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El personaje que interpretó Bruce Willis en 'El sexto sentido', no sabía que estaba muerto, y a través de su mirada fantasmal se desarrollaba la película. El ciclista francés Quentin Pacher sí lo sabía, desde muchos kilómetros antes de que terminara la etapa en Baiona, ... pero a pesar de todo, siguió como si tuviera todavía una vida plena y satisfactoria; fingiendo que podía ganar la etapa que tanto se había trabajado. Pero, es verdad, estaba muerto –metafóricamente, claro–, porque su pareja de baile era Wout Van Aert, el belga todoterreno, capaz de ganar al sprint o escapado, como esta vez, en una etapa de media montaña con un puerto de primera al final.
De ganar, además, como quien lava, casi sin sudar, o ese era al menos el aspecto que presentaba en la meta. Era tal su superioridad, como el de un equipo de fútbol profesional jugando contra uno de infantiles con ocho jugadores, que después de responder al amago de Pacher bajo la pancarta del último kilómetro, que resolvió como quien mata una mosca atontada por el calor, levantó los brazos en la meta, cuando el francés ya se había rendido; descendió con tranquilidad de la bicicleta, sonrió con moderación, esperó a Quentin para darle la mano, y luego se dedicó a la familia, su mujer y sus dos hijos, que se le colgaron de los brazos, le quitaban las gafas y le preguntaban cosas de niños. Qué diferencia con el domingo, cuando a Mikel Landa le costó más de un minuto articular palabra.
Pacher había comenzado a cavar su propia tumba medio kilómetro antes del último puerto, cuando Marc Soler tardó más de la cuenta en recoger un par de bidones y varios geles energéticos del coche de su equipo. El grupo de cinco escapados, del que también formaban parte, Lecerf y Hollmann, atravesaba una zona cercana al mar cuando Van Aert observó la maniobra y arrancó. Quedaban 31 kilómetros para la meta. Salvo Soler, que seguía con la merienda, el resto salió a por el belga, pero solo Pacher consiguió pegarse a su rueda. Cuando el francés se dio cuenta de que no podría despegar a Van Aert en la subida, supo que no tenía ninguna posibilidad de ganar. Estaba muerto. No le hizo falta ningún sexto sentido para intuirlo.
¿Y el líder? Bien, gracias. Ben O'Connor pasó una jornada tranquila, nadie le importunó, su equipo le escoltó hasta la meta, y salvo los amagos de endurecer la carrera del Bora primero y el Education First después, que duraron un suspiro, nadie pensó que el terreno era adecuado para desenterrar el hacha de guerra.
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