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J. Gómez Peña
MÁLAGA
Jueves, 23 de agosto 2018, 18:06
La Vuelta a España ha tenido muchas vidas. Biografía de gato. Antes, cuando todo era en blanco y negro, la carrera substistía con pocos medios y, aun así, era un acontecimiento popular. Cuenta Álvaro Calleja en 'Historias de la Vuelta', libro recién publicado, ... que en los años cincuenta la selección británica tuvo que hacer toda la prueba con plátanos y pan como único alimento. Por exceso de equipaje les habían puesto una multa en el aeropuerto de Madrid y se quedaron sin apenas dinero. No tenían ni para acudir a la salida oficial, en Bilbao. Tuvo que llevarlos el ejército en un camión. Cosas de esta Vuelta que tantos tumbos ha dado, siempre a la sombra del Tour.
Ahora, sin embargo, es la ronda española que marca del camino. Su modelo de etapas cortas y explosivas, con cuestas imposibles, tiene el favor de la audiencia. El maná televisivo. El Tour, que es propietario de la Vuelta, mira de reojo. Casi con envidia. Las últimas ediciones de la Grande Boucle han sido aburridas; la Vuelta, en cambio, es todo emoción desde que eligió este formato tan intenso que garantiza la incertidumbre hasta el final.
La edición de 2018 que arranca el sábado desde Málaga con un prólogo urbano de 8 kilómetros va de sur a norte. Y es fiel al modelo. Reclama la atención del público con ocho finales en alto, algunos tan conocidos como los Lagos de Covadonga y la Camperona, y otros nuevos y espectaculares, como el monte Oiz, en Bizkaia, y Praeres, en Asturias. La traca final está reservada para Andorra, con dos metas en alto y una última etapa de apenas 97 kilómetros pero, eso sí, seis puertos. Así es la Vuelta a España, una carrera cargada de dinamita. Fuego. Hecha al gusto del espectador. Y funciona. El año pasado, cuando Contador y Froome se cruzaron en la ronda española, las audiencias superaron a las del Tour.
Todo en la Vuelta dirigida por Javier Guillén está destinado a preservar la emoción. Presenta un trazado en progresión. Ya en la segunda etapa espera el empinado final que va al Caminito del Rey. Y en la cuarta, la subida a la sierra de la Alfaguara. Nada de etapas llanas a tutiplén como en el Tour. Que los rostros de los favoritos aparezcan desde el inicio. Pero sin quemarse enseguida. La Vuelta dejará que Sagan, Viviani y Aberasturi midan su velocidad antes de alcanzar, en la novena etapa, la primera montaña de verdad, la Covatilla. En dos saltos, la carrera se asentará en el norte. Entre León y Asturias se reparten tres días de pólvora: con metas en La Camperona (pendiente máxima del 19,5%), Praeres (4 kilómetros al 12,5%) y los Lagos, que en esta ocasión vendrán prececidos de un doble paso por El Fito.
La contrarreloj de Torrelavega, 32 kilómetros, da paso a otro de los grandes atractivos de esa edición, la subida a Oiz, un muro con rampas del 20% que pondrá fin a una etapa demoledora por las postales de Bizkaia. Ya solo quedarán la subida a La Rabassa (Andorra) en la antepenúltima jornada y la tremenda etapa de los seis puertos con final en el alto de la Gallina. De ese cascarón saldrá el sucesor de Froome.
Uno de los grandes favoritos de la Vuelta, Richie Porte (BMC), no acudió a la rueda de prensa que dieron los otros candidatos. Estaba prevista para media tarde en Málaga. Un poco antes, el equipo Trek había anunciado que Porte correrá con su maillot las dos próximas temporadas. El corredor tasmano, que se retiró por caída en el inicio del pasado Tour, parece llegar tocado a esta Vuelta.
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