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Diego Armando Maradona murió el mismo día que George Best. El gran futbolista norirlandés se fue el 25 de noviembre de 2005 y justo 15 años después se apagó la estrella del 'Pelusa'. Ambos compartían su pasión por el fútbol, llenaban los estadios, tenían millones ... de fieles a sus pies -el argentino contaba incluso con su propia Iglesia- y lejos de los terrenos de juego eran esclavos de sus adicciones. Dos juguetes rotos que no supieron brillar fuera de los focos ni controlar el rumbo de sus vidas. Best falleció con 59 años, Maradona con 60. Casi calcan también su ciclo vital, repleto de éxitos deportivos y miserias personales. «Fui a parar a la cima, pero una vez allí estaba solo», dijo un día el mito hecho hombre que ya está de regreso a su planeta. El mismo del que bajó en 1986 para adoptar la forma de «barrilete cósmico» y legar al mundo la 'mano de Dios'. La trampa se transformó en leyenda, al igual que él, hermoso en la cancha e imperfecto fuera.
Una de las canciones preferidas de Maradona la escribió Andrés Calamaro. Todo el mundo tararea de memoria aquello de 'Maradona no es una persona cualquiera/es un hombre pegado a una pelota de cuero/tiene el don celestial de tratar muy bien al balón/es un guerrero». A él le gustaba también, idolatrado por millones de fans y también odiado por un ejército de detractores, 'Mi enfermedad': «Estoy vencido porque el mundo me hizo así no puedo cambiar/soy el remedio sin receta y tu amor mi enfermedad». Se identificaba con unas letras que hundían sus raíces en una existencia gobernada por las drogas y los excesos, el alcohol y la noche, que aparecieron pronto en su vida y jamás le abandonaron. Intentó limpiar su alma y su cuerpo, alejarse de lo que le destruía, pero sus vicios eran más rápidos, constantes e ineludibles en el día a día de una estrella mundial.
confesión personal
La primera vez que probó las drogas fue en Barcelona. Claro que antes tuvo que superar una hepatitis benigna de tipo A que le mantuvo tres meses fuera de los muros del Camp Nou. El Barça pagó una fortuna por el argentino -se habla de 1.200 millones de pesetas de la época, 7,2 millones de euros- y su fichaje lo negoció el agente Josep María Minguella, quien cuenta que cerró el trato con una pistola encima de la mesa, propiedad del comisario Domingo Tesone, su interlocutor. El acuerdo se rompería poco después, pero luego pudo arreglarse y el joven Diego aterrizó finalmente en la Ciudad Condal. Allí comenzó su ascenso a los cielos y su bajada a los infiernos, de los que nunca ha logrado salir del todo. «Tenía 24 años cuando consumí droga por primera vez, en Barcelona. Ha sido el error más grande de mi vida», confesaría décadas después. «La droga es un pacman que se va comiendo toda la familia», lamentó.
Vestido de blaugrana ganó tres títulos -Copa, Copa de la Liga y Supercopa de España- y conoció la noche en la gran ciudad, que empezó a devorarle sin que se diera cuenta. Cocaína entró en su vida y le hacía sentirse igual de poderoso fuera de los focos, donde esperaba impaciente el siguiente partido para mostrar su grandeza. Estuvo dos años en el Barça, que le vendió al Nápoles. Fue allí, en la ciudad italiana, donde adquirió dimensiones de deidad. Permaneció ocho años en San Paolo, estadio al que trajo dos campeonatos de la Calcio y cambió la historia del club. Pero no conseguía controlar la suya propia. Incluso se hablaba de sus sólidas conexiones con la Camorra y de la protección que le brindaban los 'tipos duros' napolitanos. Ganó la Copa del Mundo de 1986 y se hizo inmortal. Su vida era una fiesta y la apuraba hasta el final. El 17 de marzo de 1991, tras un partido contra el Bari, dio positivo por cocaína y la federación le suspendió durante 15 meses.
La noticia cayó como una bomba en el planeta fútbol, que poco a poco empezaba a familiarizarse con las adicciones de Maradona. El '10' decidió regresar a su país para cumplir la sanción, pero solo unos días después fue arrestado en Buenos Aires por posesión de drogas. La Justicia de Argentina le ordenó someterse a un tratamiento terapéutico. Joven, famoso, rico y admirado por una legión de seguidores, un fenómeno de masas que seducía por su juego y por no morderse la lengua, el 'my way' llevado al extremo, los excesos del futbolista se soslayaban y hasta eran tratados como anécdotas. Pero fueron en aumento, sobre todo una vez colgadas las botas, acompañados además de agresiones, denuncias de malos tratos, ingresos en centros de desintoxicación, intervenciones quirúrgicas y operaciones delicadas.
Después de dejar el Nápoles, pasar por el Sevilla -salió trasquilado del club, con el que cruzó denuncias- y firmar por el Newell's, Maradona fue al Mundial de Estados Unidos. Fue allí donde dio positivo por efedrina -sirve para perder peso a corto plazo y aumentar la resistencia- y la FIFA le sancionó con 15 meses de suspensión. Su vida y su carrera se tambaleaban, pero su popularidad se mantenía en cotas altas. En Argentina su imagen estaba sacralizada para siempre y nada conseguía mancharla. En 1996, un año antes de su retirada en las filas de Boca, se internó durante 10 días en la Clínica Psiquiátrica de Bellelay, en Berna (Suiza), con la intención de desengancharse de las drogas. Los registros oficiales hablan de aproximadamente una docena de ingresos en centros especializados y de desintoxicación y de siete operaciones, que trataban de salvar una vida en pleno proceso de desintegración. Tuvo momentos mejores y peores, pero jamás logró salir del todo del pozo.
en italia
«Dejadme vivir mi propia vida, que yo recuerde nunca pedí ser un ejemplo». Es una de las muchas frases con las que Maradona intentaba desquitarse de la presión social, evitar ser una referencia de nada, que ponía el foco en cada paso que daba. «Caí en una trampa, rasgué el fondo, hice llorar a mi madre y a mis hijas. Nunca probéis esta terrible experiencia», se dirigía a los jóvenes cuando les hablaba del peligro de las drogas. Hasta hizo campañas de prevención y de concienciación, intentos desesperados de un hombre de engancharse a la vida y salir del pozo. En los últimos años se llegaron a difundir imágenes grotescas del Pelusa: alcoholizado, incapaz de mantenerse de pie, bailando perdiendo equilibrio, derrotado...
Uno de los más grandes de todos los tiempos se empequeñecía bajo el peso de sus errores. Además de las drogas y de la bebida, también agredió a periodistas -un día disparó a un fotógrafo con un rifle- y hasta rompió un vaso en la cabeza de una exmiss de Bora Bora. El caos dominaba su vida, que trataba de ordenar con el fútbol. Se hizo entrenador, buscó refugiarse en el balón y llegó a ser seleccionador de Argentina. Terminó su carrera en el banquillo de Gimnasia y Esgrima La Plata. Hace un par de semanas le operaron de un hematoma en la cabeza y se le extirpó un coágulo. Ayer murió de una parada cardiorespiratoria en su casa del barrio de San Andrés, en la localidad de Tigre. El corazón no aguantó más y dejó de latir a sus 60 años. El atormentado genio del fútbol ha vuelto a su lámpara.
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