campo, el capitán de la azzurra se permitió vacilar a un serio Jordi Alba, a quien llamó burlonamente «mentiroso» cuando este pensó que la moneda lanzada al aire le favorecía. Criticaba Erasmo de Róterdam, hace medio milenio, a los que hablaban y actuaban siempre con semblante circunspecto, so pretexto de que lo que tenían entre manos era de suma importancia. No había por qué desterrar el ingenio y el humor en las cosas serias. Mucho menos en el juego.
Chiellini cae bien sobre todo a los que ya peinamos canas porque es un jugador de otra época. De hecho, parece de un tiempo pre-Beckham, cuando no todo era negocio, televisiones, contratos publicitarios, sofisticación y glamur. Hoy, cuando hasta los futbolistas de Segunda B lucen cuerpos escultóricos y tatuados, lo que más brilla de Chiellini es su calva que nos recuerda que el futbolista no es solo un veterano curtido, sino algo más sencillo: un hombre. Acorde con el tiempo hipertecnológico y aseado que les ha tocado vivir, los jugadores de hoy no se despeinan ni cuando rematan de cabeza. Como si estuvieran en una pasarela, se les ve salir del túnel de vestuario con el mismo peinado, cuidadísimos, pero sometidos a unos rígidos cánones. Siguen el guion, dentro y fuera del campo. Cuando juegan, obedecen al entrenador; cuando descansan, al representante. Acaso sea más fácil seguir las reglas que pensar, sorprender o, incluso, romper con la imagen de refinados estetas.
Cristiano Ronaldo es una máquina perfecta de músculo, fuerza, velocidad, precisión, competitividad, perfeccionamiento. Chiellini es la antítesis, un obrero del fútbol ramplón pero cumplidor, un socarrón que se ríe hasta de su sombra y hace lo que puede en el campo, supliendo sus carencias con astucia callejera. Mientras el portugués viste Giorgio Armani, su colega en la Juve, Giorgio Chiellini, solo se preocupa por no mancharse la camisa cuando come raviolis. Ronaldo el bello se ha sometido a cinco cirugías plásticas, pero Chiellini se ríe cuando le dicen que en Turquía podrían combatir su alopecia, como han hecho otros futbolistas. La calva de Chiellini resulta análoga, en términos simbólicos, a la dentadura mellada de Ronaldinho, a los pelos de Maturana, René Higuita o «el Pelusa», a la barriga de Ronaldo «el gordo», a las piernas enclenques de Gordillo. CR7 podría ser modelo, mientras Chiellini se parece al mecánico de mi barrio. Mi hijo de quince años quiere ir al gimnasio para parecerse a Cristiano. Pero yo, en mi próxima vida, quiero ser Chiellini.
Cuando cayó Inglaterra, me fui a la cama con una sonrisa burlona. No supe explicar a mi mujer por qué. Pero poco antes de dormirme del todo, me di cuenta: me alegraba por Chiellini y por todos los que son como él.
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