«Sin el Zuzenak no hubiese sido nada en el ciclismo»

A sus 54 años, su cuerpo ha dicho basta. Lo ha exprimido hasta el máximo, alargando una vida deportiva en la alta competición llena de éxitos en un palmarés inigualable. Amador Granados cuelga la bicicleta con la sensación «del trabajo bien hecho». Desde sus inicios en 1998 con el club Zuzenak hasta esa cuenta atrás para intentar competir en los juegos de Tokio, han pasado veinte años. Quién le podía decir al niño Amador, nacido en el seno de una familia humilde en Andoain, aunque él se siente más de Usurbil, que una malformación en sus piernas denominada «pie cavo congénito» le llevaría por una travesía de sufrimiento y más de veinte operaciones hasta coger una bicicleta, siguiendo la afición de su padre, y salir en la grupeta de la Asociación Deportiva Michelin.

Horas de gimnasio en Hernani y un contacto casual con un deportista del Zuzenak, Emilio Sánchez, hizo bueno aquello de que las casualidades existen. «Sin el Zuzenak no habría sido nada en el ciclismo. Le debo todo a Julio Roca que me abrió la puerta del club. Gracias a Itxaso Carrillo y a Rubén Martínez por toda la ayuda. Me siento enormemente agradecido» acierta a decir emocionado.

Por el camino, un total de 75 medallas en campeonatos de España, tanto de pista como de ruta. Fue durante muchos años el rey de la prueba del kilómetro con siete títulos estatales y otras 29 preseas logradas en los velódromos nacionales. Además tiene en su palmarés 8 oros de fondo y 3 de contrarreloj en las citas de carretera, su medio para entrenar diariamente. Su constancia, esfuerzo y trabajo le ha llevado a luchar contra todo y todos.

De carácter indómito, se empeñó en perseguir un sueño olímpico que logró con 49 años, el bronce en la prueba de velocidad por equipos en los juegos de Río de Janeiro de 2016. Le sirvieron las experiencias de Atenas y, sobre todo, Pekín, donde un desvanecimiento le privó del podio en la competición del kilómetro y truncó su plan, pero no su ambición. Cuando muchos pensaron en retirarle de la primera línea, se reinventó apostando y convenciendo a un incrédulo seleccionador de que tenía sitio en una tripleta de velocidad junto con Eduardo Santas y Alfonso Cabello y que los éxitos llegarían.

«Luché contra todos pero los test daban tiempo magníficos. A pesar del seleccionador, fuimos campeones del mundo con récord incluido. Un éxito que llegó a su máxima expresión con el bronce en Río de Janeiro», relata Granados con cierto dolor. Y es que el corredor guipuzcoano siempre ha sido un deportista crítico y sin pelos en la lengua. Fue protagonista de una huelga de hambre en 2015 ante la sede de Basque Team en Fadura, donde realizó una serie de exigencias relacionadas con las becas que percibía. La protesta apenas duró 24 horas y llegó a un acuerdo. Conocidas son también sus desavenencias con el actual seleccionador, Félix García Casas, una situación que posiblemente haya influido para no estar en Tokio.

Hubiese sido la guinda. «Me voy con tres juegos y una medalla, cuando tendría que haber participado en cinco citas y haber sumado tres. Pero me voy satisfecho». El secreto de su éxito siempre ha sido su cabeza. «Tengo un carácter de luchador, de no rendirme. Tengo una cabeza fuerte. Me he puesto en manos de psicólogos deportivos que me han dado pautas para afrontar situaciones tensas» confiesa. Siempre bien rodeado por sus entrenadores Ainhoa Artolazábal y Emaitz Izagirre, además de su compañera de vida, Fabiola, todos han tenido mucha culpa en su longevidad deportiva. Seguirá como seleccionador vasco, se centrará en su trabajo de delineante y «me tomaré la vida con más calma». No faltarán las salidas en bicicleta, pero de otra manera. Se va un grande y lo hace a lo grande.