Si las autoridades no lo impiden
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Tras el bochorno del domingo, los partidos entre Brasil y Argentina deberían anunciarse incluyendo la condición de la que se advertía antes en los carteles de las corridas de torosDesde su primer choque en 1914, Brasil y Argentina se han enfrentado en 108 partidos con un saldo tan parejo que parece el resultado de una conjunción astral: 42 triunfos de los brasileños, 41 de los argentinos y 25 empates, con 165 goles a favor ... de la canarinha y 163 de la albiceleste. Si a esta máxima igualdad sumamos la pasión desatada con la que se vive el fútbol en ambos países, queda claro que el 'superclásico de las Américas', como le llaman, tiene que ser por fuerza una fuente inagotable de grandes historias. La del domingo pertenece a la crónica negra y se va a recordar siempre, más incluso que algunos de los mejores partidos entre estas dos selecciones que se pasan la vida mirándose la una a la otra y retándose sin cesar, como los dos duelistas del cuento de Conrad.
Lo digo porque, lo queramos o no, en la balanza de la memoria los recuerdos de los ridículos son muy difíciles de superar. Y dentro de los ridículos vistos en el fútbol, el del Arena Corinthians de Sao Paolo es uno de los más grandes. Si queda por ahí algún despistado que todavía no sabe bien lo que sucedió, le ofrezco esta breve cita del diario 'Olé', que calificó lo acontecido como «histórico, increíble y bizarro». Dice así. «Cuando se llevaban jugados 5 minutos y 10 segundos del primer tiempo del Brasil-Argentina por Eliminatorias, ingresaron repentinamente, irrumpiendo, cuatro fiscales de Anvisa (Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria) y hombres de la policía (aparentemente armados) al campo de juego. Frenaron el partido y uno, con un acta en mano, quiso explicar que tres jugadores (Dibu Martínez, Cuti Romero y Lo Celso) no podían jugar y tenían que ser deportados junto con Buendía, que no fue al banco». Lo he leído varias veces y no dejo de asombrarme y de pensar que el disparate absoluto puede ser una forma de hipnosis.
La chapuza fue de antología y está llena de interrogantes. Uno de los que más me llama la atención, aunque tenga una importancia anecdótica, es que el árbitro venezolano Jesús Valenzuela justificase la suspensión «por el ingreso en el campo de personas desconocidas». Es decir, como si hubieran saltado al césped varios espontáneos indocumentados o los miembros de una escuela de samba en lugar de fiscales y policías. Tras analizar los hechos, somos muchos los que hemos llegado a la misma conclusión: ambas selecciones hicieron todo lo posible para que el partido no se jugase, pero como ninguna quería reconocerlo y sólo pensaba en perjudicar a la otra, el resultado fue este bochorno.
Argentina comenzó esta historia con un gesto de chulería: viajar con cuatro futbolistas que juegan en Inglaterra y que, a diferencia de lo que hicieron ocho brasileños, decidieron desoír el mandato de la Premier para que no acudieran a la cita con su selección. La canarinha, por tanto, se sentía en inferioridad ante su verdugo en la última Copa América y corría el riesgo de perder por primera vez en casa una eliminatoria para el Mundial. Argentina tensó la cuerda hasta el extremo y Brasil dejó que lo hiciera hasta un punto insólito porque podía haber cerrado el caso en cuanto la albiceleste aterrizó en Sao Paolo. Parecía que el partido se acabaría jugando después de tanto despropósito, pero acabó llegando el mayor y la Confederación Brasileña, que era la encargada de la seguridad y el control sanitario en el estadio, permitió el acceso a las personas desconocidas a las que se refirió el alucinado árbitro.
De las experiencias traumáticas hay que aprender. Si la Conmebol, la Confederación Brasileña y la AFA aceptan la humilde recomendación de un simple cronista yo les aconsejaría que, a partir de ahora, en los anuncios de los superclásicos incluyan esa coletilla con aroma de postguerra que se utilizaba antiguamente, a modo de advertencia sobre una condición indispensable, en los carteles de las corridas de toros. La cosa quedaría así. «Esta tarde, a las ocho, si el tiempo y las autoridades competentes no lo impiden, Brasil y Argentina disputarán un partido en Maracaná». El objetivo, por supuesto, es que nadie se lleve a engaño, que todo el mundo vaya al campo bien avisado. Por lo que pueda pasar.
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