Pelé fue el ídolo imaginario para los que fuimos niños del 'baby boom'. Ídolo porque nos decían que era el mejor futbolista del mundo; imaginario porque nos teníamos que conformar con soñar sus hazañas interpretando lo que leíamos en los periódicos. El futbolista brasileño estaba ... demasiado lejos de nosotros en aquellos tiempos de la televisión incipiente. Le veíamos en foto, literalmente, o con mucha suerte, en algún NO-DO. Pelé fue el mito de nuestra generación, como Di Stéfano lo había sido para la de nuestros padres.
La verdad es que no teníamos mucho a donde agarrarnos para sostener que el brasileño era mejor que el argentino. Sí, a sus diecisiete años había sido decisivo para que Brasil ganara el Mundial de Suecia y cuatro años después, el de Chile, con aquella maravillosa selección de nombres exóticos que remitían a un fútbol muy distinto al que veíamos en nuestros campos, casi siempre embarrados. Didí, Vavá, Garrincha, Zagallo, Moacir, Pelé… eran nombres de magos más que de futbolistas.
Brasil y Pelé nos fallaron cuando pudimos ver el primer Mundial por televisión. Fracasaron con estrépito en Inglaterra al no pasar de la liguilla clasificatoria tras caer ante la selección de Portugal del gran Eusebio y la de Hungría que lideraba Florian Albert. Tampoco entonces pudimos comprobar con nuestros ojos cómo era en realidad todo aquello que nos contaban del 'jogo bonito'.
Tuvimos que esperar cuatro años para confirmar que el fútbol era Brasil y Pelé su profeta. Con nocturnidad, por la diferencia horaria con México, y todavía en blanco y negro, disfrutamos del Mundial que marcó a nuestra generación por la cantidad de partidos espectaculares que deparó y por la profusión de momentos inolvidables que quedarán para siempre con nosotros. ¡Cómo olvidar aquella imagen de Beckenbauer con el brazo en cabestrillo en la prórroga de la maravillosa semifinal que disputaron Italia y Alemania!
Habían pasado dieciséis años desde su debut con la selección en edad juvenil y ahora Pelé era ya un veterano rodeado por una nueva cohorte de artistas del balón. Gerson, Tostao, el capitán Carlos Alberto, Jairzinho… otra vez una nómina de magos que hacían aparecer y desaparecer la pelota ante las narices de sus rivales.
Seis meses antes Pelé había marcado su gol número 1.000 en un partido de su Santos de toda la vida contra el Vasco da Gama. Paradojas del destino, quien decía que un penalti es una forma cobarde de marcar tuvo que redondear la mágica cifra desde los once metros.
Pelé sumó cuatro goles en aquel México 70, incluido el que abrió el marcador en la final, pero 'O Rei' contribuyó a hacer de aquel torneo probablemente el mejor de la historia, entre otras razones, por tres goles que se cantaron pese a que el balón no llegara a atravesar la raya.
Este particular y malogrado 'hat trick' arrancó en la fase de liguilla cuando sorprendió a propios y extraños con una suerte inédita hasta entonces: un disparo desde su propio campo que se fue a unos centímetros del palo izquierdo del asombrado Viktor, el gran portero checoslovaco. En la misma fase de grupos Pelé colaboró a engrandecer la leyenda del inolvidable Gordon Banks, el escudo de la Inglaterra campeona cuatro años antes. Todos los cánones del fútbol decían que aquel cabezazo picado en el segundo palo era un gol imparable, pero en la misma raya 'El chino' Banks respondió con una parada prodigiosa, tanto, que una voz tan autorizada como la de Iribar la considera como la mejor de la historia.
En la semifinal ante Uruguay Pelé burló a otro guardameta mítico, Mazurkiewicz, amagando con la cintura sin tocar el balón sobre su salida al borde del área, pero el disparo a puerta vacía se perdió por la línea de fondo rozando el poste.
Pelé todavía tuvo tiempo para dejar otra imagen inolvidable en aquella final, con la complicidad de las cámaras de televisión. Fue su pase en el cuarto gol, un pase a la derecha, más al vacío que al hueco para el telespectador porque la cámara no captaba a un Carlos Alberto que de pronto entró en el encuadre como una locomotora para fusilar a Albertosi con un tiro cruzado.
Aquel juvenil que lloraba a lágrima viva sobre el hombro de Didí tras ganar el Mundial de Suecia ya era el campeón exultante que a hombros de sus compañeros se coronaba como 'O Rei' para la eternidad.
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